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– Jason -dijo él, sin quitar los ojos del rostro de su hija, -ve a ponerte la camisa y la chaqueta. -Jason asintió. Alec Carrick tomó los brazos de su hija y la atrajo lentamente hacia él. -Hola, cariño. ¿Puedo decir que siempre estás sorprendiéndome?

– Lo siento. No pude evitarlo.

– No, pude ver que estabas totalmente involucrada en lo que estabas haciendo. ¿Podrías decirme exactamente qué estabas haciendo, Hallie? ¿Qué planeabas hacer?

Ella lo miró parpadeando.

– No estoy realmente segura. Es sólo que vi a Jason sin su camisa y caí por el precipicio. -Alec Carrick no necesitaba preguntar qué precipicio. -Oh, cielos. Ni siquiera había pensado hacer algo así antes. Estaba acostumbrándome a su rostro, y eso ha llevado bastante trabajo, puedo decírtelo, pero entonces lo veo de la cabeza a la cintura… fue como un golpe en la panza.

Alec Carrick cerró sus ojos un momento. Había aprendido todo sobre los golpes en la panza a los trece años.

– Barón Sherard -dijo Jason, con la camisa abotonada hasta la garganta, la chaqueta también abotonada, viéndose ridículo bajo el calor. -Bienvenido a Lyon’s gate. No lo esperábamos.

– No, planeé una sorpresa -dijo Alec lentamente, mirando de reojo al joven que había dejado montones de corazones femeninos rotos cuando se había marchado rápidamente de Baltimore para regresar a casa.

– Me disculpo, señor, por esta sorpresa en particular. Le juro que esto no ha sucedido antes, y no volverá a suceder.

Un caballero, pensó Alec, era un caballero, quitando la culpa de la cabeza de su hija. En cuanto a Hallie, miraba a Jason como la idiota de la aldea, con la lujuria aún floreciendo brillante en sus mejillas, todavía vidriando sus ojos.

– Hallie -dijo su padre, -me gustaría un poco de té. Ve a la casa, busca a Angela, y Jason y yo iremos enseguida.

Ambos hombres vieron a Hallie caminar lentamente de regreso a la casa, con la cabeza gacha. Pronto fue evidente que estaba hablando consigo misma. Movió la mano derecha, lo cual significaba que tenía un buen punto y la otra parte de su cerebro tenía que aceptarlo.

– Perderá esa discusión.

Eso hizo detener a Alec de golpe.

– ¿Sabes lo que está haciendo?

Jason se encogió de hombros.

– Estaba discutiendo consigo misma sobre mí una vez. Me alivió que el lado de ella que había tomado mi parte ese día hubiera ganado. No me golpeó en la cabeza. Señor, respecto a lo que vio…

– ¿Sí?

– Como dije, eso nunca antes había sucedido. Me pasó esta vez porque estaba arrojando ese maldito heno, y está realmente cálido esta mañana. Simplemente no pensé. Me quité la camisa. Lo siento.

Alec Carrick se encontraba a menos de un metro de Jason, con los brazos cruzados sobre el pecho, con las piernas abiertas. Se veía perfectamente capaz de sacar una pistola y disparar a Jason en medio de los ojos.

– ¿Te gustaría decirme por qué una de las manos de mi hija estaba descendiendo por tu abdomen?

Jason casi se estremeció, sintió claramente otra vez esos dedos largos de ella sobre su piel, enredándose en su cabello. Había querido agitarse y temblar.

– No, señor, ambas manos estaban alrededor de mi cuello excepto por el más breve de los momentos. Le juro que apenas noté su mano. O sus dedos.

Esa era una mentira de primer orden, pero Alec no lo atrapó.

– Gracias a Dios que no fue así, o imagino que mi hija… ¿qué es esto? Oh, sí, los mozos de cuadra han regresado de ejercitar los caballos. No había nadie cerca. Eso es afortunado. Detesto preguntarme qué hubiese hecho mi hija si los mozos de cuadra hubieran estado en los establos. ¿Se hubiese controlado? Como padre, ruego que así fuera. ¿Deberíamos continuar con esto en la casa?

– Por supuesto. -De pronto, Jason sonrió. -Me pregunto qué hará la cocinera cuando lo vea.

Una ceja se elevó mientras el barón caminaba a su lado.

– ¿Por qué diablos debería hacer algo tu cocinera?

– Si se desvanece al verlo, milord, atrápela, o no comeremos bien en la cena.

La cocinera vio a ambos caballeros, parados lado a lado, y estalló en una imprecisa aria italiana, ambas manos cerradas sobre su pecho. Nunca dejó de cantar mientras regresaba dando brincos a la cocina, una asombrosa imagen, dado su volumen.

– Santo cielo, señorita Hallie, y mis pobres ojos dando vueltas, esta es demasiada recompensa para una simple mujer. Dos perfectos caballeros, ambos parados aquí mismo en nuestra casa, uno al lado del otro. ¿Quizás es usted el hermano mayor del amo Jason, señor?

– Oh, cielos, ¿se desvaneció la cocinera?

– La cocinera cantó -dijo Hallie. -En realidad, sigue cantando. Este es mi padre, Martha, el barón Sherard.

– Cielos, señor, usted… usted no puede ser padre. Es usted un dios.

CAPÍTULO 30

Esa noche, luego de una deliciosa cena de rodaballo de langosta con guisantes y espárragos, y un sabroso lomo de cordero asado, la cocinera creó una crema de chocolate para el postre que hacía cantar a los ángeles.

Aún estaba claro afuera, así que las cortinas en la sala de estar no estaban bajas, y varias ventanas se encontraban abiertas al dulce aire nocturno.

Hallie sirvió té a su padre, añadió una cucharada de crema, justo como a él le gustaba, y se lo entregó. Aún podía oler a Jason sobre su piel. ¿Cómo era posible, si se había bañado antes de la cena? Su mano tembló. No podía pensar en Jason, al menos no ahora. Su padre estaba contando una historia divertida, tenía que prestar atención.

Dijo:

– Entonces, ¿qué hizo Genny a este señor Pauley?

Alec se rió.

– Creo que le preguntó si tocaba el piano, lo cual él hacía, por supuesto… ella se había enterado de eso antes de hacer la pregunta. Entonces le palmeó la mano y le dijo que aunque tocar el piano, así como pintar con acuarelas o coser muestras, era una actividad característicamente femenino, igualmente creía que él se veía bastante masculino, bueno, quizás no tan masculino como podría si evitara las teclas del piano por, digamos, billar y cigarros. Él me miró, se estudió por un momento en el espejo, tosió, y luego le pidió muy amablemente que diseñara su yate.

Jason, que conocía a Genny Carrick, lady Sherard, asintió cuando Hallie dijo:

– Nunca la vi echarse atrás en una pelea. Y es tan tranquila. Todavía me enojo tanto que quiero escupir clavos al rostro de un hombre cuando me dice que soy demasiado bonita para estar afuera en el barro.

Alec dijo:

– Genny era igual que tú en una época. Sin embargo, desde que se casó conmigo, ha aprendido a tratar con los empresarios con mucho más tacto.

– Eso es porque si podía tratar contigo, podía tratar con el mismísimo diablo.

Alec se rió e hizo un brindis con su taza de té.

Angela dijo a Jason:

– La baronesa Sherard enseñó a Hallie a mantenerse firme cuando el suelo era lo bastante firme como para pararse sobre él; de otro modo, debía retroceder rápidamente.

Alec Carrick miró su reloj, miró a su hija y se levantó.

– Creo que Jason y yo tendremos una breve conversación. Si las damas nos disculpan.

Hallie se puso de pie de un salto.

– Oh, no, papá, no te atrevas a llevarlo afuera y dispararle o romperle la cabeza. Él no hizo nada. Fui todo yo. Yo lo ataqué. Casi lo derribé de tan rápido que quería llegar a él. No puedes culparlo, no es justo.

– No puedo llamar bruta a mi hija y golpearla en la mandíbula, ¿verdad?

– Me has llamado bruta muchas veces.

Alec Carrick suspiró.

– Lo olvidé.

– Escucha, papá, él estaba indefenso, fue correcto, no había nada que pudiera hacer, excepto tal vez apartarme de una patada. Además, todos los mozos de cuadra estaban fuera con los caballos. Angela no le contará a nadie, ¿cierto?