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– Ya me parecía. ¿Qué hiciste, te cambiaste en los bosques antes de venir aquí?

– Quizá detrás de un encantador arce. -Hallie levantó la mirada y sonrió. -Y pude montar como ustedes, firme en la silla de montar y no colgándome para salvar mi vida en esas idiotas sillas de amazona, y cabalgué como el viento. Fue maravilloso.

Jason se quedó callado. Era verdad, todo lo que había dicho.

– Jessie Wyndham siempre afirmó que las sillas de amazona eran invento del diablo.

– Ella siempre usa pantalones.

– Jessie no es realmente Jessie a menos que esté vistiendo pantalones y corriendo, lo ha hecho toda su vida. La gente está acostumbrada a eso. No esperan nada más. Lo siento, Hallie. Quizás cuando estemos solos…

Hubo un chillido en el umbral.

– ¡Santo cielo, quemen una pluma bajo mi nariz! -Angela aplastó sus manos sobre el pecho. -Mi queridísima muchacha, nunca antes he visto las, eh, partes posteriores de una jovencita con tanto detalle.

CAPÍTULO 19

Angela finalmente dejó de palmear su pecho cubierto de encaje.

– Oh, cielos, Hallie. No es que no te veas encantadora con esos exquisitos pantalones; me atrevo a decir que los caballeros seguramente pensarían lo mismo, así como también esos hombres que no son para nada caballeros. Y eso no incluye a todos los hombres en Lyon’s gate, a excepción del querido Jason aquí presente, y vi que incluso él estaba mirando… bueno, no importa. Lo siento, querida, pero los pantalones de hombre no son posibles. Sin embargo, tengo una idea. Se ha hecho antes, al menos eso he oído. Ve a cambiarte con un vestido viejo, y veré qué puedo hacer. Sí, querida, debes hacerlo. Confía en mí.

Jason, cuyos ojos estaban firmemente fijos en el rostro de Angela, y no en los pantalones de Hallie, dijo:

– ¿No le gustaría desayunar algo antes de ir a ver qué puede hacer?

– Oh, sí, querido muchacho. Eso sería muy agradable. Haré que mi Glenda lleve una bandeja a mi habitación. Jason, me gusta mucho el arreglo de los muebles. Es tan acogedor que siento como si hubiera vivido en esas habitaciones durante unos veinte años.

Y salió deslizándose sobre sus pies de hada, tarareando.

– Lo que sea que tenga en mente -dijo Jason, -imagino que será algo muy inteligente. Recoge tu labio inferior del piso, Hallie. Ten fe.

Hallie no estaba tan segura. Lo único que sabía era que tenía que renunciar a sus maravillosos pantalones. Suspiró profundamente.

– No sé qué cosa inteligente puede hacer con esto. Oh, muy bien, iré a cambiarme con uno de mis antiguos vestidos.

Volvió a suspirar y salió a zancadas como un jovencito del desayunador, con los ojos bajos, los hombros caídos, lo cual Jason suponía que significaba que su labio inferior seguía rozando el piso.

Oyó a Petrie jadear y ahogarse, un sonido gorgoteante de lo profundo de su garganta, y eso significaba que estaba extremadamente angustiado.

Jason levantó la mirada. Gracias a Dios por Angela. ¿Qué iba a hacer la mujer? Fuera lo que fuera, no podía imaginar que fuese a hacer feliz a Hallie. Pero bueno, ¿no era Angela ahora la cohorte de su abuela? Seguramente ni el buen Señor podría haber pronosticado ese milagro. Es más, se visitaban al menos tres veces por semana.

Vio nuevamente los pantalones de Hallie en su mente y casi gruñó. ¿No se daba cuenta de que tendría suficientes problemas para obtener aceptación sin añadir su encantador trasero a la mezcla?

Lord Brinkley de Trowbridge Manor en Inchbury, Sussex, llevó a su yegua Delilah la mañana siguiente.

Petrie, elegante en ropajes totalmente negros, lo acompañó con ceremonia a la salita, anunciándolo con una voz grave y meliflua que Hallie nunca antes había oído. Suponía que era porque tenía más control de sus cuerdas vocales cuando Martha no estaba cerca.

– Señorita Carrick, ¿verdad? Encantado de conocerla.

Lord Brinkley, un hombre de la edad de su padre, que podría haber pasado por padre de su padre, hizo una reverencia, bastante elegante para un hombre tan corpulento.

– Hola, lord Brinkley. Bienvenido a Lyon’s gate.

Él le sonrió, pensando que ella se veía bastante elegante con su falda larga, blusa y un encantador chaleco. Bastante exótica, en realidad. Apartó sus ojos del chaleco.

– Conocí al viejo Hoverton antes de que falleciera. Excelentes establos, un poquito de corrupción escuché en la pista de carreras, pero mientras no le suceda a mi Delilah, viviré y dejaré vivir.

Hallie, que dudaba que alguna vez las carreras de caballo estuvieran libres de corrupción, dijo:

– Delilah es una yegua maravillosa. La vi la primavera pasada en una carrera cerca de Spalding, una que, debo agregar, todos los dueños acordaron realizar limpiamente.

– ¿Sabía? Delilah no ganó esa, perdió con la yegua más hermosa que jamás haya visto, a decir verdad. No recuerdo su nombre.

Hallie sonrió de oreja a oreja, mostrando unos hermosos dientes blancos que lord Brinkley envidió totalmente.

– Su nombre es Piccola y me pertenece. Por eso es que yo estaba en la carrera.

– Bueno, ¿es eso cierto? No recuerdo haberla visto votando por una carrera honesta.

– Voté in absentia.

– Ah, probablemente es bueno tener a un hombre que se ocupe de cosas semejantes, ya que es usted mujer. ¿Está el señor Sherbrooke aquí?

– Eso creo. Probablemente esté en los establos, atendiendo a Delilah. ¿Le gustaría un poco de té, lord Brinkley, o le gustaría conocer a Dodger?

– ¿Sabía que fue lord Ravensworth, su tío, creo, quien me dijo que no podría conseguir un potrillo mejor que Dodger? Dijo que el señor Sherbrooke corrió con él en Baltimore durante cinco años y rara vez perdía.

Hallie asintió. No pensaba decirle que Dodger, con Jason sobre su lomo, no podría derrotar jamás a Jessie Wyndham.

– Venga conmigo, milord.

– Eh, ¿usted irá conmigo, señorita Carrick?

– Por supuesto. Soy la socia del señor Sherbrooke, sabe. ¿No le contó eso mi tío?

– Bueno, sí, pero pensé que era todo orgullo de tío, no lo tomé realmente en serio, sabe.

– Fue bastante serio, igual que yo. Venga, lord Brinkley.

Ella realmente lo oyó debatiendo consigo mismo mientras la seguía.

– … cosa sorprendente, una muchacha, nada más que una jovencita… sí, ocuparía los sueños de un hombre, y realmente se ve atractiva, un chaleco encantador… pero, ¿piensa que sabe acerca de criar caballos de carrera? Bueno, esa Piccola suya ganó, ¿cierto? Quizás lo único que hizo la señorita Carrick fue ondear sus cintas alrededor de la yegua para alentarla. No está bien que una jovencita vea los caballos aparearse. Es todo tan evidente, tan inmensamente íntimo, tan desagradable en realidad. Oh, cielos.

Hallie no sabía si reír o gritar mientras escuchaba, paseándose fieramente delante de lord Brinkley, forzando a Su Señoría a dar algunos pasos dobles.

Jason levantó la mirada y dejó de tranquilizar a Delilah para ver a lord Brinkley siguiendo a Hallie, sacudiendo la cabeza, aparentemente hablando consigo mismo. ¿Ella ya habría discutido con él? Jason había estado esperando esto.

Entregó rápidamente las riendas de Delilah a Henry, su mozo de cuadra principal, antiguo jefe de mozos de cuadra del señor Hoverton. Henry se apartó con Delilah, le dijo que era una muchacha muy bonita, su voz tan suave como la seda, y finalmente le acarició apenas la base del cuello, rascándola suavemente aquí y allá, siempre hablándole en voz baja. Le dio una linda zanahoria fresca, donación de la cocinera.

– Aye, mire esto, tengo una amiga de por vida, así es. Señor Sherbrooke, ¿no es encantadora? Sólo mire sus orejas, todas vueltas hacia delante.

Jason se dio vuelta y sonrió.

– Sí, está alerta e interesada.

Jason estaba agradecido por Henry. Él y Hallie lo habían encontrado viviendo con su hermana viuda en Eastbourne, bebiendo demasiada cerveza porque sufría de melancolía. Jason no podía recordar a nadie tan emocionado ante una oferta de trabajo. Se había frotado las manos, sonriendo como un lunático. Henry sin dudas tenía manos mágicas y una suave voz de campo que hacía que cada caballo en el establo relinchara y fuera trotando hacia él. Había descubierto cuatro mozos de cuadra adicionales para Lyon’s gate.