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– Recuerdo a su padre y sus travesuras -dijo Douglas.

No agregó que había creído que Conyon Grandison había sido más incompetente que maligno, y que esa era la única razón por la cual no había sido ahorcado.

Charles dijo:

– Con cuidado, señor. Hasta el día en que muera me alegraré de que mi padre no haya logrado meter esa bala dentro de la cabeza de Miles Sinifer. -Se dio vuelta, hizo una reverencia a Alex. -Pasé muchas horas convenciendo a mi hermana de que ella no quería arrojarse del lomo de su yegua, por si acaso James aquí la atrapara antes de que aterrizara sobre un arbusto de tejo. Está esperando su tercer hijo ahora. Gritones, así son los dos primeros.

Hallie pensó que él era demasiado encantador, viéndolo bromear con Angela y la condesa. Bebió a sorbos el ponche de champagne de lady Grimsby, lo bastante potente como para arrojar a una muchacha sobre su trasero y que no le importara. Vio a Charles Grandison, lord Carlisle, inclinarse sobre la vieja muñeca venosa de lady Lydia y regalarle una íntima sonrisa que hizo que los dientes que le quedaban tiritaran.

– ¿Quién es Miles Sinifer? -preguntó Hallie.

– Ah, un caballero que intentó seducir a mi madre. Mi padre tomó su arma y disparó a menos de un metro de la cabeza de Miles. Como dije, gracias a Dios que falló.

Dónde diablos había estado Charles, se preguntaba James, mirando al hombre que él y Jason siempre habían admirado abriéndose paso encantadoramente de dama a dama en su mesa. Hasta que llegó a Corrie. Se quedó quieto. James sabía cuándo un hombre miraba a una mujer con lujuria en sus ojos.

James se puso rígido en su silla, pero dijo con bastante simpatía:

– Mantente alejado de ella, Charles. Soy más joven, más fuerte y más malo que tú. A diferencia de tu padre, yo no fallaría.

– ¿Es esta tu vizcondesa, James? ¿La inocente jovencita que te salvó de los secuestradores y a sí misma de Devlin Monroe?

– Oh, válgame -dijo Corrie. -No he visto a Devlin en muchísimo tiempo. ¿Se encuentra bien? ¿Está casado? ¿Sigue evitando el sol?

Charles Grandison se rió y tomó la silla de Corrie cuando ella se deslizó sobre la falda de su marido para darle lugar.

– A Devlin le agradan bastante todos esos susurros acerca de que es un vampiro, todo naturalmente tras corteses manos. Creo que fue usted quien comenzó…

– Tal vez fui la primera en decir “vampiro” en voz alta -dijo Corrie, -pero Devlin siempre admiró su palidez. Bien, usted, señor, y mi esposo se han conocido durante mucho tiempo, ¿verdad?

– Desde que él intentó derrotar a mi castrado, Horatio, en una carrera improvisada. James montaba su pony, con Jason alentándolo. Tenían cinco años según recuerdo, y yo era un anciano de once o doce.

– En ese caso, por favor, llámeme Corrie. Extraño a Devlin y su pálido rostro. Era bastante entretenido.

Ella suspiró y James quiso abofetearla. En cambio, se movió con cuidado bajo su vestido y deslizó su mano hacia arriba por la pierna de ella.

Siempre el encantador, pensó Jason, satisfecho con quedarse sentado observando cómo Charles hechizaba a su familia, pero, ¿qué estaba haciendo aquí? Parecía conocer a lord Renfrew, y seguramente eso no estaba a su favor. Charles había estado corriendo como loco cuando era un muchacho, y ahora era dueño de uno de los más grandes establos de carreras en el norte de Inglaterra. Se decía que se encerraba en su dormitorio durante tres días y noches si perdía una carrera, lo cual no era frecuente. Nadie intentaba engañar a Charles o envenenar sus caballos, o lisiar a sus jinetes… el precio que Charles hacía pagar al bellaco era demasiado alto.

Y esa, decidió Jason en ese momento, era la reputación que él mismo iba a cultivar. Quizá la suya incluso sería más aterradora.

Jason, Hallie y Angela no llegaron a casa hasta casi las tres de la mañana. Tanto Martha como Petrie estaban en la sala de estar; Petrie, con la cabeza apoyada contra el respaldo del sofá, roncando; Martha acurrucada en una silla, con un dedo cubierto de medias asomando debajo de su vestido.

Cuando entraron en la salita, Martha se levantó bruscamente y exclamó:

– ¡Cuéntennos todo!

Las fosas nasales de Petrie se apretaron al despertar, y casi tropezó sobre sus pies al levantarse tan rápido de un salto. Fue veloz para sacudir su dedo de abuelita a la muchacha.

– Martha, la doncella de una dama no exige chismes a su ama. Agacharás la cabeza y preguntarás si la señorita Hallie desea que le quites las medias.

Angela dijo:

– Válgame, Petrie, ¿no es eso un poco falto de tacto de tu parte? Martha, luego de que hayas ayudado a Hallie, ven a mi dormitorio. Parece que tengo más botones que dedos para realizar la tarea.

– Lo haré, señorita Angela. -Martha se volvió hacia Petrie, con las manos en sus caderas. -En cuanto a usted, señor Gruñón, no me diga qué hacer con las medias de la señorita Hallie. Al amo Jason le apena oír que se hable de semejantes asuntos privados en su sala de estar.

– En realidad, creo que Jason está parado en mi mitad de la sala -dijo Hallie.

– Pero…

Jason levantó la mano.

– Callado, Petrie, basta. No, no más de ninguno de los dos. No, Martha, retrocede. -Jason se volvió hacia Hallie y Angela. -¿Ven? Puse fin a la hilaridad, tal como pidieron.

– ¿Hilaridad? -dijo Petrie. -Hilaridad no es en absoluto lo correcto en el hogar de un caballero.

– Lo único que necesitamos -dijo Angela, -es a la cocinera para completar el panorama.

– Pero, amo Jason -comenzó a decir Petrie, sabiendo que tenía un punto importante si tan sólo podía encontrar los oídos que lo escucharan.

– No, Petrie. Les contaremos todo por la mañana. Ahora todos a la cama. Petrie, ven conmigo.

– Martha -dijo Hallie, -te contaré todo sobre el señor Charles Grandison, quien probablemente nos visitará en menos de siete horas.

– Qué nombre encantador -dijo Martha. -¿Es un caballero que se ve como su nombre, al igual que el amo Jason?

– Efectivamente. El amo Jason dijo que Charles Grandison era implacable en lo que concernía a todos los canallas y la corrupción en el mundo de las carreras. Hay tanto dinero involucrado, verás.

– Nosotros seremos más implacables, incluso más temidos que Charles Grandison -dijo Jason. -Haremos que cualquiera que intente lastimar a nuestros caballos, engañarnos o amenazarnos pague un precio tan grande que nunca vuelva a intentarlo.

– Y nuestra reputación se difundirá. -Hallie se frotó las manos. -Mi padre me enseñó cómo dejar a un hombre en el suelo con muy poco esfuerzo.

– ¿Muy poco esfuerzo? ¿Deseo saber de qué estás hablando?

– Bien, involucra mi rodilla, Jason. Mi padre dijo que un hombre no podía soportar ese tipo de dolor, sea lo que sea que eso signifique.

Jason y Petrie se veían horrorizados.

Martha dijo:

– Bueno, más poder a la rodilla de una dama, digo yo. Bien, señorita Hallie, es muy tarde. Es hora de que me ocupe de usted y la señorita Angela.

Jason dijo:

– Yo también aprendí mucho con los Wyndham en Baltimore. Los norteamericanos pueden aguantar más dolor, y descubrí que no se quejan tanto. Jessie me pidió ejercer medidas desesperadas en tres ocasiones, según recuerdo.

Hallie preguntó:

– ¿Qué tipo de medidas desesperadas?

– Un competidor sobornó a un mozo de cuadra para que envenenara a uno de los caballos Wyndham. Lo hice atravesar el centro de Baltimore, no llovía, según recuerdo, cargando la cuba de granos envenenados con los que hubiese alimentado a Rialto. Cada tres pasos tenía que anunciar lo que había intentado hacer.

Hallie asintió con aprobación.

– Oí a mi padre decir que una vez cortaste la cara de un jinete con tu látigo cuando iba a clavar un cuchillo en el cogote de tu caballo.

– Casi hasta el hueso.

– Mi padre también dijo que pescaste a otro jinete cuando salía de la taberna de la señora O’Toole y lo moliste a golpes por intentar bajarte de un disparo de tu caballo en una carrera la semana anterior.