Выбрать главу

Locke suspiró y se miró las manos vacías.

Por fin, en voz baja, anunció:

—Creo que lo haré. Explicarte las cosas. Quizá.

Washen luchó por no decir nada y por ahogar la emoción que sentía. En lugar de eso, asintió.

—¿Cómo está nuestro hogar? —preguntó con voz dulce.

—Cambiado —soltó él. Se elevaron unos ojos grandes, asombrados—. No te das cuenta, madre. ¡Ha sido un siglo muy largo!

Locke no podía dejar de hablar, las palabras salían a presión.

—Para cuando llegué a casa los unionistas habían desaparecido. Conquistados. Disueltos. Había tantos simpatizantes y creyentes declarados dentro de vuestras fronteras que fue una invasión fácil. Ciudad Hazz estaba limpia y tranquila, y muy poco había cambiado. —Hizo una pausa—. Durante un tiempo —dijo. Se peinó el cabello dorado con las dos manos—. Volvimos Till y yo, y Till hizo que detonara las cargas de Diu para cerrar el hueco de arriba. Luego dio un discurso ante todos. De pie en vuestro templo principal, con la cabeza de Miocene a sus pies, les dijo a todos cómo se unirían nuestras sociedades, y cómo con la unión todos seríamos más fuertes, formaríamos parte de los planes definitivos de los constructores y pronto, muy pronto, todo quedaría explicado. —El joven tomaba bocanadas rápidas, profundas—. No reconocerías Médula. Ahora es un sitio muy extraño.

Washen resistió el impulso de preguntar: «¿y cuándo no fue extraño?»

Pero Locke adivinó sus pensamientos. Ladeó la cabeza como si fuera a reñirla y luego, con un jadeo desesperado anunció:

—Ya queda muy poco tiempo.

—¿Por qué? ¿A qué te refieres?

—No estoy seguro —le confesó Locke.

—Con exactitud, ¿qué sabes? —preguntó Washen con voz baja y cortante.

—Había calendarios. Till quería que recuperásemos la nave antes de que cambiara de rumbo. Antes de la aceleración de hoy, si era posible. —Sacudió la cabeza y bajó los ojos—. Desde que te fuiste, nuestra población se ha multiplicado por diez. Fábricas tan grandes como ciudades. Hemos estado produciendo armas y entrenando soldados, y hemos fabricado unas enormes y aburridas máquinas diseñadas para excavar hacia arriba. Y también hacía abajo.

—Hacia abajo —dijo Washen, y se acercó un poco más. Luego, emocionada y sin aliento le preguntó—: ¿Dónde encontrasteis la energía para alimentar todo esto? Locke se examinó los dedos de los pies.

—Till lo sabía —lo animó ella—. Lo de Diu, lo sabía. Y es probable que casi desde el principio. —Luego, porque podría estar equivocada por completo, añadió—: Solo así me lo explico.

Su hijo asintió apenas.

Washen no se pudo permitir el lujo de sentirse orgullosa de su astucia. En lugar de eso cayó de rodillas delante de Locke y lo obligó a mirarla a los ojos.

—Till sabía lo de los escondites secretos de Diu. ¿Verdad?

—Sí.

—¿Cómo? ¿Vio a tu padre utilizarlos?

Locke dudó, se pensó la respuesta.

—Cuando Till era pequeño, justo después de sus primeras visiones, encontró un escondite. Lo encontró, lo vigiló y, al final, Diu salió de él.

—¿Qué más sabía?

—Que Diu le estaba facilitando las visiones. Diu contaba historias sobre los constructores y los inhóspitos. Washen tuvo que preguntarlo.

—¿Por qué se lo creía Till?

Una reprimenda en la mirada, seguida por una advertencia brusca.

—Comprendió que papá era un agente. Un receptáculo. —Locke sacudió la cabeza—. El cuenco de acero no tiene que creer en el agua que aplaca la sed de un hombre.

—Cierto —dijo Washen.

—El día que nacieron los rebeldes…

—¿Qué pasa con él?

—Ese valle, el lugar al que os llevé… El escondite de hiperfibra estaba metido dentro de una de esas grietas… y pasamos justo al lado. Washen no dijo nada.

—Yo no lo sabía. Entonces no. —Se filtró una pequeña carcajada amarga—. Años antes, Till le había preguntado a su madre por los sistemas de seguridad. Cómo funcionaban, cómo se les podía engañar. Miocene pensó que era algo que debía saber un capitán, así que se lo enseñó. Después, Till se metió en el interior del escondite y convenció a su IA de que era Diu y bajó con ella al interior de Médula. Debajo de todo ese hierro húmedo, y del calor, encontró la maquinaria que alimenta los contrafuertes.

—De acuerdo —dijo Washen en voz baja.

—De ahí es de donde procede casi toda nuestra energía —siguió su hijo—. El núcleo es un reactor de materia-antimateria.

—¿Lo has visto? —preguntó ella.

—Solo una vez —respondió Locke. Y luego recordó a Washen, o quizás a sí mismo—: Till confía en mí. Después de volver a Médula y después de que Miocene renaciera, nos llevó allí abajo. Para enseñarnos el lugar. Para explicarnos lo que sabía y cómo. Todo. —Otra pausa—. Miocene estaba encantada. Hizo que construyeran un conducto que aprovecha las energías. Afirma que el reactor, una vez que se comprenda del todo, transformará la Vía Láctea, y a la humanidad, y a todos nosotros.

—¿Ese lugar ofrece alguna respuesta? —preguntó Washen—. ¿Nos dice algo nuevo sobre la Gran Nave?

Locke sacudió la cabeza, su decepción ribeteada de ira.

Con voz lastimera la llamó madre y la miró a los ojos. La miró y suspiró, y como si se dirigiera a una niña pequeña le preguntó:

—Si Médula se oculta dentro de la nave, y si esta maquinaria se oculta dentro de Médula… ¿qué te hace pensar que estos misterios llegan alguna vez a su fin?

—¿Hay algo incluso más allá? —balbució ella.

Un asentimiento rápido, tenso.

—¿Lo has visto?

Una vez más el joven se miró los dedos de los pies.

—No —admitió. Luego, después de coger aire unas cuantas veces, dijo—: Solo Till ha llegado a esa profundidad. Y quizá, supongo, Diu.

—¿Tu padre?

—También era el padre de Till —le soltó Locke—. Till siempre lo sospechó. En secreto. Y en secreto hizo que nuestros mejores genedetectives descifraran los patrones genéticos. Solo para estar seguro.

Washen asimiló en silencio la última revelación.

—¿Es eso todo lo que quieres contarme? —preguntó—. ¿Que Till es tu hermanastro y que la nave está llena de misterios?

—No —respondió Locke.

Alzó los ojos hacia las altísimas setas y las grises insinuaciones del tejado de hiperfibra.

—Tengo ciertas ideas —admitió, angustiado y cansado—. Dudas. Durante el último siglo, desde que maté a Diu… he escuchado los planes de Till, y los de Miocene, he ayudado a cumplir todos los plazos, he observado lo que le han hecho a Médula y al pueblo…, un lugar que ya ni siquiera reconozco. —Locke respiró hondo—. Cuando miro en mi interior, me hago preguntas.

Bajó los ojos, desesperado por encontrar a su madre.

Pero Washen se negó a abrazarlo otra vez. Se puso en pie y dio un paso atrás, y por fin, con voz lenta, dura e inmisericorde, preguntó:

—¿Eres uno de los constructores?

Los ojos grises se cerraron de golpe.

—Eso es lo que te preguntas, ¿verdad? —Después, Washen elevó la mirada al cielo—. Porque si no sois las cándidas almas de los constructores renacidas, por casualidad o a propósito…, quizá Till y tú y el resto de los rebeldes… ¡quizá seáis los inhóspitos renacidos!

44

Cada rostro era rebuscado y completamente único, y cada uno tenía una belleza sólida e inesperada que siempre se hacía obvia con el tiempo.