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– No, no es eso en absoluto. Eres una joven dama, Hallie, una virgen, y un caballero no seduce a una joven dama que es también una virgen. Pero eso ahora ha terminado. Nunca pienses que soy otro lord Renfrew. Ahora soy tu esposo. Seré fiel.

– ¿Esas otras damas eran entusiastas? ¿Como fui yo en el establo?

– Bueno, sí, ¿por qué no iban a serlo? Las he conocido a todas durante años.

– No tienes tantos años de adultez, Jason.

– Un hombre comienza en cuanto puede, Hallie. Todas las damas son mayores que yo, no porque eso importe.

– Yo aún tengo que empezar.

– Lo sé.

Él se apartó de la puerta cerrada, quitándose el chaleco y la corbata mientras caminaba hacia ella, y luego los arrojó sobre el brazo de una silla. Así que ese era el propósito de que las sillas estuvieran camino a la cama. Jason se detuvo un momento, se quitó las botas y las medias. Nunca quitó los ojos de encima de Hallie.

– Puedo ver que estás insegura sobre esto ahora que hemos llegado al punto límite. Está bien. Confía en mí. Me ocuparé de todo.

Él se desabotonó la camisa, se la quitó con un movimiento de hombros, dejó que cayera sobre la alfombra. Estaba desnudo hasta la cintura, tal como había estado esa mañana cuando el padre de ella había hecho una visita sorpresa a los establos.

– Oh, cielos. -Hallie se aclaró la garganta y volvió a intentarlo. -Sabes, me gustabas bastante todo sudoroso.

– Es una noche cálida. Quizás sude por ti antes de haber terminado. Tal vez tú también sudarás. -Abrió bien los brazos. -Derríbame, Hallie.

Fue el salto más largo que jamás había tenido que hacer en su vida, cierto, pero él dio un paso adelante para atraparla, puso las piernas de ella alrededor de su cintura. Ella le tomó el rostro entre las palmas y lo besó por toda la cara hasta que, riendo, él la apretó contra una pared y levantó la mano para tomarla de la mandíbula.

– Quédate quieta -le dijo, y la besó, realmente la besó, no tomando pequeños mordiscos, perdiendo el tiempo con pequeños lametones, sino un beso profundo, uno que desdibujó el mundo e hizo que las piernas de Hallie resbalaran. Él la tomó del trasero antes de que se cayera de encima suyo y la cargó hasta la cama. Le sonrió. -No te muevas. Déjame quitar el resto de la ropa y luego empezaré con la tuya.

– No, déjame hacerlo.

Hallie se puso de pie de un salto y cayó de rodillas frente a él, sus ojos sobre esos botones. La respiración de Jason salió de sus pulmones en un silbido. Su esposa desde hacía casi un tercio de día estaba arrodillada frente a él, con las manos en los botones de sus pantalones, y le estaba besando el abdomen.

– Hallie, los malditos botones. Es importante desprender los malditos botones.

Ella no dijo absolutamente nada, lo miró entre el velo de su cabello, con los ojos tan llenos de emoción, miedo y lujuria que Jason quiso reír, pero no lo hizo porque ella desabotonó los tres botones en un instante y estuvo besándole la panza, y más abajo. Sus dedos lo tocaron, lo acariciaron, lo sostuvieron y él sintió su cálida respiración sobre la piel.

– Oh, Dios -dijo, y supo que iba a estar muy cerca. -Tienes que soltarme, Hallie. No, no me beses, no ahora, no puedo soportarlo. Aparta tus manos. -No quería, el buen Señor sabía que no quería, pero la agarró por debajo de los brazos y la levantó, agradecido de que ella lo hubiera liberado en ese último momento. -Eso es muy agradable, no me malentiendas, al hombre le encanta que la mujer lo toque con sus manos y su boca, que frote su mejilla sobre su abdomen, con el cabello todo enredado, su respiración caliente, pero no puedo soportarlo en este momento en particular, Hallie. Hay otras cosas ahora. -Se estremeció, tragó un poco de aire. -Es tu turno.

– ¿Quieres decir que hay un cierto orden en este asunto?

– En realidad no, pero un hombre no quiere herir, bueno, no te preocupes por eso. Confía en mí.

– Pero quiero volver a tocarte, y tu sabor, Jason, hace que quiera…

– Calla. Tus palabras me hacen ver cosas y empiezo a temblar. Cierra la boca. Yo sé lo que debe hacerse. -Aun mientras le quitaba la ropa, ella lo tocaba, intentaba besarlo. -Ponte de pie.

Cuando ella finalmente estuvo desnuda, él dio un veloz paso atrás. Sabía que sería hermosa, no lo había dudado ni un instante, pero la realidad de Hallie, el hecho de que estuviesen allí juntos, casados, por el amor de Dios, y que ella le perteneciera ahora y para siempre, hacía que la viera de un modo totalmente diferente.

– Intentaré hacerte feliz, Hallie -le dijo, y entonces no hubo más palabras.

Jason se quitó los pantalones, levantó a Hallie y la recostó de espaldas, descendiendo sobre ella, con la boca sobre la suya, todo él encima de su suave piel.

– No te preocupes por nada de esto -le dijo contra la boca. -Sólo haz lo que te diga.

– ¿Qué quieres que haga primero?

Él se estremeció como un hombre paralítico.

– Abre tus piernas para mí. -Ella separó las piernas, sólo un poquito. -Eso está bien, es exactamente lo que quiero que hagas. Tal vez un poquito más. Así es.

Jason se preguntó cómo podía un hombre soportar esto. El placer, pensó, un placer que drogaba, pero ella era virgen, no comprendía cómo se sentiría todo esto, aun si sabía lo que pasaba entre Dodger y las yeguas. Él sabía que no podía simplemente tomarla, tenía que hacer bien las cosas. Su gemelo le había confiado que había arruinado su propia noche de bodas, y que cuando había despertado, había temido que Corrie lo hubiese dejado. “Fue una sensación espantosa,” había dicho James, temblando por el recuerdo. “Si hubiera tenido una espada me hubiese atravesado con ella. Oblígate a retroceder. No caigas sobre ella y grites como un salvaje.”

Jason retrocedió, se puso de rodillas entre las piernas de ella. Le sostuvo los talones, lentamente le separó más las piernas. Esas piernas temblaron.

– Eres tan condenadamente bella.

Él estaba mirándola, entre sus piernas abiertas, y ella estaba tan avergonzada y excitada, al mismo tiempo, que se quedó allí acostada, mirándolo fijamente.

– Dime qué hacer, Jason.

Él jamás levantó la mirada, simplemente sacudió despacio la cabeza.

– Absolutamente nada, sólo déjame hacer lo que quiera.

– ¿Qué quieres?

– Primero quiero poner mi boca en ti. Si no sabes lo que quiero decir, no te preocupes, sólo debes saber que voy a hacerte gritar. Sí, puedo hacerlo sin caer temblando de la cama.

Pero no tuvo oportunidad. Hallie se levantó tambaleando, lo derribó y subió encima suyo, cubriéndolo todo lo que podía. Jason reía tanto que eso le dio un poco de control, gracias a Dios.

– Oh, cielos -dijo ella contra su boca, -dime qué hacer, Jason, pero hazlo rápido.

Jason la hizo sentar a horcajadas sobre su abdomen y le dijo que no se moviera, para observar sus propias manos acariciando cada hermoso centímetro de ella.

– Debes saber que estas son mis manos, Hallie. Estarán encima tuyo el resto de nuestras vidas. Ah, sentirte, la suavidad de tu piel. Soy un hombre muy fuerte. -Sonrió y la hizo descender nuevamente. Cuando su lengua estuvo en la boca de ella, le susurró: -Así es como estaré dentro tuyo, como mi lengua, pero primero…

Hallie estaba desesperada cuando él finalmente la acarició con su boca. Le había dicho que iba a hacerlo, pero ella no había podido captar esa realidad, lo que la hacía sentir, y Jason lo sabía, y no se detenía. Cuando sintió que se ponía rígida, sintió que su espalda se arqueaba, la sintió tirándole el cabello, se sintió un rey. El grito y los temblores de Hallie, sus manos cerradas sobre los brazos de él, la caliente respiración contra su cuello, convirtieron el cerebro del rey en papilla. Se condujo dentro de ella al instante siguiente, sintió que el himen de ella cedía, sintió su sacudida de dolor. Apoyó su frente contra la de Hallie cuando llegó hasta su útero.