Выбрать главу

Fue entonces cuando Washen conoció a su primer alienígena.

Los fénix machos eran siempre hermosos, pero este lo era de una forma excepcional. Lo que pasaba por plumas era de un color dorado brillante ribeteado por el negro más oscuro, y un rostro elegante y eficaz que parecía ser todo ojos y pico. Los ojos eran de un suntuoso color verde cobrizo, brillantes como gemas pulidas. El pico era del vivido color del jade, duro y obviamente afilado. Lo abría cuando cantaba y lo dejaba abierto después, sin cesar un momento de tragar los litros de aire que necesitaba aunque solo fuera para posarse en algún sitio y vivir.

El aparato que llevaba en el pecho traducía su elaborada canción.

—Hola —le dijo a Washen. Luego la llamó «portadora humana de huevos».

Había varios jóvenes humanos en la delegación, pero Washen era su líder. La joven debía seguir el protocolo fénix, así que sorteó todas las preguntas y habló en nombre de los demás, siguiendo una larga lista de temas que habían acordado semanas antes.

—Queremos ayudaros —le aseguró Washen.

Su traductor cantó esas palabras en apenas un instante, si es que llegó a eso.

—Queremos que seáis libres de moveros y vivir donde os plazca a bordo de la nave —les dijo la joven—. Y hasta que eso pueda ocurrir, queremos que vuestra vida aquí sea tan cómoda como sea posible.

El fénix cantó su respuesta.

—A la mierda la comodidad —dijo su caja.

Una profunda inquietud se transmitió por la delegación humana.

—¿Cómo te llamas, portadora humana de huevos?

—Washen.

No había traducción, lo que significaba que era un sonido imposible. Así que el joven fénix tragó un bocado de aire y emitió una nota que salió como «Pluma Nevada».

A Washen le gustó el nombre y así lo dijo. Luego se le ocurrió preguntar:

—¿Cómo te llamas?

—Ejemplo Supremo de Virilidad —respondió él.

Washen se echó a reír, pero solo por un segundo. Luego, en voz baja, con cautela, dijo:

—Viril. ¿Me permites llamarte Viril?

—Sí, Pluma Nevada. Te lo permito. —Luego las plumas que rodeaban el pico de jade se levantaron (una sonrisa fénix, recordó) y la criatura estiró uno de sus largos brazos, dejó atrás el hombro de Washen y con una mano pequeña y fuerte acarició con dulzura, con mucha dulzura, el borde sobresaliente de la enorme ala de la humana.

Todos los presentes en la delegación llevaban correas.

Sus alas se impulsaban con reactores del tamaño de pulgares y las guiaban los músculos del portador y, lo que era más importante, elaborados sensores y reflejos engastados. Durante los siguientes diez días, tiempo humano, iban a vivir entre los fénix como observadores y delegados. Dado que no había parte de la instalación que quedara fuera del alcance de la vigilancia, no existía peligro manifiesto. Por muy espesas que fueran las nubes intermedias o por mucho ruido que hicieran los truenos, los niños no podían hacer nada que no se observara y grabara; cada una de sus bienintencionadas palabras era pronunciada ante un público más amplio y muchísimo más suspicaz.

Quizá fue por eso por lo que Pluma Nevada tomó como amante a Viril.

Fue un acto provocador, desafiante y totalmente público, y la joven solo podía esperar que la noticia se abriera camino hasta sus padres.

O si dejamos a un lado el cinismo, quizá fuera algo parecido al amor, o al menos a la lujuria. Quizá lo provocó el propio alienígena y ese espléndido paisaje de extraños ensueños, y la alegría pura y sensual que se sentía con aquellas poderosas alas, y la sensación del viento deslizándose sobre la piel desnuda.

O podemos negar el amor y dejar la curiosidad como causa primordial.

O se puede dejar a un lado la curiosidad y llamarlo un acto de gran profundidad política provocado por la valentía, o por el idealismo, o por las formas más simples y malvadas de la ingenuidad.

Fuera cual fuera la razón, la joven humana sedujo a Viril.

En la cima de una selva aérea, con la larga espalda apretada contra la piel cálida y lisa de una cámara de aire vegetal, Pluma Nevada le pidió al alienígena una muestra de afecto. La exigió, incluso. Él no tardó en terminar, y tampoco en comenzar de nuevo. Y era incansable: mantenía sobre ella su cuerpo poderoso, cálido como un horno, de una elegancia imposible. Y sin embargo sus geometrías no se engranaban. Al final, fue ella la que le rogó:

—Basta. Para. Déjame descansar, ¿de acuerdo?

Su cuerpo estaba lacerado, y no solo un poco.

Con mirada curiosa, aunque estaba claro que en absoluto inquieta, su amante contempló la sangre que fluía entre sus piernas agotadas, de color carmesí al principio, pero ennegrecida bajo el aire hiperoxigenado. Luego la sangre se coaguló y la piel rasgada comenzó a curarse. Sin cicatrices y con un mínimo de dolor, lo que habría sido una herida mortal en una época anterior se había desvanecido sin más. Jamás había existido.

Viril esbozó una amplia sonrisa, como siempre hacían los fénix, y no dijo nada.

Pluma Nevada quería palabras.

—¿Cuántos años tienes? —estalló. Y cuando no hubo una respuesta, volvió a preguntar. Esta vez más alto—: ¿Cuántos?

Él respondió utilizando el calendario fénix.

Viril tenía algo más de veinte años estándar. Lo que lo convertía en un fénix de mediana edad. Casi ya en la vejez, de hecho.

Pluma Nevada hizo una mueca y luego le dijo a su amante:

—Puedo ayudarte.

Él cantó una respuesta y su traductor preguntó:

—¿De qué modo, ayudar?

—Ayuda médica. Puedo hacer que sustituyan tu ADN por una genética mejor. Que reemplacen tus membranas lípidas con tipos más duraderos, etcétera. —Se sorprendió ella más que él al contárselo—: Las técnicas son complicadas, pero de una eficacia probada. Tengo amigos a cuyos padres médicos les entusiasmaría tener la oportunidad de reconfigurar tu carne.

El graznido significaba «no».

La joven reconoció aquel sonido desafiante aun antes de que el traductor dijera que no con un tono frío y áspero.

Luego él rugió «nunca» mientras se ponían de punta aquellas encantadoras plumas doradas que hacían que su rostro y su gran cuerpo parecieran incluso más grandes.

—No creo en vuestra magia.

—No es magia —contestó ella—, y la mayor parte de las especies la usa.

—La mayor parte de las especies es débil —fue su respuesta instantánea.

Pluma Nevada sabía que debería dejar el tema. Pero con una mezcla de compasión y piedad, además de una buena dosis de terquedad esperanzada, advirtió a su amante:

—No va a haber cambios pronto. A menos que puedas prolongar tu vida, jamás irás a ningún otro sitio salvo este, dentro de tu pequeña prisión.

Silencio.

—Jamás volarás a otro mundo, y mucho menos a tu mundo natal. Hubo un gañido musical y las plumas giraron con un encogimiento de hombros del fénix.

—Un hogar es suficiente para un alma verdadera —le informó el traductor—. Aunque ese hogar sea una jaula diminuta.

Otro gañido.

—Solo los débiles y los que carecen de alma necesitan vivir durante eones — afirmó Viril.

Pluma Nevada no se enfureció ni se quejó. Su voz era firme y seria cuando respondió:

—Según esa lógica, yo soy débil.

—Y careces de alma —asintió él—. Y estás condenada.

—Podrías intentar salvarme, ¿no es cierto?

El rostro alienígena la miró confundido, si acaso. El pico se acercó y la muchacha olió el aliento ventoso y, por primera vez, durante un terrible instante, a Washen le asqueó aquel suntuoso hedor de la carne.

—¿No merezco que me salven? —lo presionó ella.