«Como prisionero», quería decir.
La mujer no aprobó el comentario. Lo dijo con una mirada dura y luego, con calma y sin ambages, se lo explicó a Pamir.
—En un futuro cercano habrá visitas guiadas. Por supuesto. Es un mundo precioso, y estoy segura de que será un destino muy popular.
Algunos de los pasajeros asintieron con gesto amable, era probable que estuvieran deseando que llegara ese día.
Luego el tarambana eructó con un sonido seco y atrajo la atención de todos.
—Tengo una pregunta mejor que la suya —aseguró.
—Desde luego —dijo la mujer.
—¿Me permiten unirme a los rebeldes?
La pregunta provocó un silencio nervioso. Después, la mujer sonrió serena y sinceramente, y ofreció una respuesta honesta.
—No lo sé —dijo al alienígena—. Pero cuando me encuentre de nuevo en compañía de Till, tenga por seguro que le preguntaré…
La interrumpió un movimiento repentino.
Brusco y pequeño. Pero el movimiento se notó. Los clientes de las otras mesas bajaron los ojos asombrados y vieron que la superficie de sus bebidas se ondulaban cuando el techo, las paredes y el suelo de piedra rígida temblaron.
Un sonido siguió al movimiento. Hubo un rugido muy, muy bajo que lo barrió todo, recorrió a gran velocidad la avenida y se adentró en la nave.
Washen fingió sorprenderse.
Pamir lo hizo mejor. Enderezó la espalda y miró a la agente, y con una voz que bordeaba el terror preguntó:
—¿Qué cojones ha sido eso?
Ella no lo sabía.
Durante un largo momento los cinco rebeldes estuvieron tan perdidos como los demás. Luego, Washen sugirió una explicación obvia:
—Fue un impacto. —Miró a sus compañeros—. Ha sido un cometa. Estamos acercándonos a la siguiente estrella y al agujero negro… Debe de haber sido uno de sus cometas el que nos ha golpeado.
Se corrió la voz por todo el café y se fundió con la misma explicación que se iba generando por toda la larga avenida.
La rebelde estaba intentando creer a Washen. Pero entonces oyó un anuncio general que emitieron a través de un nexo implantado y que le explicó lo suficiente para que se estremeciera como si le doliera algo; luego gruñó por lo bajo, se volvió hacia sus compañeros y anunció:
—Uno de los motores… ha fallado. —Entonces pareció darse cuenta de que no debería haber hablado con tanta libertad, y conjuró una sonrisa que enmarcó sus siguientes palabras—. Pero todo está bajo control —les dijo a todos, aunque su expresión y su tono decían justo lo contrario.
Los rostros humanos adquirieron una expresión herida o bien se rieron atolondrados y nerviosos. Los alienígenas digirieron las noticias con todo tipo de reacciones, desde la calma hasta un grito de feromonas, el aire del café de repente atestado de hedores extraños y sonidos desgarradores e indigestos.
Llegó otro mensaje por un canal seguro. La mujer ladeó la cabeza; el anuncio había cautivado su atención. Luego le gritó a su equipo:
—Conmigo. ¡Ahora!
Los cinco rebeldes echaron a correr a toda velocidad.
Si acaso, eso empeoró la sensación de pánico. Los clientes comenzaron a investigar lo que pasaba en los servicios de noticias oficiales y también en los océanos de rumores. Las proyecciones holográficas cubrían las mesas y el lustroso suelo de granito, y bailaban en el aire. Uno de los dos motores de encendido de la nave había caído en un sueño prematuro. No se sabía nada más con seguridad. Mil autodenominados expertos aseguraron que no había combinación de errores que pudiera provocar un mal funcionamiento, desde luego nada así de catastrófico. Una y otra vez las voces mencionaron el término más directo: «sabotaje».
En menos de tres minutos, sesenta y cinco individuos y organizaciones fantasma se habían responsabilizado de la tragedia.
Washen lanzó a Pamir una breve mirada.
Su amigo no hizo nada. Después, tras unos momentos anunció:
—Tenemos que irnos —y se puso en pie. Miró avenida arriba, parecía estar decidiendo la ruta que los llevaría al siguiente escondite—. Por aquí —dijo, y cogió al tarambana por el codo puntiagudo y lo convenció para que lo acompañara.
En perpendicular a la avenida había un túnel estrecho y medio iluminado.
Pamir y el falso alienígena caminaban uno al lado del otro, pasaron por una puerta automática y entraron en una atmósfera más cálida y cargada. Cuando el túnel dobló a la derecha apareció una figura pequeña y veloz. El negro del uniforme hacía que se fundiera con la penumbra.
No había espacio para tres cuerpos.
La colisión fue repentina, violenta y totalmente unilateral. El agente de seguridad se encontró tirado de espaldas, mirando el rostro alienígena ilegible que tenía encima. —Mis disculpas —dijo Pamir mientras se arrodillaba. Le ofreció al agente una gran mano.
El rebelde lanzó un grito salvaje y profundo. Y fue entonces cuando apareció el resto de su pelotón, que doblaba la esquina para encontrarse con que, al parecer, estaban atacando a uno de los suyos. Se desplegaron armas. Se gritaron advertencias bruscas.
—¡Atrás! —dijo a todos el rebelde más ruidoso.
El tarambana siguió actuando según su naturaleza.
—Yo me quedo aquí —bramó—. Tú te quedas ahí.
Un cartucho cinético le entró por el cuello y borró la carne y los huesos de cerámica, pero no se dañó nada vital y la automatización apenas flaqueó. Las largas manos se lanzaron hacia el techo mientras la caja traductora gritaba:
—¡No, no, no, no!
Aterrorizados, todos los rebeldes dispararon contra el monstruo.
La cabeza cayó hacia atrás, cabalgando sobre un gozne de cuero, y los láseres disolvieron las piernas, con lo que el gran cuerpo cayó con fuerza sobre los muñones de las rodillas. Luego, un cartucho explosivo penetró en el torso y expuso un humano atado en un fardo secreto, envuelto en un sobre de silicona transparente.
Locke se quedó mirando a los agentes armados. Era fácil leer su expresión. Se había apoderado de el un terror puro y abrasador; la sorpresa fue total y los desarmó.
Muy cerca de él, Washen vio sus enormes ojos y poco más.
Todas las armas apuntaban hacia él. Hubo un resbaladizo momento en el que todo era posible, y quizá decidieran dejar los láseres y liberarlo. Quizá. Pero entonces Washen se lanzó hacia su hijo gritando «¡no!».
Dispararon.
Lo último que Locke vio fue a su madre intentando cubrirlo con su cuerpo inadecuado, y luego un resplandor de color púrpura que se ex tendía hasta la eternidad.
42
Una cadena de explosiones diminutas, casi exquisitas, había destrozado válvulas y estaciones de bombeo. Ninguno de los objetivos era vital. La Gran Nave no era nada, salvo excesos construidos sobre sólidos excesos. Pero los efectos acumulados fueron catastróficos: un lago de hidrógeno presurizado se depositó en el peor de los lugares posibles, y un último sabotaje hizo que una botella magnética fallara y una masa espejada de antihidrógeno metálico cayera en el lago repentino; el estallido resultante abrió una herida llena de plasma de más de doce kilómetros de anchura. El inmenso cohete resonó y luego se apagó.
A los pocos segundos, las fuerzas de seguridad estaban en máxima alerta y se reunían en un puesto predeterminado para la gestión de desastres.
En pocos minutos, utilizando láseres y dientes de hiperfibra, un barrenero se abrió camino por la parte más fina de escoria y una cabeza de repuesto empujó hasta salir al espacio abierto con la boca llena de ampollas debido a los plasmas residuales, en los ojos un arco iris de duras radiaciones.
Miocene no vio nada salvo el arco iris. Luego cerró ese par de ojos y abrió los suyos para ver la mirada dura de su hijo.