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– Le mentiste. Bien hecho.

– Le dije a la cocinera que necesitaba alimento para ocuparme de tu cuidado. Ella se condolió; no verbalmente, por supuesto. No se desvaneció.

– Esta es la primera vez que veo tu rostro desde que me cargaste arriba.

– Alguien tiene que trabajar aquí -dijo él, y le entregó el scone. -No lo metas en tu boca. No quiero que se te revuelva el estómago.

– Petrie vino aquí tres veces, y cada vez me señaló el orinal. Todos los demás fueron lo bastante agradables como para no mencionarlo.

– Angela me dijo que no te veías tan mal. Los rasguños en tu mejilla, no creo que sean lo bastante profundos como para hacer cicatriz.

– Mi padre siempre me decía que era como él. Que podía ser golpeada, incluso ser pisoteada, y que nunca tendría una marca. Me gusta Bad Boy. ¿Crees que James podría vendérmelo?

– No en esta vida. Pero está hablando de hacerlo reproducir. Llegaré a un acuerdo con él. ¿Cómo te sientes?

– ¿Conoces esa iglesia normanda en Easterly? Siento como si las campanas estuvieran sonando dentro de mi cabeza.

– Bien. Son encantadoras esas campanas. ¿Te gustaría un poco más de láudano?

Ella sacudió la cabeza.

– ¿Los caballos están bien?

– Dodger parece bastante satisfecho con relinchar por encima de la puerta de su compartimiento a Delilah y Penelope. En cuanto a Carlomagno, obtuvo avena extra y un buen cepillado. Henry le dijo que aunque tenía una mala línea de descendencia, era un muchacho firme, con el que uno podía contar.

– Quiero correr con él la próxima semana en Hallum Heath.

– Yo montaré a Dodger en esa carrera.

– Eres demasiado grande. Perderás.

– Lo sé, simplemente suena agradable decirlo. Tenemos un jinete que llegará a principios de la semana que viene, a tiempo para esa carrera. Ha montado para los establos de carrera Rothermere durante siete años, desde que tenía quince. Se casará con una muchacha local, se mudará aquí y seremos nosotros los beneficiados con la pérdida de Rothermere. Su nombre es Lorry Dale. Phillip Hawksbury, el conde de Rothermere, dijo que Lorry se pegaba al lomo de un caballo como una garrapata. Pesa sólo cincuenta y tres kilos.

– Hmm.

– Los dos podemos asistir, asegurarnos de que no está ocurriendo nada malo, quedarnos roncos de tanto gritar y divertirnos un poco. Dodger ganará con Lorry sobre su lomo.

– Yo peso cincuenta kilos.

– Esto no es Baltimore y tú no eres Jessie Wyndham. No correrás aquí, Hallie. Para la gente es lo suficientemente difícil aceptar que vives conmigo, y sólo lo hacen debido a mi familia. Que montes en una carrera de caballos no sería tolerado. Tendrías que matarte de un tiro para que te perdonaran esa transgresión. El premio es de cien libras. Dinero que bien podemos usar.

– Pero…

Él apoyó suavemente sus dedos sobre la boca de ella. Hallie se quedó helada. Jason también. Ninguno de ellos se movió. De pronto, Jason dio tres pasos atrás para alejarse de su cama y metió las manos tras su espalda. Miró hacia la puerta.

– Saldré.

Hallie sentía como si la hubiesen golpeado en el abdomen. Lo vio caminar hacia atrás, mirándola como si quisiera… ¿qué? Ella no lo sabía. Jason estaba sonrojado, sus ojos se veían raros. ¿Quería marcharse? ¿Le había tocado la boca y no podía esperar a alejarse de ella?

– ¿Qué quieres decir con que saldrás? No dijiste nada antes. Son casi las nueve de la noche. Jason, espera, ¿adónde vas?

– Saldré ahora.

Y desapareció en los siguientes treinta segundos. No era la primera vez que se ausentaba abruptamente por las noches, por ninguna razón en particular que ella supiera. ¿Cuatro veces ya, cinco? ¿Y cuándo llegaba a casa? Esa era una buena pregunta.

Hallie lo oyó pasar junto a su dormitorio cerca del amanecer. Saltó fuera de la cama, casi se cayó por el dolor repiqueteando en su cabeza, pero logró salir tambaleando al corredor. Lo vio con la mano estirada para tomar el picaporte de la puerta de su dormitorio.

– Acabas de llegar a casa. ¿Estás silbando? ¡Es casi de día!

Él se dio vuelta como si le hubieran disparado. Vio que era ella, vio que estaba tambaleándose en su umbral y comenzó a caminar de regreso hacia Hallie.

– Sí, estoy en casa. Vamos a llevarte de nuevo a la cama, Hallie. ¿Qué estabas haciendo despierta?

– Estaba casi despierta cuando pasaste. Oh, cielos, ¿dónde está el orinal?

CAPÍTULO 29

Jason la sostuvo mientras ella hacía arcadas, temblaba y sentía su barriga apretarse ya que no había nada para salir.

La culpa de él era profunda; nunca debería haberla dejado. Era todo su culpa. Sólo se había preocupado por sí mismo.

Así que le apartó el cabello y gritó a su cabeza gacha:

– ¿Por qué diablos no pediste ayuda si te sentías mal? ¿Por qué saltaste fuera de tu cama cuando me oíste afuera? ¿No tienes nada de cerebro?

Ella finalmente se quedó quieta. Él la atrajo contra sí. El peso de sus senos sobre los brazos cruzados de Jason se sentía muy bien, pero podía soportarlo ahora. Había trabajado casi hasta la muerte la noche pasada para ser capaz de soportarlo ahora.

La respiración de Hallie era más tranquila, estaba relajándose más contra él. Su cabello estaba alborotado y olía a jazmines, porque Martha había quitado el olor de Georgiana.

– ¿Cómo te sientes?

Era lo más extraño. Jason podía sentirla pensando.

Finalmente ella dijo, su respiración cálida contra el brazo de éclass="underline"

– Por el momento no quiero morir, y eso es bueno. Pero mi barriga se siente como en carne viva.

– Eres demasiado obstinada para morir en cualquier momento de los próximos cincuenta años. Muy bien, voy a arrojarte de regreso en la cama.

Cuando hubo subido las mantas hasta la cintura de Hallie, le dio un poco del té que había macerado desde la noche anterior. Ella lo bebió y casi se levantó directo de la cama.

– Oh, válgame, ese té tiene dientes de vampiro.

– Sí, pensé que podría resolver el problema. Te aclaró la cabeza, ¿cierto?

Ella respiró por la nariz mientras el mundo se inclinaba, y luego sintió que su barriga se calmaba. Jason le hizo apoyar la cabeza sobre la almohada.

– Estoy bien ahora. No sé qué sucedió…

Él dijo:

– Ahora pienso que no te sentías mal. Saliste de la cama para ir a espiarme, ¿cierto?

– Bueno, sí, no suena muy noble, pero así es. Te lo diré ahora, Jason, no lo hubiese hecho si hubiera sabido lo que pasaría.

– Considéralo el precio del pecado.

Él se paró a su lado, le subió las mantas hasta el mentón y se dio cuenta de que sus brazos seguían tibios por los senos de Hallie. Frunció el ceño. Había aprendido que todo era transitorio en la vida, y a veces, como ahora, era una maldita molestia.

Estaba alejándose de la cama nuevamente.

– ¿Qué problema tienes, Jason? ¿Saldrás otra vez?

– ¿Qué? Oh, no, iré a la cama. Agregué un poquito de láudano al té. Deberías estar dormida en dos minutos. No te preocupes por nada.

Y desapareció de su dormitorio, cerrando la puerta silenciosamente detrás suyo. Ella oyó sus botas en el pasillo.

Se quedó dormida, con la panza y la cabeza tranquilas, al minuto siguiente.

Era una cálida mañana de julio. Jason podía oler la hierba recién segada por la ventana abierta del desayunador. Lo llenaba de satisfacción, eso y el hecho de que ahora había seis yeguas en los establos, con suerte todas ellas preñadas, todas ellas enviadas por amigos, o amigos de amigos, o amigos de parientes.

– ¿No es agradable tener familias tan grandes y encantadoras? -dijo Angela en la mesa del desayuno. -Esta es una nota de tu tía Arielle, Hallie. Escribe que el duque de Portsmouth se contactará contigo y con Jason para que dos yeguas sean cubiertas por Dodger. También quiere cruzar su semental favorito con Piccola el año próximo.