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Jason saltó fuera de la cama, tan enojado que casi estaba rabioso, tan furioso que quería ese cuello suyo entre sus grandes manos, ahora.

Sacudió el puño hacia ella, le gritó con todas sus fuerzas:

– No intentes actuar toda superior e inteligente conmigo, Hallie. No menciones el adulador espíritu de Judith para hacerme sentir ridículo. Maldita seas, ¡no te atrevas a intentar sacarme alegremente de esto!

Ella vio el pulso palpitando en su garganta y luego se quedó mirando fijamente su ingle.

– No, por supuesto que no. A veces las palabras caen de mi boca, lo sabes. Sé que no hay manera de hacerte enfrentar lo que sucedió cinco años atrás. Sería como arrancar las tejas de un techo con las uñas. ¿No tienes frío, Jason? ¿Quieres que te dé tu bata? Creo que está por aquí en el suelo, donde la arrojaste aproximadamente quince minutos atrás. Ah, pero disfruto mucho observándote, quizás…

Él levantó su propia bata y se la puso con un movimiento de hombros.

– Maldita seas, deja de mirarme.

CAPÍTULO 38

– ¿Por qué? Tienes increíbles extensiones que me deleitan bastante. Cada vez que me quitas la ropa estás mirando mis senos o mi panza o mis piernas, o hablando sobre besar el revés de mis rodillas. Es como si no pudieras decidirte. No porque sea más sencillo contigo. Bueno, siempre sé por dónde empezar, pero está tu pecho, no puedo olvidar tu pecho, pero bueno, tus piernas… cielos, también amo tus piernas. Supongo que la verdad del asunto es que cada vez que miro cualquier parte tuya, incluso las partes muertas, siento todo tipo de deliciosos y pequeños hormigueos. ¿Querrías un poco de leche caliente ahora?

– No quiero la maldita leche. Quiero un brandy.

– Hmm. Mi padre estaría encantado. Quizás a mí también me gustaría un brandy. ¿Jason?

– ¿Qué, maldición?

– ¿Realmente no te gusta la silla al final de la cama? Tal vez con suficiente práctica, nuestras ropas terminarían en la silla en vez del suelo.

Ella era insensible y para nada atenta con él, pese a todo su balido de lo contrario. Él pateó la silla, maldijo porque sintió que se había quebrado uno de los dedos del pie, y salió del dormitorio con un portazo. Deseó que en ese momento Angela siguiera allí. Le llevaría una copa de brandy, apartaría una silla junto a su cama y le contaría todo sobre cómo iba a estrangular a su esposa. Luego iría a ocuparse de lord Grimsby, pero lord Grimsby era un distante segundo junto a su barbárica e insensible esposa. Pero Angela se había mudado a la casa de campo tres días atrás, con Hollis supervisando a los cuatro lacayos. Él y Hallie estaban solos en esta enorme casa. Nunca antes había creído que fuera grande, pero ahora sí. Si la estrangulaba, parecería aun más grande. La casa entera sería suya. Podría hacer lo que deseara cada vez que quisiera. Maldición.

Tal vez despertaría a Petrie, le contaría sobre esta maldita esposa indiferente suya, lo escucharía añadir su propia lista de defectos femeninos a la lista de Jason. ¿Cuánto podría durar? Conociendo a Petrie, posiblemente una semana. Además, con su suerte, Martha oiría por casualidad, entraría corriendo y los golpearía a ambos en la cabeza.

– ¡Iuju, Jason! La casa está muy fría, ¿no lo crees? ¿Se puede calentar el brandy?

Se dio vuelta para enfrentar a mi esposa, toda sonrisas, trotando hacia él por el corredor. Hallie le sonrió y lo tomó del brazo.

– La casa parece tan vacía sin Angela. ¿Qué crees que estará pasando en la casa de campo?

– Espero que estén durmiendo -dijo él con voz remilgada.

– Oh, cielos, esto es todo culpa mía. Si tan sólo no te hubiese hecho todas esas preguntas desgarradoras que terminaron contigo dejándome, bien, ahora mismo estaríamos acostados en medio de la cama, con una tonta sonrisa en mi rostro, contigo sudando a mi lado, quizás cantando un dueto.

– Calla, Hallie. -Ella comenzó a silbar. Jason deseó poder silbar tan bien como ella. -Silba esa canción sobre los marineros ebrios.

Hallie lo hizo. Tomó la mano de él y comenzó a balancear el brazo a paso de marcha.

Cuando llegó al final de la cancioncita, dijo:

– Supongo que no querrás hacerme el amor sobre la mesa de la cocina, ¿verdad? Podría arreglármelas, tal vez incluso levantar el borde de mi camisón para enfocar tus encantadores ojos en…

– Cierra la boca. Tienes los sentimientos de una maldito mosquito.

Ese insulto era sustancioso. Ella se puso en puntas de pie y le besó la mejilla. Jason sintió que su mano descendía por su abdomen, a través del terciopelo de la bata, apretando, tocándolo. Su respiración se dificultó por el rápido puñetazo de lujuria.

– ¿De veras? ¿Un maldito mosquito?

– Quítame la mano de encima, Hallie. No estoy de humor.

Los dedos de ella se quedaron quietos, pero no movió la mano.

– Durante nuestra muy agradable estadía en la Isla de Wight me llamó la atención que los hombres siempre estuvieran de humor. Eh, ¿Jason?

– ¿Qué?

– ¿Por qué estás tan enojado conmigo?

Él se dio cuenta de que habían estado parados en la cima de las escaleras durante los últimos tres minutos. Estaba oscuro, pero había un poco de luz de luna entrando por las ventanas del frente.

Abrió la boca, la cerró y dijo:

– Te niegas a reconocer el terrible desastre que hice, te rehúsas a comprender la devastadora sombra que arrojé sobre tantas vidas.

– Ciertamente parece ser una sombra muy duradera.

– ¡Maldita sea, Hallie, por mi culpa, mi familia casi murió! Deja de burlarte de mí, no estás tratando lo que sucedió con la seriedad que merece.

– No, supongo que no. Si hubiese estado allí, si hubiera sido tu esposa, es posible que te hubiera mimado y calmado durante seis meses enteros. Luego me hubiese cansado de tu ridícula estupidez de la culpa. Y me hubiera preguntado por qué no podías ver que sobreviviste y todas esas personas malas no. Sí, hubiese llegado al final de mi atadura de tu apego a un pasado que hubiese sido olvidado si no fuera por tu aburrido juramento de sufrir por el resto de tu vida. Hmm. He oído sobre el cilicio, se menciona en la Biblia. Me pregunto si uno todavía puede comprar cilicio. Las cenizas, bueno, eso no sería problema. ¿No te verías delicioso con cilicio, todo sucio?

Jason le gruñó, realmente gruñó de lo furioso que estaba. La dejó en la cima de las escaleras y se dirigió abajo. Casi tropezó ante la sorpresa de la voz lúgubre que llegó desde las profundas sombras cerca de la salita.

– ¿Amo Jason? ¿Es usted, señor? Oh, cielos, ¿qué sucede? Escuché voces, voces discutiendo, principalmente la de su nueva esposa. Ah, sabía que era un error, usted es un hombre tan hermoso y ella se aprovechó totalmente de usted. Tuvo que casarse con ella y ahora ella está obligándolo a discutir.

Otra voz, esta mucho más alta y sonora, bramó desde las sombras cerca de la cocina.

– ¡Miserable baboso bocón y descerebrado! No se atreva a hablar de ese modo sobre mi preciosa ama. Mi ama es lo mejor que jamás le haya pasado al amo Jason. Ella lo hace reír y sonreír y, bueno… todos lo hemos oído gemir.

Petrie, con una bata tan negra como las ropas de un sacerdote, se infló instantáneamente.

– ¿Y qué hay de ella, Martha? La he oído gemir tan alto que temí por el candelabro recién colgado. Es indigno que una supuesta dama disfrute de, bueno…