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Éste no respondió, pero ella vio que los ojos se le oscurecían, notó que el corazón se le aceleraba debajo de su palma.

– Puedo marcharme y llevar una vida muy tranquila y rutinaria -prosiguió Ryan, dando un último paso hacia Pierce-. ¿Es eso lo que me deseas?, ¿tanto daño te he hecho como para que me desees una vida de aburrimiento insufrible? Por favor, Pierce, ¿no puedes perdonarme? -murmuró.

– No hay nada que perdonar-contestó él mirándola a los ojos-. Por Dios, Ryan, ¿no ves lo que me estás haciendo? -añadió desesperado al tiempo que le retiraba la mano que le había puesto en el pecho.

– Sí, y me alegro mucho. Tenía miedo de que me hubieses expulsado de tu corazón. Voy a quedarme, Pierce. No puedes hacer nada para echarme -Ryan entrelazó las manos tras la nuca de Pierce y dejó la boca a un centímetro de la de él-. Dime otra vez que me vaya.

– No… No puedo -Pierce la aplastó contra su torso. Luego bajó la cabeza y se apoderó de su boca. Devoró sus labios en un beso ardiente y doloroso y notó que Ryan respondía con la misma fiereza-. Es demasiado tarde… No volveré a dejarte la puerta abierta, Ryan. ¿Entiendes lo que te digo? -murmuró sin dejar de abrazarla.

– Sí, te entiendo -Ryan echó la cabeza hacia atrás para verle los ajos-. Pero también estará cerrada para ti. Y pienso asegurarme de que no puedas saltar este cerrojo.

– Nada de fugas. Ninguno de los dos -dijo justo antes de capturar su boca de nuevo con tanta fogosidad como desesperación-. Te quiero, Ryan. Te amo. Lo perdí todo cuando me dejaste -afirmó mientras le cubría la cara y el cuello de besos.

– No volveré a dejarte -aseguró ella. Luego le sujetó la cara entre ambas manos para detener sus labios-. Me equivoqué pidiéndote que no hicieras la fuga. Me equivoqué al salir corriendo. No confiaba suficientemente en ti.

– ¿Y ahora?

– Te quiero, Pierce, tal como eres.

Éste la abrazó de nuevo y posó la boca sobre su cuello.

– Preciosa Ryan, eres tan pequeña, tan delicada. ¡Dios, te deseo tanto! Vamos arriba, a la cama. Deja que te haga el amor como es debido.

El pulso se le disparó al oír las palabras roncas y serenas de Pierce. Ryan respiró profundo, le puso las manos en los hombros y se apartó.

– Tenemos que resolver lo del contrato.

– A la porra el contrato -Pierce trató de abrazarla de nuevo.

– Ni hablar -Ryan dio un paso atrás-. Quiero que esto quede zanjado.

– Ya te firmé el contrato: tres especiales en tres años -le recordó Pierce impaciente-. Venga, ven.

– Éste es nuevo -insistió ella sin hacerle caso-. Un contrato en exclusiva para toda la vida.

– Ryan, no voy a atarme a Producciones Swan para toda la vida -contestó él frunciendo el ceño.

– A Producciones Swan no -repuso ella-. A Ryan Swan.

La respuesta irritada que colgaba de la punta de su lengua no llegó a materializarse. Ryan vio que el color de sus ojos cambiaba, se intensificaba.

– ¿Qué clase de contrato?

– Un contrato entre tú y yo, en exclusiva, para toda la vida -repitió. Ryan tragó saliva. Empezaba a perder la confianza que la había impulsado hasta ese momento.

– ¿Qué más?

– El contrato tiene que entrar en vigor de inmediato e incluir una ceremonia oficial y una celebración que tendrá lugar lo antes posible. El contrato incluye urca cláusula sobre descendencia -añadió y vio que Pierce enarcaba una ceja-. El número de descendientes es negociable.

– Entiendo -dijo él al cabo de un momento-. ¿Alguna cláusula de penalización?

– Sí, si intentas romper alguna de las condiciones, tengo derecho a asesinarte.

– Muy razonable. Su contrato es muy tentador, señorita Swan. ¿Cuáles son mis beneficios? -preguntó Pierce.

– Yo.

– ¿Dónde firmo? -Pierce la estrechó entre los brazos de nuevo.

– Justo aquí -Ryan suspiró y le ofreció la boca. Fue un beso delicado, prometedor. Dio un gemido y se apretó contra Pierce.

– Esa ceremonia, señorita Swan -Pierce le mordisqueó el labio inferior al tiempo que le recorría el cuerpo con las manos-, ¿cuándo cree que tendrá lugar?

– Mañana por la tarde -contestó Ryan y soltó una carcajada-. No pensarías que iba a dejarte tiempo para fugarte, ¿no?

– Vaya, veo que he encontrado la horma de mi zapato.

– Totalmente -Ryan asintió con la cabeza-. Te advierto que tengo algunos ases debajo de la manga -añadió al tiempo que agarraba las cartas del Tarot. Ryan sorprendió a Pierce barajándolas con destreza. Llevaba meses practicando.

– Muy bien -Pierce sonrió-. Estoy impresionado.

– Todavía no has visto nada -le prometió ella sonriente-. Elige una carta. La que quieras.

***