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– Claro que no, querida mía, pero sabes que estas cosas tienen una manera de rezumar de las grietas en las paredes.

– No -dijo Hallie. -No, no es posible.

– Hallie, ve a acostarte -dijo Jason. -Señor, es una noche bastante agradable. ¿Le gustaría ver a Piccola haciendo cabriolas por el corral? Es uno de sus pasatiempos favoritos.

– ¿Haciendo cabriolas en una noche de luna?

Hallie dijo:

– Se niega a hacerlas si el cielo no está claro. No quiero ir a la cama. Quiero hablar con mi padre, poner su mente en el camino correcto, asegurarle que si alguien vio algo por casualidad, lo enterraré bajo el sauce.

Alec Carrick caminó hasta su hija, le puso la mano sobre la boca y le dijo en voz baja al oído:

– No habrá cuerpos enterrados en ninguna parte. No volverás a abrir tu boca. Irás arriba y allí te quedarás.

Angela tomó el brazo de Hallie.

– Es una de esas ocasiones en las que el suelo no es lo bastante firme para pararse sobre él, querida. Vamos.

Cinco minutos más tarde, Alec Carrick estaba fumando un cigarrillo y pensando en ese día muy extraño.

Mientras veía el humo arremolinarse en el claro cielo nocturno, dijo:

– Mi hija es uno de los individuos más independientes que jamás he conocido. Aun cuando era pequeña, observaba a aquellos a su alrededor con una mirada desapasionada. Sin embargo, no fue para nada desapasionada hoy en los establos.

Jason nunca la había visto desapasionada; es más, no reconocía a esa mujer de la que su padre hablaba. ¿Hallie, desapasionada? Nunca.

Él dijo:

– Es verdad, señor, lo que le dije. Nunca antes había sucedido algo así. Yo no deshonraría a su hija.

– No, la sorpresa en tu rostro, la desesperación, era tan cruda como la blanca luna. Las primeras cartas que mi hija escribió a su madre y a mí luego de que ambos quisieran Lyon’s Gate… estaba preparada para arrancarte la cabeza del cuerpo. Cuando escribió sobre tu belleza masculina, pude imaginar la mueca de desdén en su rostro. ¿Qué piensas de mi hija, Jason?

– Tiene más agallas que cerebro. -El barón Sherard asintió y permaneció en silencio. -Esto es algo que no debería haber pasado, milord. No deseo casarme jamás, verá.

Alec dijo lentamente:

– Oí rumores de ese estilo, rumores de que te habías exiliado de Inglaterra, que habías pasado casi cinco años de tu vida viviendo con los Wyndham. ¿Lo hiciste debido a una mujer? -Jason sacudió la cabeza. -Había oído que te dispararon, que casi moriste. Lo admito, me pregunté qué habría sucedido.

– No morí. -Alec Carrick esperó. Jason dijo: -Ha pasado mucho tiempo; sin embargo, cuando cierro los ojos parece que fuera sólo un momento atrás. Fui responsable del intento de asesinato de mi padre y mi hermano.

– ¿Cómo puede ser?

Jason se encogió de hombros.

– Fue una mala época. Sepa que fui yo el responsable de eso.

Alec lo dejó ahí.

– Repito, Jason, ¿qué piensas de mi hija?

Jason miró hacia el corral, escuchó la voz suave y baja de Henry mientras hablaba a Piccola, que estaba golpeando un casco contra el suelo. La luz de la luna los bañaba a ambos, hacía que la valla blanca del corral pareciera un cuadro.

– Este es mi hogar. La primera vez que vi Lyon’s gate, supe que sería mío, que viviría mi vida aquí, que correría y criaría caballos.

– Mi hija sintió lo mismo.

– Sí, he llegado a darme cuenta de eso. Le diré que mi familia, porque me ama, intentó deshacerse de ella, pero Hallie nunca vaciló. Así que tenemos esta especie de sociedad. Ha sido difícil, no le mentiré, milord. Su hija es encantadora, es brillante, trabaja hasta quedarse bizca, y puede entrar en una habitación llena de gente y llevar risas o crear caos. Nos hemos gritado, casi hemos llegado a golpearnos, todo en los últimos dos meses, incluyendo el día que la vi por primera vez. Los dos hemos aprendido a ceder un poquito. ¿Sabía usted que lord Renfrew está en el vecindario?

– ¿Ese imbécil? ¿Hallie lo lastimó?

– Estuvo cerca, pero decidió reírse en cambio, por lo estúpida que había sido. ¿Sabe qué la enfureció en realidad? Evidentemente, además de haberse acostado con otra mujer durante su compromiso, el bufón le mintió acerca de su edad.

Alec Carrick echó atrás la cabeza y rió a la luna. Piccola levantó la cabeza y relinchó. Se desprendió de Henry y comenzó a danzar por el corral, acercándose más y más a donde Jason y el padre de Hallie se encontraban, con los pies con botas sobre la barandilla de madera. Sus ojos nunca abandonaron el rostro del barón.

Jason dijo:

– No me había dado cuenta de que Piccola le gustaba tanto la risa.

Alec dijo lentamente, sonriendo hacia la yegua:

– Luego de descubrir lo de Renfrew, mi hija me dijo que no quería casarse nunca. Dijo que no tenía buen juicio para seleccionar caballeros. Le recordé que sólo tenía dieciocho años, ¿y qué podía esperar en cuanto a ver tras las máscaras que usan las personas?

– Nunca eres tan inteligente en tu vida como cuando tienes dieciocho -dijo Jason.

– Asumo que tienes razón. Ha pasado demasiado tiempo como para que lo recuerde. Bien, para que sepas cuán en serio hablaba, Hallie quiso hacer un juramento de sangre con uno de sus hermanos, de que nunca se casaría. Su hermano tenía once años y hacía cualquier cosa que ella dijera. Le puse fin antes de que pudiera cortarse la palma con un cuchillo. Después de rechazar a media docena de caballeros, cuatro de los seis bastante satisfactorios, le creí.

– Hallie y yo sufrimos del mismo mal juicio en potenciales parejas.

– Ya veo. Creo que es hora de que me cuentes un poco de lo que sucedió, Jason.

Jason vio que no podía evitarlo.

Dijo lentamente:

– A diferencia de lord Renfrew, esta muy inteligente y hermosa jovencita no hizo nada tan malo como mentir acerca de su edad. Era un monstruo y yo nunca lo vi. Como resultado de mi mal juicio, casi mató a mi padre, y su hermano casi asesinó a mi gemelo. El hecho es que no tengo madera de esposo, milord, porque no puedo imaginarme confiando nuevamente en una mujer jamás en mi vida. No podría dar a una esposa lo que ella merecería. No podría hacerla feliz.

– A causa de esta carencia que ves en ti mismo.

Jason asintió.

– Está allí y es profunda, una parte mía ahora, y una esposa llegaría a tenerme resentimiento, incluso odiarme.

El barón Sherard no dijo nada más. Acarició el hocico de Piccola, recordando cómo había luchado ella para ponerse de pie luego de que su madre finalmente la hubiera dado a luz, seis años atrás en Carrick Grange. La vio brincando en el corral bajo la luz de la luna. Sonrió. La juventud, pensó, siempre era un asunto tan serio. Había mucho en que pensar. Se preguntaba qué pensarían el conde y la condesa de Northcliffe de su hija. ¿Habían sabido lo que muy probablemente sucedería si dos personas jóvenes y sanas eran unidas de este modo?

Jason yacía de espaldas, con la cabeza apoyada en los brazos, mirando el techo en sombras. La luz de la luna entraba por la ventana abierta. El aire estaba quieto y dulce. El sueño estaba a millones de kilómetros.

Vio girar lentamente el pomo de la puerta. En un instante, su cuerpo estuvo listo para luchar. La puerta se abrió silenciosamente.

Un halo de luz de vela apareció.

– ¿Jason? ¿Estás dormido?

– Es pasada la medianoche. Por supuesto que estoy dormido, tonta. ¿Qué quieres, Hallie? No des otro paso. No entrarás aquí, no con tu padre durmiendo a cinco metros por el corredor. Vete.

Ella se escabulló y cerró la puerta silenciosamente.

– Cuando era pequeña, practicaba caminar como un gato, porque me destacaba en escuchar a hurtadillas. La única persona que podía oírme era mi madrastra. Me decía que era una buena habilidad que desarrollar, pero que debía prometer no usarla con ella. Nunca lo hice.