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A Ryan, en cambio, le costaba manejarse con tantas restricciones como le ponía a ella y a su gente. Trataba de hacerlo ceder razonando, discutiendo, rogando. Pero no la llevaba a ninguna parte.

– Pierce -Ryan lo acorraló en el escenario durante una pausa de un ensayo-. Tengo que hablar contigo.

– Espera… -contestó distraído mientras miraba a su equipo colocar unas antorchas para el siguiente número-. Tienen que estar a veinte centímetros exactos de distancia -les indicó.

– Es importante, Pierce.

– Sí, te escucho.

– No puedes echar a Ned del escenario durante los ensayos -dijo Ryan al tiempo que le daba un tirón del brazo para conseguir que le prestara total atención.

– Sí que puedo. Ya lo he hecho. ¿No te lo ha contado?

– Sí, me lo ha contado -Ryan exhaló un suspiro de exasperación-. Pierce, como coordinador de producción, tiene razones de sobra para estar aquí.

– Me estorba. Aseguraros de que hay un pie entre hilera e hilera, por favor.

– ¡Pierce!

– ¿Qué? -contestó con un tono encantador mientras se giraba de nuevo hacia ella-. ¿Le he dicho que está usted muy guapa, señorita Swan? Le sienta muy bien el traje -añadió después de acariciarle la solapa.

– En serio, Pierce, tienes que darle a mi gente más margen de maniobra -Ryan trató de no fijarse en la sonrisa que iluminaba los ojos de Pierce y siguió adelante-. Tu equipo es muy eficiente, pero en una producción de estas dimensiones necesitamos más manos. Tu gente sabe hacer su trabajo, pero no conocen cómo funciona la televisión.

– No puedo permitir que tus chicos vean cómo preparo los números. Ni que estén dando vueltas mientras actúo.

– ¡Santo cielo!, ¿qué quieres?, ¿qué hagan un juramento de sangre de no revelar tus secretos? -contestó Ryan-: Podemos arreglarlo para la próxima luna llena.

– Buena idea, pero no sé cuántos de tus chicos estarían dispuestos. Seguro que el coordinador de producción no, en cualquier caso -añadió sonriente.

– ¿No estarás celoso? preguntó entonces Ryan, enarcando una ceja.

Soltó una risotada tan grande que a Ryan le entraron ganas de pegarle un guantazo.

– No seas absurda. No es una amenaza.

– Ésa no es la cuestión -murmuró ella-. Ned es muy bueno en su trabajo y difícilmente puede hacerlo si no eres un poco más razonable.

– Ryan, yo siempre soy razonable -contestó Pierce, con una expresión de asombro convincente-. ¿Qué quieres que haga?

– Quiero que dejes que Ned haga lo que tiene que hacer. Y quiero que dejes que mi gente entre en el estudio.

– Perfecto -convino él-. Pero no mientras estoy ensayando.

– Pierce -dijo Ryan en tono amenazante-, me estás atando las manos. Tienes que hacer ciertas concesiones para la televisión.

– Soy consciente, Ryan, y las haré. Cuando esté preparado -Pierce le dio un beso en la frente y continuó antes de que ella pudiera responder-. No, primero tienes que dejarme trabajar con mi equipo hasta que esté seguro de que todo sale bien.

– ¿Y cuánto va a llevar eso? -preguntó Ryan. Sabía que Pierce le estaba ganando el pulso, como se lo había ganado a todos los que habían intentado doblegarlo.

– Unos días más -Pierce le agarró una mano.

– Está bien -se resignó ella-. Pero a finales de semana el equipo de iluminación tendrá que estar en los ensayos. Es imprescindible.

– De acuerdo -Pierce le estrechó la mano con solemnidad-. ¿Algo más?

– Sí -Ryan se puso firme y lo miró a los ojos-. El primar número dura diez segundos más de lo establecido. Vas a tener que modificarlo para que se ajuste a los bloques de anuncios programados.

– No, tendrás que modificar los bloques de anuncios para que se adapten a mi número -respondió Pierce. Luego le dio un beso ligero y se marchó.

Antes de que pudiera gritarle, Ryan descubrió que tenía una rosa en el ojal de la solapa. Una mezcla de placer y desesperación le impidió reaccionar hasta que ya era demasiado tarde.

– Es especial, ¿verdad?

Ryan se giró y se encontró con Elaine Fisher.

– Muy especial -convino Ryan-. Espero que esté satisfecha con todo, señorita Fisher. ¿Le gusta su vestuario? -añadió, sonriendo a la pequeña rubita.

– Está bien -Elaine esbozó una de sus encantadoras sonrisas-. Aunque el espejo tiene una bombilla fundida.

– Me encargaré de que la cambien.

Elaine miró a Pierce y soltó una risilla.

– La verdad es que no me importaría encontrármelo en mi vestuario -le dijo a Ryan en confianza.

– No creo que pueda arreglarlo, señorita Fisher -respondió con prudencia.

– Cariño, podría arreglarme yo sola si no fuera por cómo te mira -Elaine le guiñó el ojo cordialmente-. Claro que si no estás interesada, podría intentar consolarlo yo.

Era difícil resistirse a la simpatía de la actriz.

– No hará falta -contestó Ryan sonriente-. Los productores tienen que asegurarse de que el artista esté contento, ya sabe.

– Ah, pues entonces podías intentar buscarme un clon para mí -bromeó antes de dejar a Ryan y acercarse a Pierce-. ¿Empezamos?

Viéndolos trabajar juntos, Ryan comprobó que su instinto no le había fallado. Se combinaban a la perfección. La belleza rubia y el encanto ingenuo de Elaine ocultaban un talento agudo y una enorme veta cómica. Era el contrapunto exacto que había buscado para Pierce.

Ryan esperó, conteniendo la respiración mientras encendían las velas. Era la primera vez que veía aquel número por completo. Las llamas flamearon hacia arriba un momento, lanzando una luz casi cegadora, hasta que Pierce extendió las manos y las sofocó. Luego se giró hacia Elaine.

– No quemes el vestido -bromeó ella-. Es de alquiler.

Ryan anotó la ocurrencia para incluirla en el guión del espectáculo y, de pronto, Pierce hizo levitar a Elaine. En cuestión de segundos, la tenía flotando encima de las llamas.

– Va bien -dijo Bess.

Ryan se giró y sonrió a su amiga.

– Sí, con lo puntilloso que es Pierce, es imposible que las cosas no vayan bien. Es infatigable.

– Dímelo a mí -contestó Bess. Permanecieron en silencio unos segundos. Entonces, Bess le dio un pellizquito en el brazo-. No puedo esperar. Tengo que decírtelo -susurró para no desconcentrar a Pierce.

– ¿Decirme qué?.

– Quería contárselo primero a Pierce, pero… -Bess sonrió de oreja a oreja-. Link y yo…

– ¡Enhorabuena! -la interrumpió Ryan y corrió a abrazarla.

Bess se echó a reír.

– No me has dejado terminar.

– Ibas a decirme que vais a casaros.

– Bueno, sí, pero…

– Enhorabuena-dijo Ryan de nuevo-. ¿Cuándo te lo ha pedido?

– La verdad es que ahora mismo, prácticamente -Bess se rascó la cabeza, como si siguiera un poco aturdida por la noticia-. Estaba en el vestuario preparándome cuando ha llamado a la puerta. No se animaba a entrar. Estaba ahí, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro como tratando de decidirse. Y de pronto me ha preguntado si quería casarme. Me ha sorprendido tanto que le he preguntado con quién -añadió tras soltar otra risotada.

– ¡No habrás sido capaz!

– De verdad. Mujer, una no espera que le hagan esa pregunta después de veinte años.

– Pobre Link -murmuró Ryan sonriente-. ¿Y qué ha dicho entonces?

– Se ha quedado de pie simplemente, mirándome y poniéndose de todos los colores. Hasta que ha dicho que, bueno, que suponía que con él -contestó Bess-. Ha sido muy romántico.

– Qué bonito -dijo Ryan-. Me alegro mucho por los dos.

– Gracias -Bess exhaló un suspiro y luego se giró hacia Pierce de nuevo-. No le digas nada, ¿de acuerdo? Creo que dejaré que se lo cuente Link.