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Hallie se quedó mirándolo, tragó con fuerza y logró recomponerse y decir:

– Ella cocina para ti.

– ¿Qué significa eso? No, ni siquiera pienses algo tan absolutamente ridículo. Siempre ha cocinado para los tres.

– No importa. Ya eres bastante engreído. Vete. Estoy famélica. ¿Qué está preparando?

Jason se veía desconcertado.

– No lo sé, nunca pregunto. Normalmente ella se queda allí parada, sin decir nada cuando le hablo.

Hallie resopló.

El jamón rebanado estaba encantador, cortado tan delgado como el de la cocinera en Northcliffe Hall, y eso le dijo Jason después del almuerzo, sólo que la señora Millsom no le agradeció, simplemente continuó callada, mirándolo fijamente. Él volvió a agradecerle y salió de la cocina, sacudiendo la cabeza. La mujer podía ser lerda, pero era mágica con las ollas.

Angela se sorprendió cuando Petrie, con voz sonora y formal, anunció a un caballero que estaba allí para ver a la señorita Hallie.

Ella dijo:

– Esto es raro. No puede ser ningún amigo o pariente, o sabrían que lo más probable es que esté en los establos. Hmm. Haz pasar a este caballero, Petrie.

Un hombre muy apuesto, ciertamente, pensó Angela mientras el caballero en cuestión entraba con un tranquilo paso de caballero en la salita. Se detuvo un momento y miró alrededor antes de concentrar su atención en la única ocupante, a saber Angela.

Él le dibujó una elegante reverencia.

– Señora, soy lord Renfrew. Soy un amigo especial de la señorita Carrick.

Angela, que no sabía nada sobre los viles planes maritales de lord Renfrew para Hallie, se puso de pie, su sonrisa acogedora, y le ofreció la mano.

Lord Renfrew la tomó y la llevó hasta sus labios. Ah, un gesto muy elegante, pensó Angela, sintiendo que su corazón tropezaba por un momento. Debe haber conocido a Hallie durante su temporada. Qué hombre encantador, sin dudas. ¿Por qué Hallie nunca lo mencionó?

– ¿Quiere sentarse, milord? Hallie está montando, creo.

Lord Renfrew relajó su elegante persona en una silla de respaldo alto con lindos almohadones con estampados de brocado.

– He estado fuera de la ciudad, señora, y por lo tanto no me enteré hasta regresar a Londres poco tiempo atrás que la señorita Carrick se había mudado aquí para dirigir una caballeriza con un caballero a quien conoció menos de dos meses atrás. No puedo imaginarla haciendo una cosa semejante. La señorita Carrick es una dama. Como usted dice que está montando, eso pone algo de fin a ese ridículo rumor, ¿verdad? Una dama monta, después de todo.

– Bueno, sí, por supuesto que una dama monta. Pero en realidad, milord, hay mucho más que una cabalgata involucrada. ¿Conoce usted a la familia Sherbrooke?

Lord Renfrew asintió, apoyó una elegante mano sobre el brazo de la silla.

– Desde luego, todos en la sociedad conocen a los Sherbrooke, señora. Sin embargo, este hijo, Jason Sherbrooke… Tengo entendido que no ha estado en Inglaterra por muchos años.

– Está en casa ahora. Está aquí, para ser más específica. Él y Hallie son socios. Yo soy su chaperona.

– ¿Chaperona? ¿Qué es esto? No comprendo. Esto no tiene sentido.

Angela dijo:

– La razón por la que están aquí juntos es porque ambos querían Lyon’s gate. Ninguno quería vendérselo al otro. Es un poquito más complicado que eso, naturalmente, pero esa es la esencia. -Se quedó callada un momento y luego añadió: -Cualquiera en Londres podría haberle dicho eso.

– Como dije, no lo creí. -Miró alrededor de la salita. -Esta es una encantadora habitación, y los jardines y corrales se ven prósperos, pero igualmente, ¿por qué la señorita Carrick desearía poseer esta propiedad en particular? No es tan grandiosa como ella está acostumbrada. Sabe que vivió en la abadía de Ravensworth durante muchos años. Seguramente no estaría satisfecha de haber llegado tan bajo…

En ese momento, Petrie, conociendo el valor del caballero, llevó un excelente y viejo carrito de té donado por lady Lydia. La entrada de Petrie fue algo bueno, y lord Renfrew lo notó. Había sido desmedido en su crítica de esta mediocre propiedad que olía a establos. Agachó la cabeza y no dijo nada más.

Angela se preguntó de qué se trataba todo esto, mientras le daba una taza de té con tres terrones de azúcar y dos tortitas.

Dijo, mientras bebía su propio té:

– Durante las mañanas, Hallie y Jason siempre están trabajando en los establos o ejercitando a los caballos.

– ¿Sabe cuándo regresará Hallie a la casa, señora?

Ambos oyeron la puerta del frente abrirse y cerrarse, y la voz de Hallie exclamando:

– ¡Martha! ¡Ven rápido, he tenido un horrible accidente!

– Oh, cielos.

Angela estaba de pie y corriendo. Lord Renfrew se levantó más lentamente. Sus instintos eran excelentes. Esperó, sin decir nada.

Oyó a una jovencita decir:

– Santo cielo, señorita Hallie… mire ese rasgón. Petrie dijo que la yegua Dauntry llegaba esta mañana. ¿La bestia enganchó su falda?

– Su nombre es Penelope y es rápida.

– Yo puedo arreglarlo. Venga, señorita Hallie.

Petrie dijo:

– Es un rasgón grande, más adecuado a las habilidades de una costurera, no de una joven doncella pobremente educada que debería, como mucho, ser ayudante de cocina.

– Bien, vea, señor Aliento a Sudor, puedo hacer casi cualquier cosa en absoluto, yo…

Hallie reía. Lord Renfrew oía esa dulce risa con bastante claridad. Siempre le había gustado su risa. Hacia el final, sin embargo, ella no había reído mucho. Él esperó.

– Está bien, Martha. Petrie pronto verá lo talentosa que eres. Vayamos arriba. No te preocupes, Angela, la yegua atrapó la falda, no a mí. Debería haber estado prestando más atención. Dejé a Jason revolcándose, muriéndose de risa, el imbécil.

– Un momento, Hallie. Tienes una visita en la salita.

Petrie se insertó en medio de Angela y Martha.

– Yo iba a informárselo, señora Tewksbury. De hecho, estoy aquí parado, preparándome para informarle sobre su visitante en la sala de estar. Usted no me dio la posibilidad, y Martha aquí… pero todo está bien, de veras. -Infló los pulmones. -Señorita Hallie, tiene una visita en la sala de estar.

– ¿Una visita? -preguntó Hallie. -Oh, ¿quieres decir que Corrie vino de visita? Sí, lo recuerdo. Dale un poco de té, Angela, y me uniré a ella en un momento. No estoy preparada para ser vista.

– Pero, Hallie…

– Regresaré enseguida, Angela.

Lord Renfrew oyó sus pasos rápidos subiendo las escaleras. O quizás eran los de su doncella pobremente educada y demasiado joven. La mujer mayor con encaje que iba desde su cintura hasta su cuello no había dicho a Hallie su nombre, ni el mayordomo de voz agradable. Pero probablemente ella se enteraría antes de bajar. No sabía si eso sería bueno o malo, aunque siempre prefería la sorpresa. Siempre tenía ventaja cuando era él quien sorprendía. Caminó hasta el hogar, se miró al espejo y supo que se veía elegante, hermosamente vestido y tan apuesto como un dios menor. Volvió a sentarse, bebió su té y esperó.

Para su sorpresa, no habían pasado diez minutos cuando Hallie apareció en el umbral de la salita, un poquito sofocada. Lo vio y se paró en seco.

– Usted no es Corrie.

Él le ofreció una sonrisa que una vez la había hecho arder hasta la punta de los pies. Se veía extraña. Era esa falda larga, esa camisa de apariencia rara y el chaleco que llevaba. ¿Por qué estaba vestida como una gitana romaní?

Ella dijo:

– Me apresuré porque pensaba que Corrie estaba de visita. Angela y Petrie están en la cocina intentando arreglar la nueva estufa de la cocinera. Si hubiera sabido que era usted, me hubiese tomado mi tiempo.

– Está bien, Hallie. Te ves encantadora.

No lo había dicho para nada en serio, el engreído bufón.

– Lord Renfrew. ¿Qué diablos está haciendo aquí, señor?