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– ¿Su padre les permitía montar cerdos?

Jason asintió.

– Decía que si podíamos mantenernos sobre los lomos de Ronnie y Donnie por tres minutos sin resbalarnos, estaríamos listos para nuestros propios ponis.

Lord Renfrew dijo, con el desdén irradiando de su encantadora y alta persona:

– Nunca he montado un cerdo en mi vida.

– Bueno, yo tampoco desde que tenía tres años y mi padre me puso sobre mi primer pony. ¿Y tú, Hallie?

– Desearía tener el recuerdo de un gordo cerdo en mi infancia, pero desgraciadamente, sabes que mi padre y yo navegábamos por todas partes cuando era pequeña, y la cubierta se mecía demasiado como para que el ganado deambulara por ahí. -Se volvió hacia lord Renfrew. -Tal vez usted era demasiado pequeño como para recordar haber montado en cerdo.

– Por supuesto que lo recordaría. No lo hago.

Él cerró la boca. Estaba en Bedlam. Esto era absurdo, ridículo. Tanto su anfitrión como su anfitriona estaban sonriéndole, preparados para ofrecerle más té, listos para malinterpretar lo que él decía. Se puso de pie, hizo una reverencia en dirección a Hallie, suspiró y supo que no había esperanzas. O eran ambos o ninguno.

– Los veré el jueves por la noche. Señor Sherbrooke, ha sido agradablemente molesto conocerlo.

Volvió a hacer una reverencia y casi salió corriendo de la salita. Oyeron las veloces pisadas de Petrie yendo hacia la puerta principal.

– Oh, milord, deme sólo un momento. La puerta es pesada, debe ser bien abierta. Estoy preparado ahora, y a su continuo servicio.

No oyeron una palabra de lord Renfrew. La puerta principal se cerró, un poquito fuerte. Un momento más tarde, Petrie apareció en el umbral de la sala de estar.

– Qué extraño, amo Jason, el caballero no se llevó su sombrero ni su bastón, y puede estar seguro de que le ofrecí ambos.

CAPÍTULO 24

La yegua Dauntry, Penelope, fue acomodada en el compartimiento al lado de Delilah, donde pronto se volvió evidente que no se gustaban. Jason y Hallie vieron a Henry tirar a Delilah atrás antes de que pudiera hundir sus sanos dientes amarillos en el encantador cuello castaño de Penelope.

– Es por Dodger -dijo Jason a Hallie. -Delilah y Penelope lo desean. Saben que son hermosas, están acostumbradas a ganar y tienen dientes afilados. ¿Qué haremos?

– Deja que se arranquen las crines -dijo Hallie.

Jason se rió.

– Qué desastre sería eso. No, es algo que nunca quiero volver a ver en mi vida. Ponla en la última casilla, Henry.

Henry enlazó las riendas de Penelope en su mano. Su nuevo alojamiento probablemente estaba demasiado cerca del compartimiento de Dodger, porque Delilah relinchaba, revoleaba la cabeza y pateaba, haciendo temblar la madera. En cuanto a Piccola, ella seguía masticando su heno, con los párpados pesados. Dodger levantó la mirada para ver porqué era el alboroto, vio a Penelope balanceándose hacia él y asintió con su enorme cabeza.

– Juro que sus orejas se pararon -dijo Jason, -cuando Penelope apareció en su vista.

Henry dijo por encima del hombro:

– Llevaré al sultán a un corral para que no tengamos más conmociones entre las damas.

Hallie dijo lentamente:

– No creo haber reído tanto en mucho tiempo.

– Con Elgin cerca, puedo creerlo. Tienes suerte de haberte deshecho de él.

Ella se estremeció.

– Una vez pensé que era muy divertido. -Se dio vuelta para salir de los establos, se detuvo un momento y se volvió nuevamente hacia él. -Pero ahora no. Intentaré hacer el balance de nuestros gastos con nuestras ganancias. ¿Controlarías mis cifras más tarde?

Jason asintió, la vio caminar de regreso hacia la casa. Recordó a los Wyndham, las risas, los gritos, las discusiones, naturales en una casa con cuatro niños. Extrañaba mucho eso.

Jason y Hallie se encontraron en la cima de las escaleras a las ocho y media en la noche del baile Grimsby. Se miraron atentamente uno al otro.

Jason, como era mayor, más experimentado, más acostumbrado a tratar con damas que Hallie a tratar con caballeros, dijo con calma mientras la tomaba del brazo:

– No lo sé, Hallie. Corrie tiene un encantador vestido gris pálido que es del tono perfecto para ti. Pero, ¿este azul? No me malentiendas, es encantador, y estoy seguro de que el estilo del vestido está a la moda, pero, ¿la verdad? Ese tono particular de azul te hace un poquitito amarillenta.

Ella lo golpeó en el estómago con el puño izquierdo.

Él le sonrió. Estaba tan hermoso con su atuendo formal de noche que haría que cualquier mujer viva se mareara tanto de emoción que pudiera caerse o vomitar.

– Muy bien, no puedo ver ni una mancha amarillenta en ti. Te ves bastante bien. Me alegra que Martha mantuviera tu cabello sencillo, las trenzas se ven muy bien en ti.

– Me dijo que es la mejor trenzadora a este lado de Londres, que la abundancia de rizos la frustra. Me acarició el cabello cuando hubo terminado conmigo, dijo que las trenzas eran mejor para mí que pequeñas salchichas. En cuanto a ti, Jason…

Hallie respiró hondo. No sería inteligente decirle la verdad; que se veía como un dios, tan absolutamente perfecto que cada artista en el mundo hubiese querido esculpirlo, o pintarlo, o asesinarlo cuando sus esposas lo miraran.

Por suerte, antes de que ella pudiera decir algo estúpido Petrie exclamó desde el pie de las escaleras:

– Ah, amo Jason, cada dama entre las edades de quince y ciento cinco creerán que usted tiene el mejor ayuda de cámara en el mundo entero. Usted es un regalo para los sentidos, señor, un regalo. Perdóneme, señorita Hallie, se ve tan encantadora como uno podría esperar que se viera una mujer. Ah, ¿no es emocionante? Nuestro primer baile en el vecindario.

– ¿Y en cuanto a mí qué, Hallie? -preguntó Jason.

– Tuve una aflicción transitoria del cerebro -dijo ella. -Olvídalo, Jason.

Él sonreía cuando Angela salió de la sala de estar viéndose como una reina de las hadas, toda encaje rosado y blanco.

– Oh, queridos míos, ambos se ven espléndidos. Oh, cielos.

– ¿Qué sucede, Angela? -le preguntó Jason, dando un rápido paso hacia ella.

Como no había soltado el brazo de Hallie, la llevó con él.

– Es la cocinera.

– ¿Qué pasa con ella?

– Está respirando con dificultad. Temo lo peor.

Jason giró rápidamente para ver a la señora Millsom parada a menos de medio metro de él, mirándolo fijamente. La atrapó antes de que cayera al suelo.

Jason, Hallie y Angela no llegaron a la encantadora y vieja mansión de lord Grimsby, Abbott Grange, construida durante los años de reinado de la Reina Ana, hasta las nueve en punto. La noche era cálida, pequeñas ráfagas de viento agitaban las ramas de los robles, y la luna estaba casi llena.

– Qué noche perfecta para salir -dijo Angela, y palmeó las rodillas de Hallie. -O estar dentro, para el caso. Y tú tendrás una encantadora visita con tu familia, Jason. Qué agradable de parte de tu padre prestarnos uno de sus carruajes. Escuché que tu padre ha conocido a lord Grimsby desde siempre.

Hallie dijo:

– ¿Tu abuela también vendrá, Jason?

– Sí, eso creo. Sabes, nunca la he visto bailar. Mi padre me contó una vez que cuando ella era joven, bailaba hasta el amanecer. Sin embargo, como Angela estará allí, ¿quién sabe?

Angela dijo:

– Lydia me dijo ayer que vendría. Le dije que bailarías con ella, Jason. James también.

– Si puede deambular por la pista de baile con su bastón, no debería haber problema -dijo Jason.

Hallie comentó:

– Planeo preguntar a James si tiene tiernos recuerdos de los cerdos.

– Los tendrá -dijo Jason.