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– Sí, es sólo mi cabeza. Quita ese puño de mi cara.

– Mi puño son dos dedos. Mantén los ojos abiertos, Hallie. Vi lo que sucedió. Ah, allí está Dodger, que regresa para ver qué problemas causó. Intenté gritarte que Dodger siempre volvía a casa solo, pero te habías ido a salvar el día en vez de detenerte un instante para ver siquiera si era necesaria tu ayuda.

– ¿Él vuelve a casa solo?

– Mira al pobre Carlomagno. Está resoplando tras esa aventura que le hiciste pasar. Carlomagno podría haber lastimado a esa vaca, y no tienes idea de cuánto ama sus vacas el Mayor Philly.

– ¿Dodger realmente hubiese regresado a casa cuando Delilah y Penelope iban tras él?

– Hmm.

– No lo sabes, porque esta es la primera vez que dos yeguas lo querían. Estaba frenético, Jason. Sólo quería escapar. Carlomagno no regresa. ¿Puedes enseñarle a volver a casa?

– Quizás. Ahora mismo, los tres caballos están parados a menos de dos metros de mí, preguntándose por qué estás aquí tirada en el suelo.

Jason buscó en su bolsillo y dio un cubo de azúcar a cada caballo.

– ¿Quieres uno también?

Hallie lo miró y luego a los caballos, los tres mirándola con atención, masticando sus cubos de azúcar. Le alegraba no saber lo que estaban pensando. La vaca mugió. Jason también le dio un cubo de azúcar.

– Esto es humillante -dijo Hallie, y cerró los ojos.

– ¡Abre tus malditos ojos!

– No -susurró ella, y volvió su rostro contra la mano de Jason. Él sintió la sangre caliente contra su palma. -¿Puedes darme un cubo de azúcar?

Él quería reír, pero no lo hizo. Sintió su respiración cálida, y entonces se dio cuenta de que estaba dormida o inconsciente, no sabía cuál. Sintió que el bulto tras su oreja izquierda crecía. No iba a gustarle cómo se sentiría cuando despertara. Jason se sentó en cuclillas y metió un cubo de azúcar en su boca. Dodger, viéndolo hacer eso, relinchó.

– Bien, mis buenos señores, ¿qué diablos hago ahora? -Levantó la mirada al oír al Mayor Philly decir desde atrás de su hombro derecho: -Digo, señor Sherbrooke, ¿qué está haciendo con mi dulce Georgiana? ¿Por qué está la señorita Carrick…? Es la señorita Carrick, ¿verdad?

Jason asintió.

– Fue arrojada.

Se volvió hacia Hallie para ver a la Georgiana del Mayor Philly topetándolo con la cabeza, lamiéndole el cabello y el rostro.

– Quita ese puño de mi rostro.

– Es Georgiana, no mi puño -dijo el mayor. -¿Está bien la señorita Carrick, Jason? No se ve para nada bien, sabes. Hay sangre corriendo por su rostro.

Hallie gimió y no respiró. No se movió.

– Toma un cubo de azúcar -dijo Jason y se lo metió en la boca. -Chupa eso y te llevaré a casa.

– Digo, señor Sherbrooke, la pobre Georgiana está trastornada. Se le están poniendo los ojos en blanco.

– Dele otro cubo de azúcar, señor, y estará bien.

Cuando Jason cargó a Hallie dentro de la casa, Martha gritó:

– ¡Santo cielo! Hay sangre goteando de su rostro. ¡Está muerta!

Petrie, para sorpresa de Jason, dijo tan apacible como un vicario que ha bebido el vino sacramentaclass="underline"

– Tranquilízate, Martha. El amo Jason nos hubiese dicho si estaba muerta. Aunque se ve mal. ¿Busco a un doctor, o es demasiado tarde?

– Supongo que sería mejor hacer revisar su cabeza. Envía a Crispin. Él sabe dónde vive el doctor Blood.

– Sí -dijo Corrie, entrando en la sala de estar, -puede llevar a Petunia, mi yegua. El doctor Blood es un médico tan bueno, pero con un nombre tan desafortunado.

– Hola, Corrie -dijo Jason. -¿James y tú vinieron de visita? Todo está bien en casa, ¿cierto?

– Oh, sí, pero Hallie…

Antes de que Petrie se retirara, dijo a Corrie:

– Puedo ver que su pecho se mueve, milady. Bien, como es mujer, no es muy correcto decir pecho, pero usted sabe a qué me refiero…

– Todos saben exactamente a qué te refieres, Petrie. Ve. -Jason se sentó a su lado, le tomó la mano y le dijo que aunque el Mayor Philly no estaba contento porque ella había dado un susto de muerte a su vaca, él lo había tranquilizado. -Mantén esos ojos abiertos y escúchame. Veinte años atrás, James y yo ayudamos a arrear sus vacas a otra pastura cuando su perro, Oliver, estaba enfermo y no podía hacerlo. Siempre nos llamaba “señor Sherbrooke.”

– Porque no podía distinguirnos -dijo James.

– Probablemente no, pero era un lindo detalle, nos hacía sentir muy importantes. La cuestión es que Georgiana es un bovino muy sensible. Es posible que su leche haya sido afectada negativamente.

– Muy bien, si no es culpa de ella, entonces es culpa de Dodger.

Jason cubrió a Hallie con la linda colcha de ganchillo que su abuela había tejido.

– ¿Recuerdo sermoneos acerca de responsabilizarse?

– Escuchaste lo que dije a lord Carlisle acerca de Elgin Sloane, ¿cierto? -preguntó Hallie.

– Tenía que quitarme una piedrita de la bota. Mis oídos no dejaron de funcionar. Cuando estás molesta, Hallie, eres ruidosa.

Cuando el doctor Blood, un escocés de John O’Groats, tan lejos al norte que arrojar gente al mar helado era el método de asesinato preferido, llegó y revisó a Hallie, se acarició el mentón. Ella aún olía a vaca, cubos de azúcar y zanahorias, y tenía un dolor de cabeza cegador, pero el doctor Blood estaba satisfecho de que estuviera despierta y alerta. Hallie lo miró con los ojos entrecerrados.

– No quiero a ningún hombre llamado Blood cerca mío.

– Demasiado tarde, jovencita -dijo Jonathan Blood. Finalmente tuvo que empujar a Jason para que se apartara. -¿Quiere vomitar?

Petrie dijo:

– Vea, ella no puede vomitar, no en la sala de estar, donde no hay orinal a la vista.

– No, Petrie, no tengo náuseas, gracias a Dios.

El doctor Blood tocó el bulto tras su oreja, le miró los ojos, le revisó el cuello, tocó sus tobillos después de haberle quitado las botas, miró con un ceño sus medias rotas, y pidió té caliente sin azúcar.

– Estará bien -dijo. -Nada como una mujer para tener la cabeza dura. Quédese allí acostada, señorita Carrick, toda débil y femenina, y deje que Jason aquí la atienda. Jason, puedes darle un poco de láudano ahora. El dolor de cabeza debería haber desaparecido cuando ella despierte.

– El amo no hace eso -dijo Martha desde la puerta. -Yo lo hago.

– No, soy yo quien distribuye el láudano -dijo Petrie. -Soy yo el responsable en última instancia de curar el dolor de cabeza de la señorita Carrick. Soy el mayordomo. -Hallie gimió. -Oh, cielos -dijo Petrie.

– No vomitará -dijo Corrie. -¿Verdad, Hallie?

– No.

James dijo, mirándola detenidamente:

– Ahora que sabemos que estás bien, Hallie, mi esposa y yo nos marcharemos. Has tenido suficiente de qué ocuparte sin la familia dando vueltas, aunque Bad Boy salvó el día, y todavía no he oído ni un solo “gracias”. -Jason arrojó un trapo mojado a su gemelo, quien lo atrapó en el aire y dijo: -Huele a vaca. Nada bueno.

Corrie se rió, tomó la mano de su esposo y lo sacó a rastras de la salita.

– Descansa, Hallie. Regresaré en un par de días para ver cómo estás. Angela, no te preocupes, tu pollita caída estará bien.

Para las ocho en punto de esa noche, Hallie estaba tan aburrida que estaba lista para hacer todo pedazos. Ni un minuto más tarde, Jason entró solícitamente en su dormitorio, silbando y llevando una bandeja.

Ella echó un vistazo a la tetera.

– Espero que la cocinera haya hecho el té para ti. Si no, sabrá tan fuerte como agua caliente con corteza de roble.

Jason dejó la bandeja, sirvió una taza y lo probó.

– No, nada de corteza de roble. Hmm. Corteza de olmo, si no estoy errado.

Ella se rió, tomó un poco de delicioso té y miró de reojo el único scone que él le daba.