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– Seguramente debería consultar el diccionario, señorita Hallie. Los dos nos vemos como bichos que escaparon del lodo. No tuve tiempo para arreglarme, ya que uno no puede dejar a un caballero esperando por su té. Oh, cielos, oh, cielos, su rostro, señorita Hallie, mi rostro… Esto es desastroso. ¿Qué pensará el caballero?

– Yo, al menos, no puedo esperar a enterarme. -Entró en la salita, su zancada tan larga como la de un muchacho, todo posible porque su falda larga estaba cortada como pantalones muy amplios, ofreciendo a Jason una sonrisa lo suficientemente tenebrosa como para hacerle fruncir los dedos de los pies. -Hice que Petrie trajera el té. Ah, ¿te complace eso, Jason?

CAPÍTULO 23

Jason casi se cayó. La voz de una sirena saliendo de un rostro mugriento. Lord Renfrew se puso rápidamente de pie, casi en pointe.

Dijo en voz alta:

– Me complace mucho, querida mía, mucho realmente. Siempre creí que eras deliciosamente complaciente.

– ¿De veras, milord? Qué cortés de su parte decirlo. ¿Puedo preguntar por qué?

Lord Renfrew gorgoteó profundamente. Ella se pavoneó, con la cara negra y todo.

Así que había oído eso, ¿cierto? Jason fue hacia ella, se detuvo a menos de un centímetro de su nariz y estiró la mano. Comenzó a enroscar una larga y enredada madeja de cabello que caía casi hasta sus senos. Se inclinó más cerca, su respiración cálida sobre la mejilla de Hallie, con lujuria en sus ojos.

– Hueles a humo.

Ella batió las pestañas pero no se movió, sentía los dedos de él envolviéndose alrededor de su cabello.

Le dijo:

– ¿Te desagrada, Jason, el humo? Siempre quiero complacerte.

– Lo pensaré. -Le tiró del cabello y dio un paso atrás. -Por favor, no te sientes con ese vestido sucio, Hallie. Nuestros muebles son nuevos y sería una pena ensuciarlos tan pronto.

Lord Renfrew latía con preguntas, ninguna de las cuales haría en presencia de Hallie, maldición. Se aclaró la garganta. Ella lo miró. Una bruja, se veía como una bruja. ¿Qué si quería tocarlo? Tal vez debería apartarse para que no pudiera llegar a él fácilmente.

– Tal vez, señorita Carrick, Hallie, sería mejor que fuera a su dormitorio y se preparara.

– ¿Prepararme para qué, exactamente? Oh, ¿quiere decir del modo en que lo hago para Jason?

Jason sacudió la cabeza y un dedo hacia ella.

– Hey, paquete, ¿dónde están tus modales? Horrorizarás al pobre lord Renfrew. ¿Quién dijo que era usted, lord Renfrew? ¿Un viejo amigo de la señorita Carrick? ¿Tal vez un amigo de su padre? No tienes un abuelo vivo, ¿verdad, Hallie?

– No, el padre de mi padre falleció muchos años atrás, mucho antes de que yo naciera. Mi padre se convirtió en el barón Sherard cuando tenía sólo diecisiete años. El padre de Genny murió cuando yo tenía cinco.

Lord Renfrew dijo:

– Yo heredé mi título dos años atrás. Soy el vizconde Renfrew, sabe.

– No lo sabía -dijo Jason, -pero suena bien.

– Me gustaría tomar mi té.

– Ciertamente -dijo Hallie, sirviendo una taza y casi derramándola sobre el regazo de él cuando lord Renfrew dijo a Jason:

– Soy un amigo muy íntimo de la señorita Carrick. Es más, sería más exacto decir que éramos más que íntimos. Nunca conocí a su padre, aunque hubiese conocido a ambos si las cosas hubieran progresado en el modo fluido en que se suponía que lo hicieran.

Hallie dijo a Jason:

– Es difícil ser suave cuando uno está recogiendo flores en otro jardín, ¿no lo cree?

El aire latía con un caliente silencio, hasta que Jason dijo, con la voz mustia como una azucena marchita:

– ¿Entonces usted se destaca en cultivar flores, milord? Tal vez nos dé consejos sobre qué hacer con nuestros jardines. Mi madre plantó las prímulas bajo las ventanas del frente. Desgraciadamente, ni Hallie ni yo tenemos buen ojo para las flores.

– Yo tampoco -dijo lord Renfrew, y añadió una cuarta cucharada de azúcar a su té.

– Entonces, ¿por qué estaría recogiendo flores? Oh, ya veo, usted es un romántico, un entendido.

Lord Renfrew revolvió una cucharada de azúcar más en su té. Era casi doloroso verlo bebiéndolo, pero Jason asintió y siguió sonriendo.

– Mire -dijo lord Renfrew, moviendo su taza de té, tan llena de azúcar que Hallie estaba sorprendida de que pudiera levantarla, -nada de esto tiene que ver con la cuestión.

– ¿Cuál es la cuestión? -preguntó Jason amablemente.

– Es muy extraño tener a una dama parada mientras nosotros dos estamos sentados.

– Posiblemente -dijo Jason. -Sin embargo, a diferencia de usted, yo no estoy sorbiendo té en presencia de una dama. Creo que Hallie debe darse cuenta de lo considerado y amable que soy, haciéndola por lo tanto más complaciente.

Ofreció una sonrisa a Hallie que hubiera hecho desvanecer nuevamente a la señora Millsom.

Lord Renfrew vio esa sonrisa, supo que había poder en esa maldita sonrisa, y eso lo enfureció. Bastardo, maldito sapo y bastardo segundo hijo. Siempre había reconocido que los gemelos Sherbrooke eran considerados hombres muy apuestos, pero como él mismo no era una desgracia para la mirada femenina y siempre había sido admirado tanto por hombres como por mujeres… quizás un poquito más por las mujeres que los hombres, como le habían dicho muchas veces, no les había envidiado su porción adicional de belleza física. Ahora sí. Vio la influencia de ese hermoso rostro dirigido a Hallie, y odió al hombre hasta la punta de los pies.

Él quería seducirla, quería su dinero. No lo soportaría.

– Señorita Carrick, soy invitado de lord Grimsby, el vizconde Merlin Grimsby de Abbott Grange. He venido a pedirle que asiste a un baile el jueves por la noche, un baile en mi honor, y usted sería mi invitada especial.

Jason se puso de pie de un salto.

– ¿Un baile? ¿Dijo un baile? No he sido invitado a un baile desde mi regreso a Inglaterra. Me encantaría asistir, milord. Llevaré a Hallie conmigo. ¿Tienes un vestido adecuado, Hallie?

– ¿Será un baile de disfraces, señor?

– No. Será un baile regular. En realidad, señor Sherbrooke, yo sólo…

– Creo que empaqué un encantador vestido de doncella medieval en uno de mis baúles. Una pena que no sea un baile de disfraces.

– Estoy seguro de que el vestido es encantador, señorita Carrick, Hallie, pero es, como dije, un baile común. Señor Sherbrooke, acerca del baile, sólo puedo invitar…

– Sé lo que está pensando, milord -dijo Jason, -y tiene razón en estar preocupado de que haya estado fuera de la civilizada Inglaterra demasiado tiempo, como para tener algo elegante que ponerme. Le pediré a mi hermano. Él es el vizconde, sabe, y es un tipo siempre bien vestido. En ocasiones me da sus pantalones del año anterior, a veces incluso sus chaquetas. Muy pocas manchas, ya que su ayuda de cámara es un tipo magnífico. En cuanto a Hallie, creo que la esposa de mi hermano podría prestarle algo. No se preocupe, milord, los dos, creo, nos veremos bastante elegantes.

– La señorita Carrick es rica; tiene muchos vestidos, todos encantadores. Además, como es rica, seguramente no se rebajaría a tomar prestado nada de su condenada cuñada.

Hallie dijo:

– Debo decir que siempre es predecible que usted recuerde las monedas en mis bolsillos, aunque no estoy sorprendida. Creo que un baile sería encantador. Gracias por invitarnos. Jason, ¿conoces a lord Grimsby?

– Oh, sí, aunque no lo he visto en mucho tiempo, desde que James y yo estábamos en Oxford y lo vimos con una preciosa joven quien, creo, no era pariente suya.

– Bueno, verá, señor Sherbrooke, lord Grimsby no era tan viejo entonces.

Hallie dijo:

– ¿Lord Grimsby no está casado?

– Fui indiscreto -dijo Jason. -Cuando James y yo éramos bastante pequeños, lord Grimsby nos permitía montar en sus cerdos premiados, grandes cerdos, comprendes, tan gordos que apenas podían caminar y por lo tanto no eran peligrosos para la salud de dos niños de tres años.