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Corrie dijo:

– No sabía que hacías acuarelas, Hallie.

– Bueno, así es, en realidad, pero no hice esta. Simplemente no hubo tiempo suficiente. La encargué a un joven que encontramos pintando en la playa.

– ¿Qué quieres decir con que no tuvieron tiempo? -preguntó el padre de Hallie, con el tenedor aún sobre su plato y una ceja levantada. -Pienso que dos semanas fueron tiempo más que suficiente para hacer todo lo que deseaba en Londres.

– Lo olvidas, Alec -dijo Douglas. Chasqueó los dedos. -En ciertas ocasiones en la vida, el tiempo pasa así de rápido.

El barón Sherard dijo, más sombrío que la muerte:

– No cuando hablamos de mi hija, no lo es. Cada vez que pienso en ella con tu condenado hijo, sabiendo cómo son los condenados hijos, ya que una vez fui uno, se me retuerce el estómago.

Alec pasó una mirada de profunda antipatía a su nuevo yerno.

Lady Lydia anunció:

– Nunca he tenido una luna de miel de la que valga la pena hablar.

– Yo tampoco hablo de la mía -dijo Angela.

– Cuando finalmente tuvimos una luna de miel -dijo Alex, sonriendo abiertamente a su esposo, -creo que hablamos francés todo el tiempo.

El conde puso los ojos en blanco.

Lady Lydia bufó.

– Estabas siempre tras mi muchacho, aún lo estás, no creas que no sé lo que estaban haciendo cuando los visité el miércoles, riendo tras la puerta del estudio. Es una desgracia.

Hallie se adelantó en su silla, toda seria, con los ojos sobre el rostro de su padre.

– Dos semanas en la Isla de Wight no es nada como dos semanas en Londres, papá. Había tanto para hacer…

– ¿Cómo qué? -preguntó su padre.

– Bueno, comer y dormir de vez en cuando, y ver el sol salir, sin mencionar los atardeceres.

Douglas atrapó la mirada de su esposa y luego sonrió a su nueva nuera. Se veía gloriosa, resplandecía, sus ojos estaban brillantes, ella chispeaba, estaba satisfecha consigo misma. Y parecía no poder dejar de reír. Lo que era, pensó Douglas, era una mujer satisfecha. En cuanto a su hijo, se dio cuenta de que Jason se veía contento, quizás incluso parecía en paz. Se preguntaba si Hallie ya estaría embarazada. No le sorprendería.

Corrie, mucho más inocente de lo que jamás creería, dijo:

– Visité la Isla de Wight sólo una vez, cuando era niña. Tío Simon se puso horriblemente mareado, así que juró que jamás volvería a dejar su cena en el Solent. Recuerdas, Hallie, el Solent es como llaman al estrecho en el Canal Inglés, entre Southampton y la Isla de Wight.

– Por supuesto que lo recuerdo. Hmm. No partimos desde Southampton, ¿verdad, Jason?

– No, partimos desde Worthing.

Corrie dijo:

– ¿La casa de ladrillos rojos sigue sobre la colina, que da al puerto?

– ¿Casa roja, dices? Jason, ¿recuerdas una casa roja? ¿Sobre una colina, que da al puerto?

Jason se veía perfectamente desconcertado.

Su gemelo dijo:

– Está bien, Jase. ¿Qué es una casa roja en el gran orden de las cosas? ¿Qué hicieron además de visitar Ventnor?

Jason continuaba viéndose perfectamente confundido.

– Bajamos a la playa -dijo Hallie, y pasó su cuchillo por el mantel, como si estuviera rastrillando arena.

Se detuvo y su mano tembló. Jason sabía exactamente qué estaba pensando. Se aclaró la garganta, no pudo pensar en una sola cosa que decir.

Su madre dijo solícita:

– Oh, ¿te refieres a la playa al costado derecho del promontorio, a menos de cuarenta y cinco metros de Dunsmore House? ¿Nadaron?

– Sí -dijo Hallie. -Estuvimos allí la mayoría de las noches, excepto cuando estaba lloviendo.

– ¿Noches? -preguntó lady Lydia. -Mi querida niña, ¿tú y tu precioso esposo iban a nadar por las noches?

– Oh, sí -dijo Hallie, sonriendo abiertamente. -No había nadie cerca una vez que el sol caía, así que nosotros… oh, cielos, no importa. El hecho es que sí planeamos nadar un día después de haber comido un agradable almuerzo de picnic en la playa bajo un encantador árbol, pero entonces… -En un destello de inspiración, Hallie dijo, sonriendo a su suegra: -Fuimos invitados a la casa de lord y lady Lindley dos veces. Personas muy encantadoras. ¿Cierto, Jason?

– Creo que sí. Sí, por supuesto que sí. Lord Lindley te admiró, tal vez excesivamente, según recuerdo.

– ¿Qué hay de lady Lindley? Creo que ella intentaba morderte el cuello de tanto que se te acercaba. Si mencionar a esas tres niñas que intentaron una estratagema muy vieja, de probada calidad…

– La cuña -dijo Corrie.

– Sí, intentaron una muy linda cuña para quedar con el camino libre hasta ti.

– ¿Qué hiciste? -preguntó Corrie.

– Ejecuté lo que ahora llamo mi contraofensiva. Jason, ¿recuerdas cuando te pedí que observaras ese cuadro en particular en la pared de la sala de dibujo?

– Sí, casi me hiciste retroceder unos dos metros según recuerdo.

Hallie asintió.

– Eso es todo. Las desconcerté bastante. Su cuña desapareció, cayeron en desorden. -Ella frunció el ceño. -Sin embargo, esta joven dama estaba decidida, pero yo me llevé de repente a Jason a bailar un vals.

– Me gusta esa contraofensiva -dijo Corrie. -La probaré cuando James y yo asistamos a nuestra próxima fiesta.

Alex dijo:

– Hallie, además de Lucille admirando el cuello de mi hijo, ¿no te pareció que tiene un gusto exquisito?

– Bueno, el interior de su armario… olía bastante fragante, pero eso no es importante, ¿cierto?

Alec Carrick se ahogó.

La suegra de Hallie se inclinó y lo golpeó entre los omóplatos.

James dijo:

– Madre, ¿por qué Hallie debería haber comentado sobre el gusto de lady Lindley en particular?

– Ella canta bellamente, su voz tiene casi el mismo tono sonoro que la de Hallie. Pero es más fuerte, mucho más volumen.

– Pero, ¿qué tiene que ver su voz con su gusto? -preguntó Angela.

Douglas dijo, con una oscura ceja levantada:

– Logra hacer pedazos una copa de cristal en cada uno de sus conciertos, eso me han dicho.

Alex dijo:

– La copa que rompió cuando estuvimos allí la última vez fue hecho específicamente para ella por los artesanos de Waterford.

Jason dijo:

– Lady Lindley cantó para el grupo, eso me enteré más tarde. Resulta que Hallie y yo no estábamos en la sala de dibujo en ese momento en particular, para presenciar el estallido de la copa. Abuela, ¿por qué pelean tú y Angela esta noche?

Angela dijo:

– Ella es más egoísta que mi único esposo, que estiraba la mano en busca de su plato de comida sin apartar jamás la mirada de sus malditos textos griegos.

– Era un hombre muy erudito -dijo Alec Carrick. -También era un exigente tirano.

– Bien dicho -dijo Angela. -En ocasiones me pregunto dónde reside ahora. -Mientras hablaba, golpeteaba suavemente su zapatilla contra el piso. -No hablaré más de mi esposo, su espíritu sigue estando demasiado cerca. No creerás esto, querida -continuó hacia Hallie, -pero esta marchita vieja bruja -movió una mano hacia lady Lydia, -admite que bajo ciertas luces, ella podría verse más joven que yo, y aquí estoy, soy lo suficientemente joven como para ser su hija, casi.

– ¡Já! -dijo lady Lydia. -A diferencia de ella, todavía tengo manos hermosas, manos elegantes, mira mis manos, con encantadoras venas azules, tan cerca de la superficie. Son de notable belleza, ¿no concuerdas, querido muchacho? ¿Mi dulcísima Hallie?

– Estaba comentando a mi esposa que tienes una venas extraordinarias, abuela.

Alex se maravilló con los jugosos insultos, todos dados y aceptados con muy buen humor. Se preguntó qué diría su suegra si ella la llamara vieja bruja encogida.

– Ambas son asombrosas -dijo Hallie, mirando de una a otra.

– Mi querida muchacha -dijo lady Lydia, -dile a esta mujer que no la quieres en Lyon’s gate ahora que estás casada y compartiendo tantas actividades encantadoras, sobre las que recuerdo poco o nada. Dile que debe venir a vivir conmigo. Le daré una cama en el ático.