– Sabes que sí -contestó Pierce con vehemencia-. Sabes lo mucho que me importa.
– No, no sé cuánto te importa -Ryan le dio un empujón enojada-. Lo único que sé es que vas a hacer esta locura por mucho que te suplique que no la hagas. Pretendes que me quede ahí de pie, mirando cómo arriesgas la vida a cambio de unos aplausos o una reseña en un periódico.
– Esto no tiene nada que ver con aplausos ni reseñas -replicó él. Empezaba a enfurecerse por momentos-. Deberías saberlo a estas alturas.
– No, no sé nada. No te conozco -dijo desquiciada-. ¿Cómo quieres que entienda que te empeñes en hacer algo así? No es necesario para el espectáculo ni para tu carrera.
Pierce se obligó a mantener la serenidad.
– Es necesario para mí -contestó.
– ¿Por qué? -preguntó furiosa Ryan-. ¿Por qué necesitas arriesgar la vida?
– Ése es tu punto de vista, Ryan; no el mío. Para mí, esto es parte de mi trabajo, parte de lo que soy -Pierce hizo una pausa, pero no se acercó a ella-. Tendrás que aceptarlo si me aceptas a mí.
– No es justo.
– Puede que no -convino él-. Lo siento.
Ryan tragó saliva. No quería romper a llorar.
– ¿En qué situación nos deja esto?
Pierce la miró a los ojos.
– Eso depende de ti.
– No pienso mirar. ¡Me niego! No pienso pasarme la vida esperando el momento en que vayas demasiado lejos y te equivoques. No puedo -Ryan se dio la vuelta y corrió hacia la puerta. Las lágrimas resbalaban por su mejilla cuando descorrió el cerrojo-. ¡Maldita sea tu magia! -se despidió sollozando.
Capítulo XV
Nada más dejar a Pierce, fue al despacho de su padre. Por primera vez en su vida, Ryan entró sin llamar antes a la puerta. Swan, molesto por la irrupción, interrumpió lo que estaba diciendo y la miró con el ceño fruncido. Nunca había visto a Ryan tan descompuesta: pálida, temblando, con los ojos brillantes a punto de romper a llorar.
– Luego te llamo -murmuró y colgó el teléfono. Ryan seguía de pie en la puerta y Swan se encontró en la extraña situación de no saber qué decir-. ¿Qué pasa? -preguntó -con tono imperativo y se aclaró la garganta a continuación.
Ryan se apoyó contra la puerta hasta que estuvo segura de que las piernas tenían suficiente firmeza para andar. Con un esfuerzo sobrehumano por mantener la compostura, se acercó hasta la mesa de su padre.
– Necesito… quiero que canceles el especial de Atkins.
– ¿Qué? -Swan se levantó como un resorte y le lanzó una mirada furibunda-. ¿A qué viene esto? Si has decidido rendirte porque no puedes con la presión, buscaré a alguien que te sustituya. Ross puede producir el proyecto. ¡Maldita sea! Debería habérmelo imaginado antes de ponerte al mando -añadió furioso al tiempo que daba un manotazo contra la mesa.
Acto seguido, alcanzó el auricular de nuevo.
– Por favor -lo detuvo Ryan-. Te estoy pidiendo que liquides el contrato y canceles el espectáculo.
Swan soltó un exabrupto, volvió a mirar a su hija con atención y se acercó al mueble bar. Sin decir nada, echó un buen chorro de coñac francés en una copa. ¡Maldita cría!, ¿por qué lo hacía sentirse tan torpe?
– Toma -gruñó al tiempo que le acercaba la copa a las manos-. Siéntate y bébete esto -añadió.
Como no sabía cómo actuar con una hija que parecía destrozada e impotente, se limitó a darle una palmadita en un hombro antes de volver a sentarse tras su mesa. Una vez en su asiento, sintió que recuperaba un poco el control de la situación.
– Y ahora dime qué pasa. ¿Problemas en los ensayos? -continuó, esbozando lo que esperaba que Ryan recibiese como una sonrisa comprensiva-. Seguro que no es para tanto. Llevas mucho tiempo en este mundo y sabes que estas cosas forman parte del juego.
Ryan respiró profundamente y se tomó un trago de coñac. Dejó que pasara por la garganta y el pecho, quemando todos sus miedos y preocupaciones. La siguiente vez que respiró ya estaba más calmada.
– Pierce está planeando una fuga para el cierre del espectáculo -dijo por fin mirando a su padre a los ojos.
– ¿Y qué? Ya lo sé -contestó Swan con impaciencia-: Lo he visto en el guión.
– Es demasiado peligroso.
– ¿Peligroso? -Swan entrelazó las manos apoyando los cantos sobre la mesa. Si eso era todo, podría salvar la situación, decidió-. Ryan, ese hombre es un profesional. Sabe lo que hace -añadió al tiempo que giraba la muñeca con disimulo para mirar la hora. Todavía podía entretenerse con Ryan otros cinco minutos.
– Esta vez es diferente -insistió ella. Por no gritar, estranguló la base de la copa. Swan nunca le haría caso si se ponía histérica-. Esta fuga no le gusta ni a su equipo.
– A ver, ¿qué tiene planeado?
Incapaz de articular palabra alguna, Ryan dio otro trago de coñac.
– Tres cajas fuertes. Una dentro de otra. La última… -Ryan hizo una pausa para que la voz no le temblara-. La última no tiene ventilación. Sólo tendrá oxígeno para tres minutos una vez esté dentro. Y acaba de decirme que está tardando algo más de tres minutos en conseguir liberarse.
– Tres cajas -murmuró Swan, apretando los labios-. Muy llamativo.
Ryan dejó la copa sobre la mesa de un golpe.
– Sobre todo si se asfixia. ¡Seguro que la audiencia se dispararía! Igual hasta le dan un Emmy a título póstumo.
Swan frunció el ceño ominosamente.
– Cálmate, Ryan.
– No pienso calmarme -contestó al tiempo que se ponía de pie-. No podemos dejarle que haga esa fuga. Tenemos que rescindir el contrato.
– No podemos hacerlo -Swan se encogió de hombros, como descartando plantearse siquiera tal posibilidad.
– No quieres hacerlo lo corrigió ella irritada.
– No quiero -reconoció Swan, igualmente enojado-. Nos jugamos mucho.
– ¡Nos jugamos todo! -gritó Ryan-. Estoy enamorada de él.
Swan había empezado a ponerse de pie para devolverle el grito, pero aquella noticia lo desconcertó por completo. La miró fijamente y vio las lágrimas de desesperación que asomaban a sus ojos. De nuevo, se sintió perdido.
– Ryan -Swan suspiró y sacó un puro-. Siéntate.
– ¡No! -Ryan le arrebató el puro de entre los dedos y lo tiró al suelo-. No voy a sentarme. No voy a sentarme y no voy a calmarme. Te estoy pidiendo que me ayudes. ¿Por qué no me miras? ¡Mírame! -le exigió descontrolada.
– ¡Te estoy mirando! -rugió Swan para defenderse-. Y no me gusta nada lo que veo. Ahora, haz el favor de sentarte y escucharme.
– No, estoy harta de escucharte y tratar de complacerte. He hecho todo lo que has querido que haga, pero nunca ha sido suficiente para ti. No puedo ser tu hijo: lo siento, no puedo cambiar eso -Ryan se cubrió la cara con las manos y se vino abajo por completo-. Sólo soy tu hija y necesito que me ayudes.
Sus palabras lo dejaron mudo. Las lágrimas lo desarmaron. No recordaba haberla visto llorar antes y, en todo caso, seguro que nunca lo había hecho tan apasionadamente. Se puso de pie y se sacó el pañuelo del bolsillo.
– Tranquila… -Swan le puso el pañuelo en las manos y se preguntó qué debía hacer a continuación. Carraspeó y miró impotente a su alrededor-. Yo siempre… yo siempre he estado orgulloso de ti.
Al ver que Ryan respondía recrudeciendo el llanto, metió las manos en los bolsillos y guardó silencio.
– Da igual -dijo ella contra el pañuelo. Se sentía avergonzada por lo que había dicho y por estar llorando-. Ya no importa.
– Te ayudaría si pudiese -murmuró Swan entonces-. Pero no puedo impedírselo. Aunque cancelase el programa y asumiese las demandas que la televisión y Atkins presentarían contra Producciones Swan, acabaría haciendo esa fuga en otro espectáculo.
Ryan se negaba a aceptar la cruda realidad.
– Tiene que haber alguna forma…
Swan dio un pasito hacia adelante. No se sentía cómodo hablando de esas cosas: