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– ¿Martha lo abofeteó?

– Estuvo cerca, pero le dijo inteligentemente que sólo podía seguir mejorando si practicaba todo el tiempo, ¿y por qué no era él lo bastante inteligente como para llegar a esa conclusión? Y que si él pensaba seguir como un viejo dientes de trucha, ella podría olvidar sus lecciones a propósito. Entonces se marchó enfadada con Petrie soplando y resoplando detrás suyo, sin una palabra que decir. Pobre Petrie, un misógino todos estos años… aunque no es para nada viejo, ¿verdad?

– No, Petrie no es para nada viejo, sólo un dientes de trucha, Martha tiene razón en eso.

Mientras subía las escaleras hacia su dormitorio para cambiarse -¿y por qué debería molestarse, de cualquier modo?, -se preguntó una vez más adónde habría llevado Jason su bonita persona. Debía haber sido terriblemente importante para él, para salir con este clima. Quizá debería preguntar a Petrie. Ella se destacaba en la sutileza. Él no tenía ni una oportunidad.

Vio a su presa justo antes de entrar en el comedor, saliendo de la salita, tarareando, ignorante de su inminente rendición.

– Petrie -dijo ella, toda suave e ingenua, -deseaba preguntar al señor Sherbrooke por un asunto de importancia. ¿Sabe cuándo regresará a casa?

El canturreo murió en la boca de Petrie, su rostro se volvió de piedra. Su mentón se elevó un poquito apenas, y dijo:

– No me lo confío, señorita Carrick.

Pero sabía, maldito fuera. Petrie no dejaría salir a Jason de la casa si no sabía adónde iba y con quién se encontraría. ¿Qué estaba ocultando? ¿Cómo sacarle esa información?

– Concierne a la yegua Dauntry que llegará mañana, un asunto urgente que debemos discutir lo antes posible. Seguramente él dijo algo.

– Mi amo sólo habló de la condenada lluvia, señorita Carrick. Ah, sí mencionó que podría pedirle que usted lustrara sus botas mañana.

– Seguramente no estuviste de acuerdo con eso, ¿cierto, Petrie? ¿Una mujer lustrando las botas de tu amo?

Petrie dijo lentamente:

– Nunca antes había considerado las semillas de anís. Veremos. Oh, sí, la señora Gray envió un mensaje diciendo que no estaría con nosotros mañana. Parece que su hermano tiene una pierna quebrada y que ella debe atenderlo. Cree que a principios de la próxima semana estará bien para ella y su hermano.

Hallie se dio cuenta de que estaba perpleja. ¿Qué más podía preguntar? Mejor abandonar el campo con un poco de dignidad.

– Ah, bien, no importa. Gracias, Petrie.

– Por supuesto, señorita Carrick. Estoy a su servicio, naturalmente, en cualquier momento.

La astucia de él le dio en la nuca. Nunca le daría la medida exacta de semillas de anís.

– No me ofreciste absolutamente ningún servicio -le dijo por encima del hombro mientras marchaba, sin mucha dignidad, hacia el comedor.

La cocinera quemó el lenguado, aplastó las habichuelas frescas, y puso lindos pancitos calientes en la mesa con centros pastosos. El manjar blanco prometido para el postre nunca apareció, probablemente era mejor.

Angela comentó que había oído a la cocinera cantando una elegía fúnebre, ¿y quién sabía elegías fúnebres, por el amor de Dios? ¿Quién le había avisado sobre la deserción de Jason? Hallie decidió que debería haber intentado con un poco de adulación. Quizás hubiese funcionado tan bien como la belleza masculina y la sonrisa de Jason.

O quizá no.

CAPÍTULO 21

La mañana siguiente fue soleada y cálida. Nadie hubiese adivinado que había llovido lo suficiente como para llenar el barril de agua a menos que se metieran en un aislado charco de barro de un metro.

Habían hecho falta Hallie y tres mozos de cuadra para mantener quieta y en calma a Delilah mientras Henry y Jason controlaban a Dodger, que estaba bufando, enloquecido, las fosas nasales acampanadas. Estaba tan descansado y excitado que la saliva goteaba de su boca, pero no lastimó a la yegua, lo cual fue un alivio.

Luego de que Dodger hubiese realizado su tarea con Delilah, Hallie se preguntó cómo Delilah podía haberla pasado bien en absoluto. Era un asunto desprolijo, a veces peligroso. El asunto era, le había dicho Henry a Hallie, que Delilah ya no estaba interesada en su comida. Dodger era especial, cierto, había rescatado a Delilah de un desierto de necesidad. Hallie no tenía respuesta para eso.

Todos estaban exhaustos, cansados y sudorosos cuando terminó. Los hombres no habían parecido notar que ella no era uno de ellos hacia el final del asunto, con el sudor corriendo por su frente.

Mientras Hallie secaba el lustroso cuello de Delilah, dijo:

– Eres una muchacha valiente, Delilah, una princesa estoica enfrentada con un sapo, no un príncipe. Sí, fuiste capaz de soportar a ese caballo patán con esa asquerosa saliva colgando fuera de su boca.

Estaba buscando una esponja húmeda cuando vio a Jason parado en la entrada del compartimiento, con los brazos cruzados sobre su pecho y una elegante ceja arqueada sobre sus ojos pícaros, sonriéndole.

Ella levantó el mentón, su voz defensiva aun cuando deseaba que no lo fuera.

– Bueno, es la verdad. Dodger no fue para nada, eh, cortés y considerado, como fue con Piccola.

– Según recuerdo, Piccola casi pasó todo dormida.

– Bueno, Delilah quería matar a Dodger. Estaba temblando, con los ojos en blanco, y se veía realmente enojada. Mientras más molesta se ponía ella, más bruto era Dodger.

– Algunos hombres también lo son -dijo Jason, se dio cuenta de lo que había salido de su boca y se mordió la lengua.

¿Qué problema tenía? Eso hizo que ella lo mirara con el ceño fruncido. Empezó a cepillar a Delilah con demasiado vigor y casi fue mordida.

Hallie saltó a un costado mientras decía con una encantadora mueca de desdén frente a la cara sonriente y adorable de éclass="underline"

– Bueno, ¿acaso no has estado en un estado de ánimo delirantemente feliz desde el momento en que Petrie te arrastró fuera de la cama esta mañana? Muy tarde, ¿verdad? Creo que Angela y yo hacía rato que habíamos terminado de comer. Si no fuese por tu condenado rostro, te hubieses quedado con hambre.

– Bueno, no fue así, ya que nuestra cocinera es excelente y muy flexible. Me sirvió bollos de nuez frescos, huevos revueltos y, creo, tocino crujiente tal como me gusta. Somos muy afortunados de tenerla.

– Adelante, comercia con tu maldita apariencia. No significa nada.

– Cuidado, Hallie, no eres precisamente una fea flacucha, sabes. La hipocresía no es atractiva. Además, ¿qué quieres decir con eso? Yo no comercio con nada, mucho menos mi maldito rostro, es absurdo.

– Nada de eso tiene que ver con el punto.

– ¿Y el punto es?

– Mira esa sonrisa en tu lamentable rostro… toda frívola y tonta, como si estuvieras tan ufano. ¿A qué tipo de cita fuiste? ¿Qué te hizo tan feliz? No, ya veo, bebiste mucho, ¿verdad? ¿Perdiste nuestras ganancias en el juego?

– Quizás un poquito de brandy. No pude apostar porque todavía no tenemos ninguna ganancia. -Se rascó el abdomen y se apoyó contra la pared del compartimiento. -Delilah intentará morderte otra vez si no dejas de frotarla tan fuerte. Usa la esponja. No pienso decir nada más sobre eso.

– ¿Qué quieres decir con que los hombres son patanes?

Él cerró sus labios, sacudió la cabeza. Ella podía arrancarle las uñas, pero no iba a explicar nada, especialmente porque nunca había pretendido decírselo en primer lugar a una jovencita que estaba tan intacta como una potranca recién nacida.

– El sexo -salió de su boca, seguido por: -es un arte delicado. Algunos hombres son demasiado egoístas o simplemente ignorantes, bueno, no importa. Maldito sea otra vez por abrir la boca. Cuando termines con Delilah, Henry dijo que Angela quería que supiéramos que la cocinera se ha superado para el almuerzo, aunque no tengo idea de por qué haría eso, ya que cada comida que nos ha preparado ha sido bastante excelente.