—Salvo que no es eso lo que yo propongo —respondió Washen.
El rostro abotargado absorbió las palabras, luego volvió a abrir la boca. Pero Miocene no emitió ningún sonido.
—Piensa en más tiempo incluso —aconsejó Washen. Luego miró a Aasleen, a Promesa y a Sueño—. Locke me lo explicó. En el centro de Médula se crea hidrógeno y antihidrógeno. Cada uno se funde con su propia clase. Y las dos clases de ceniza de helio se funden y se convierten en átomos de carbono. Un proceso que produce las dos clases de hierro, clases que el reactor reúne para luego aniquilarlas a las dos. Y las energías producidas por esta pequeña brujería alimentan los contrafuertes, las industrias rebeldes, y hacen que Médula se expanda y se contraiga como un gran corazón.
—Hemos oído hablar del motor de los contrafuertes —sugirió Aasleen.
Washen asintió y luego dijo:
—Bajo nuestros pies hay una especie de Creación.
Unos cuantos rostros hambrientos asintieron con gesto de complicidad.
Miocene estaba furiosa, pero no dijo nada.
—Siempre hemos aceptado que la nave se talló a partir de un Júpiter normal —continuó Washen—. Y Médula se debió tallar a partir del núcleo de ese Júpiter. Pero creo que en eso nos hemos confundido. Creo que lo entendimos al revés. Imaginad una inteligencia antigua y poderosa. Pero no orgánica. Evoluciona en ese entorno rápido, denso y rico del primer universo. Utiliza el motor que hay bajo nosotros para crear hidrógeno, carbono y hierro. Crea cada uno de los elementos. Nuestra nave pudo haberse construido desde cero. De la nada. Quizás antes de que el universo estuviera lo bastante frío y lo bastante oscuro para que la materia normal se formara sola, alguien construyó este lugar. Un laboratorio. Una forma de asomarse al futuro lejano, muy lejano. Aunque si eso es verdad, me preguntó por qué iban a lanzar estos constructores su imaginativo juguete tan lejos.
La cámara estaba en silencio. Alerta.
—Pistas —dijo Washen—. Están por todas partes, y es de suponer que son obvias. Pero la mente que nos las dejó era extraña, y creo que tenía una prisa horrible.
Levantó la vista para mirar el puente de diamante y respiró hondo.
—Médula. —Luego miró a Aasleen antes de decir—: Es una conjetura. Casi. Pero hay buenas razones para pensar que Médula podría haber sido el primer lugar en el que evolucionó la vida orgánica. Bajo un cielo brillante iluminado por los contrafuertes, en un entorno frío y vacío comparado con el universo que lo rodeaba, nacieron los primeros microbios, que luego evolucionaron hasta convertirse en una amplia serie de organismos complejos. Este lugar solo sirvió de sofisticado escenario en el que los reinos y filos futuros desarrollaron su primera y tentativa existencia.
»Los motores, los tanques de combustible y los hábitats se construyeron más tarde. Lo que se aprendió aquí se aplicó a su diseño. Los humanos encontraron escaleras intactas que esperaban pies humanoides. ¿Por qué? Porque según la investigación de los constructores, era inevitable que la evolución orgánica construyera criaturas como nosotros. Hallamos controles medioambientales listos para regular atmósferas y temperaturas según las fisiologías de nuestros pasajeros. ¿Por qué? Porque los constructores solo podían suponer nuestras necesidades concretas y ansiaban ser útiles.
«¿Recordáis nuestra antigua investigación genética? —preguntó a Promesa y a Sueño—. Las formas de vida de Médula son antiguas. Más diversidad genética que todo lo encontrado en mundos normales. Lo que suele insinuar que este es un lugar muy, muy antiguo…
—¿Y qué pasa con esos primeros humanoides? —preguntó Sueño—. ¿Qué les pasó?
—Se extinguieron —respondió su hermana al instante—. Aquí lo que hace falta son especies pequeñas y muy adaptables. No grandes simios que lo aporrean todo con sus grandes pies.
Aasleen levantó una mano y luego planteó una pregunta:
—No lo entiendo. ¿Por qué construir una máquina tan grande y maravillosa para luego tirarla? Quizá me domine la ingeniera que hay en mí, pero eso me parece un desperdicio mezquino.
Washen balanceó la cadena con el reloj.
—Pistas —dijo de nuevo.
Luego le dio una vuelta al reloj y lo lanzó por el pasillo. Una docena de manos flacas se extendieron sin alcanzarlo, y la brillante cajita de aleación golpeó el suelo con un chasquido duro y resbaló hacia el otro extremo de la cámara, donde se introdujo en las sombras y se perdió de vista.
—No solo lo tiraron, sino que lo lanzaron hacia donde estaban seguros que no iba a chocar con nada durante mucho, mucho tiempo. —Hablaba con lentitud, con certeza y sin prisas—. Lo enviaron a través de un universo en expansión, y se aseguraron de que perforara cada muro de galaxias por donde más fino fuera. No querían que lo encontrara nadie, es obvio. Y si el movimiento de la nave hubiera variado en un trocito nanoscópico, también habría evitado nuestra galaxia. Nos hubiera evitado a nosotros y habría continuado hasta salir del grupo local y entrar en otro reino vacuo, donde pasaría desapercibido durante otros quinientos millones de años.
Hizo una pausa antes de proseguir.
—Los constructores. —Sacudió la cabeza, sonrió y admitió—: Nunca quise creer en ellos. Pero son reales, o al menos lo fueron. Diu percibió de alguna forma una parte de su historia. Y también Till. Igual que todos los rebeldes. Por una cuestión cultural o por una epifanía planeada, los humanos tienen la capacidad de absorber y creer en una historia que es probable que tenga más de quince mil millones de años: la historia de los comienzos de nuestra creación; y a pesar del cojín del tiempo, es una historia que sospecho que todavía es importante. Todavía inmensa. Ahora y siempre, ¡y creo que tenemos que enfrentarnos a ese hecho improbable!
Miocene estaba mirando el suelo, el rostro tenso y sorprendido, los puños caídos a los lados y olvidados.
Un capitán arrastró los pies hacia Washen y le colocó el reloj roto en la mano extendida.
Washen le dio las gracias y esperó a que se sentara de nuevo.
—Si los constructores eran reales —dijo con voz cauta—, entonces tuvieron que existir los inhóspitos. Salvo que yo creo que los rebeldes ven las cosas al revés, en cierto modo. Los inhóspitos no llegaron desde el exterior para intentar robar la Gran Nave. Al menos no según nuestro sentido de la geometría. —Dudó un momento sin llegar a mirar a los capitanes. Luego preguntó—: ¿Para qué se iba a construir una gran máquina y luego se iba a tirar, o lanzarla lo más lejos posible? Porque la máquina tiene un propósito, concreto y terrible. Un propósito que exige aislamiento y distancia, además de la seguridad relativa que acompaña a esas ventajas.
»No puedo saberlo con seguridad, pero yo creo que la nave es una prisión.
»Bajo nosotros, bajo el hierro caliente e incluso bajo el motor de los contrafuertes, vive al menos un inhóspito. Eso creo. Los contrafuertes son sus paredes. Sus barrotes. Médula se hincha y se contrae para alimentar los contrafuertes y mantenerlos en buen estado. Los constructores supusieron que aquellos que primero subieran a la nave serían cautos y meticulosos, y que pronto encontrarían Médula. Que la encontrarían y la descifrarían. Pero los pobres constructores no supusieron, excepto quizá en sus pesadillas, que nuestra especie llegaría aquí y no se daría cuenta de nada, y que luego convertiría la prisión en una nave de pasajeros, un lugar repleto de lujo y pequeñas vidas interminables.
Washen hizo una pausa para respirar.
Durante un buen rato Miocene no dijo nada. Luego, en voz baja y furiosa preguntó: