– ¿Él está enamorado de ti?
Ryan respiró hondo y se secó las lágrimas.
– Da igual lo que sienta por mí. No puedo pararlo.
– Hablaré con él.
– No, no serviría de nada. Perdona -Ryan negó con la cabeza-. No debería haber venido así. Estaba aturdida. Siento haber montado este numerito -añadió bajando la cabeza, al tiempo que arrugaba el pañuelo.
– Ryan, soy tu padre.
Ella lo miró a los ojos, pero mantuvo una expresión impenetrable.
– Sí.
Swan se aclaró la garganta y descubrió que no sabía qué hacer con las manos.
– No quiero que te disculpes por venir a verme -dijo. Ryan siguió mirándolo con frialdad. Swan se decidió a tocarle un brazo-. Haré lo que pueda para convencer a Atkins para que no haga esa fuga, si es lo que quieres.
Ryan exhaló un largo suspiro antes de sentarse.
– Gracias, pero tenías razón. Lo hará en otro espectáculo, de todos modos. Él mismo me lo dijo. Es que no soy capaz de aceptarlo.
– ¿Quieres que te sustituya Ross?
– No -Ryan sacudió la cabeza-. No, acabaré lo que he empezado. Esconderme no cambiará nada tampoco.
– Buena chica -dijo él complacido. Luego se quedó callado, vacilante, tratando de escoger las palabras adecuadas. Tosió y se ajustó la corbata-. En cuanto… el mago y tú… ¿Estáis pensando…? O sea, ¿debería preguntarle qué intenciones tiene?
Ryan no había imaginado que su padre fuese a ser capaz de hacerla sonreír en esos momentos.
– No, no hace falta -contestó. Vio la expresión de alivio de Swan y se levantó-. Me gustaría tomarme unas pequeñas vacaciones cuando todo esto termine.
– Por supuesto, te las has ganado.
– No te entretengo más -Ryan se giró, pero su padre le puso una mano en el hombro. Ella lo miró sorprendida.
– Ryan… -Swan no tenía muy claro qué quería decirle. De modo que se limitó a darle un pellizquito cariñoso-. Te invito a cenar.
Ryan se quedó boquiabierta. ¿Hacía cuánto que no cenaba con su padre? No conseguía recordarlo y, fuera como fuera, seguro que habría sido en una fiesta de empresa o en la gala de alguna entrega de premios.
– ¿A cenar? -repitió con cautela.
– Sí -contestó incómodo Swan, tan sorprendido con la invitación como Ryan. Por fin, le pasó una mano alrededor de la cintura y la acompañó hasta la puerta. ¡Qué pequeña era!, pensó de pronto-. Anda, lávate la cara. Te espero.
A las diez de la mañana siguiente, Swan terminó de releer el contrato con Atkins. Un asunto complicado, pensó. No sería fácil romperlo. Aunque tampoco tenía intención de llegar a ese extremo. No solo sería un mal negocio, sino un gesto inútil. Tendría que convencer a Atkins de alguna otra forma. Cuando sonó el interfono, puso el contrato boca abajo.
– El señor Atkins lo espera, señor Swan.
– Hágalo pasar.
Swan se puso de pie cuando Pierce entró y, tal como había hecho la primera vez, cruzó el despacho con la mano extendida.
– Pierce -lo saludó jovialmente-, gracias por venir.
– Señor Swan.
– Bennett, por favor -contestó éste al tiempo que lo invitaba a tomar asiento.
– Bennett -accedió Pierce mientras se sentaba. Swan ocupó un asiento frente a él y se recostó.
– Bueno, ¿satisfecho con cómo va todo? Pierce enarcó una ceja.
– Sí.
Swan sacó un puro. El señor Atkins parecía hermético, pensó malhumorado. No iba a ser una conversación sencilla. Lo mejor, decidió Swan, sería abordar el tema mediante una aproximación indirecta.
– Coogar me ha dicho que los ensayos van viento en popa. Está preocupado -dijo sonriente-. Es muy supersticioso. Le gusta que haya muchos problemas antes de rodar. Dice que casi te las arreglas tú solo para dirigir el espectáculo.
– Es un buen director -comentó Pierce con tranquilidad mientras lo observaba encenderse el puro.
– El mejor -enfatizó Swan-. Estamos un poco preocupados con el número que está preparando para cerrar la actuación.
– ¿Por?
– Esto es televisión, ya sabes -le recordó Swan con una amplia sonrisa-. Esa fuga es demasiado larga.
– No puedo hacerla en menos tiempo -contestó Pierce-. Estoy seguro de que Ryan te lo habrá dicho.
Swan lo miró a los ojos.
– Sí, me lo ha dicho. Vino a verme anoche. Estaba desquiciada.
Pierce se puso un poco tenso, pero mantuvo la mirada de Bennett.
– Lo sé. Lo siento.
– Mira, Pierce, somos personas razonables -Swan se echó hacia adelante y soltó una bocanada de humo-. Esa fuga tiene una pinta fantástica. El reto de las tres cajas fuertes es apasionante; pero con una pequeña modificación…
– Yo no modifico mis números.
La contundencia de Pierce irritó a Swan.
– El contrato no está grabado en piedra -lo amenazó.
– Intenta romperlo si quieres -contestó Pierce-. Te traerá muchos más problemas a ti que a mí. Y al final no cambiará nada.
– ¡Maldita sea!, ¡la chica está muerta de miedo! -Swan dio un puñetazo sobre la mesa-. Dice que está enamorada de ti.
– Lo está -confirmó Pierce con serenidad, tratando de no dar importancia al nudo que se le había formado en el estómago.
– ¿Y se puede saber qué piensas hacer?
– ¿Me lo preguntas como padre o como director de Producciones Swan?
Swan frunció el ceño y soltó un gruñido ininteligible.
– Como padre -respondió finalmente.
– Estoy enamorado de Ryan -Pierce mantuvo la mirada de Swan-, Si ella quiere, pasaré el resto de mi vida a su lado.
– ¿Y si no? -replicó Swan.
Los ojos de Pierce se oscurecieron, algo frágil tembló en su interior, pero no dijo nada. Todavía no había querido pensar en esa posibilidad. Swan captó la indecisión de Pierce y decidió aprovechar aquel momento de vulnerabilidad.
– Una mujer enamorada no siempre es razonable -arrancó sonriente-. El hombre tiene que adaptarse.
– Son pocas las cosas que no haría por Ryan -contestó Pierce-. Pero no puedo cambiar lo que soy.
– Estamos hablando de un número -insistió Swan impaciente.
– No, estamos hablando de mi forma de vivir. Podría olvidarme de esta fuga -continuó sin dejarse intimidar por el ceño de Swan-. Pero después de ésta, habrá otra y luego otra. Si Ryan no asume esta fuga, ¿cómo aceptará las que vengan después?
– La perderás -advirtió Swan.
Pierce se levantó, incapaz de permanecer sentado ante tal perspectiva.
– Puede que nunca la haya tenido -contestó. Podría soportar el dolor, se dijo. Ya sabía cómo hacerle frente. Cuando continuó, había conseguido tranquilizarse-. Ryan tiene que tomar sus decisiones. Y yo tendré que aceptarlas.
Swan se puso de pie y le lanzó una mirada furiosa.
– Vaya forma de hablar para estar enamorado.
Pierce respondió con una mirada gélida que lo hizo tragar saliva.
– En una vida de ilusiones -dijo con voz rugosa-, ella es lo único que es real.
Luego se dio la vuelta y salió del despacho.
Capítulo XVI
La actuación se emitiría a las seis en punto de la tarde. A las cuatro, Ryan ya había tenido que serenar a todo el equipo, desde atender las exigencias del director de iluminación a tranquilizar los nervios de uno de los estilistas de la peluquería. Nada como un programa en directo para desquiciar hasta a los profesionales más experimentados. En palabras de un tramoyista catastrofista, todo lo que pudiera ir mal, iría mal. No era el tipo de opiniones que Ryan quería oír en esos momentos.
Pero los problemas, las quejas, la locura que envolvía los últimos preparativos del especial la mantenían ocupada, sin darle ocasión a tirarse a llorar por las esquinas. La necesitaban y no le quedaba más remedio que mostrarse a disposición de los demás. Ryan sabía que si lo único que iba a quedarle después del espectáculo era una carrera prometedora, tenía que esforzarse al máximo por conseguir que el programa fuese un éxito.