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No era un comienzo prometedor. Por otro lado, hubiese sido un tonto en esperar otra cosa.

– Es maravilloso verte otra vez, Hallie. ¿No me llamarías Elgin nuevamente, querida?

Fue hacia ella, obligándola a levantar la mirada porque era alto. Le tomó la mano antes de que ella se diera cuenta en qué andaba, y besó el interior de su muñeca, lamiendo donde había besado. Hallie apartó su mano de un tirón. Antes, tanto tiempo antes, se hubiese puesto pálida y caliente de emoción.

– ¿Qué está haciendo aquí, señor?

Él quería abofetearla.

– Estoy aquí para verte, naturalmente. He venido a rogar tu perdón por mi errante estupidez.

Ella asintió.

– Sí, fue excesivamente estúpido. Supongo que significa algo que pueda admitir su perfidia ahora, y disculparse por ella. Sin embargo, no tengo intención de perdonarlo durante la duración completa de mi vida, así que retírese.

– No, aún no. Dame otro momento, Hallie. Siempre fuiste una muchacha bondadosa, dulce…

– No olvide ingenua.

Él suspiró profundamente, caminó de regreso al hogar, sabiendo que presentaba una excelente impresión, sabiendo que ella estaría ciega si no lo admiraba, y se dio vuelta lentamente para apoyarse contra la repisa, con los brazos cruzados sobre el pecho.

– Lamenté mucho su pérdida de confianza en mí. Fue todo un error, un fatal error que sucedió porque fui engañado por una mujer que era más experimentada que yo, un simple hombre del campo. Fui débil, lo admito. Eso no es excusa, ruego que no crea que lo es. El hecho es que fui débil y llevado por el mal camino. Esa mujer ya no está en mi corazón ni en mi mente.

– Eso fue sin dudas afortunado, porque entonces se casó con esa pobre muchacha en York. ¿No es así?

– Ah, mi pobrecita Anne. Murió casi un año atrás, sabes, tan inesperadamente, dejándonos a mí y a su padre desamparados.

– Lo siento. Había escuchado que había fallecido el otoño pasado.

– El tiempo ha pasado tan lentamente, mi desesperación es tan profunda que podrían ser diez años -dijo él. -Después de su trágica muerte no podía mirar adelante ni atrás. Sólo recientemente he sentido los momentos de la vida destellar nuevamente dentro mío.

– Había olvidado lo encantadoramente que habla. Tanta elocuencia, tanta gracia.

– No es amable burlarse de un hombre que ha conocido tanto dolor. Lo que dije es verdad.

– ¿Ella era tan joven como yo cuando se casaron?

– Tenía dieciocho años, una mujer que sabía lo que pensaba, una mujer adulta.

Hallie sacudió la cabeza. Tomó la tetera de la mesa auxiliar y se sirvió una taza. La bebió mientras miraba a Elgin Sloane, lord Renfrew.

– He estado pensando que a tales mujeres no debería permitírseles entrar en la sociedad o en la compañía de hombres hasta los veinticinco años.

Él se rió, una ceja oscura subiendo hacia lo que ella siempre había considerado una frente muy inteligente.

– Una maravillosa broma, mi querida. Sabes muy bien que ningún caballero desearía casarse con una mujer tan vieja.

– ¿Cuántos años tiene usted?

– Treinta y uno.

Hallie se sentó y tamborileó sus dedos sobre el brazo de la silla.

– Mi tío siempre decía que los hombres necesitaban más años para madurar que las mujeres. Uno podría pensar que usted ya estaría bastante maduro ahora.

– Se me considera un hombre joven.

– ¿Y veinticinco es vieja para una mujer?

Él tenía que recuperar el control, no porque tuviera algún tipo de firme control sobre ella aún, a decir verdad.

Ella ofreció un brindis con su taza de té.

– Válgame, usted era demasiado viejo para mí antes, pero yo era una joven tan tonta y encaprichada que nunca noté siquiera esas arrugas alrededor de sus ojos. O quizás no estaban allí un año y medio atrás.

La mano de él voló a su rostro y entonces, sin apartar la mirada de ella, bajó lentamente la mano a su costado.

– Siempre me ha encantado el modo en que bromeas. Me mantendrás humilde, Hallie, algo bueno para un hombre.

– Esto realmente es demasiado, señor, ya que…

Hubo un horrible estrépito en la parte trasera de la casa. Hallie se levantó de su silla y salió por la puerta de la salita en un instante.

La cocina, pensó lord Renfrew, ese espantoso ruido había venido de la cocina. Un hombre no parecía tener la mejor ventaja en medio del lío en una cocina. era mejor permanecer allí, encima de todo el caos, tranquilo y lúcido.

– Cielo santo, ¿quién es usted? ¿Qué está pasando?

CAPÍTULO 22

– Yo, señor, estoy aquí para visitar a la señorita Carrick. Creo que acaba de ir corriendo a la cocina, alguna especie de desastre femenino.

¿Desastre femenino? Jason se quedó mirando atentamente la elegante visión parada con lánguida calma frente a él, pensando que no le importaba especialmente el último estilo de los caballeros. La cintura se veía demasiado recortada, el frac demasiado largo, totalmente poco práctico, al menos si uno estuviera limpiando compartimientos.

Jason oyó un chillido. Cuando entró corriendo en la cocina, fue para ver a la cocinera, Petrie, Martha, Angela y Hallie inclinados tosiendo, cubiertos con el humo depositado que seguía saliendo de la nueva estufa Macklin. Como a él y Hallie les habían asegurado que esta maravilla moderna estaría en uso hasta finales del siglo, Jason no creía que este fuera un comienzo propicio. Vio que no había fuego, sólo humo. Abrió la puerta de la cocina y las tres ventanas, y agitó las manos.

– ¿Están todos bien?

Lágrimas negras corrían por el rostro de Petrie. Estaba retorciendo sus manos sucias.

– Oh, amo Jason, vea lo que ha hecho ese monstruo humeante a mi mantelería, todo impecable sólo tres horas atrás, y mire ahora.

Martha golpeó a Petrie en el hombro.

– Vamos, señor Petrie, no llore o yo misma se lo diré al señor Hollis. Cálmese… sea un mayordomo.

Jason esperaba que Petrie no arrojara a Martha sobre la estufa aún humeante.

– Me temo que las semillas de anís no ayudarán a limpiarnos -dijo Hallie, pasando una mano sobre su rostro. -No te preocupes, Petrie, Martha es buena con todo tipo de manchas. Angela, tu rostro está un poquito negro.

– También el tuyo, querida. ¿Sabías que este encantador vestido alguna vez fue verde?

Hallie sonrió y negó con la cabeza.

– Jason, creo que fuimos engañados por ese agradable hombre que nos convenció de comprar esta maravilla moderna.

Angela dijo:

– Quizás simplemente está domesticándose, acostumbrándose a nuestra casa.

Jason dijo:

– Haré que Davie el Manco le eche un vistazo una vez que se haya enfriado. La madera es brasas ahora; no pasará mucho rato.

Angela dijo:

– Me asombra lo que ese hombre puede hacer con sólo cinco dedos y sus dientes. Cocinera, ¿está bien? No está herida, ¿verdad?

La señora Millsom había olvidado su mano que ardía. Miraba atentamente, con los ojos fijos, a Jason, que estaba parado en su cocina, a menos de un metro.

– El señor Sherbrooke nos salvó -susurró.

– Oh, cielos -dijo Angela.

– Bueno, en realidad no, señora Millsom -comenzó a decir Hallie, pero la señora Millsom pareció no haber oído.

Seguía mirando atentamente a Jason, quien continuaba viéndose espléndidamente masculino, con el cabello soplado por el viento, la camisa blanca abierta, dejando su cuello tostado desnudo, sus pantalones encantadores y ajustados, sus botas cubiertas de polvo, y Hallie sólo pudo poner los ojos en blanco.

– En realidad, lo único que hizo fue abrir la puerta.

– Y las ventanas -dijo la señora Millsom, aún en un susurro.

Jason estiró su encantadora mano tostada y se acercó a un metro frente a ella.

– ¿Cocinera? ¿Señora Millsom? ¿Se encuentra bien? Ah, se ha quemado la mano.