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Tú has visto, oh Señor, mi agravio

Defiende Tú mi causa.

Lamentaciones 3:59

Capítulo 1

– Es un gandul, como su viejo, pero ¿qué se le va a hacer?

Barry Caldwell levantaba los brazos en tono suplicante y los hombres que estaban en la taberna sonrieron con él, aunque de forma forzada. Barry los observó detenidamente y se dio cuenta de una cosa: se la había jugado a la persona equivocada.

Patrick Brodie, sin embargo, estalló en carcajadas.

Se lo habían dicho en tono de broma en muchas ocasiones, pero él sabía que era cierto. Barry había sido sincero y no andaba equivocado, pero, al igual que le había sucedido a otros muchos hombres, empezaba a darse cuenta de que Patrick Brodie no era una persona con la que uno debía enfrentarse.

Pat sabía, mejor que ninguno de ellos, quién era su padre en realidad. Al contrario que los hombres que le rodeaban, sabía de lo que era capaz de hacer con tal de conseguir lo que quería. Durante toda su vida había abusado de él, lo había despreciado y lo había tratado como a una mierda. Se debía, en parte, a que su padre era un borracho irlandés con la boca muy grande y un vicio por el juego que no podía costearse. En consecuencia, su hijo, Pat Junior, era introvertido, casi abstemio y se ganaba la vida, entre otras cosas, apostando.

Su padre también lo despreciaba porque había sido abandonado por su madre, porque no había ido a la escuela y porque esquivó ingresar en el ejército con esa sonrisa y esa natural ambivalencia que le caracterizó desde muy pequeño.

No tenía intención de combatir por un país que oprimía a sus hombres y que no les ofrecía otra cosa que trabajos humillantes. Se lo dijo claramente al comandante en jefe, además de haber robado armas del arsenal; el mercado negro, en aquellos tiempos, aún estaba en su auge y lo había utilizado para sus propios fines.

Lo habían encerrado en la cárcel militar durante un año y, durante ese tiempo, aprendió mucho de la vida, de las condiciones humanas, pero, sobre todo, había aprendido que no tenía a nadie, salvo a sí mismo.

Había heredado de su padre el espíritu luchador y de su madre esa indiferencia por los demás, así como su habilidad para reescribir la historia cuando a ella le convenía; una combinación que le había proporcionado muy buenos resultados en más de una ocasión.

El ejército lo expulsó con un suspiro de alivio y una nota de deshonor porque se peleaba con cualquiera que le llevara la contraria. Invariablemente, siempre vencía. Cuando le echaron, él se sintió tan aliviado como ellos.

La última fase de esa educación era hacer el negocio del siglo y asegurarse el porvenir. Barry había intentado acabar con él, cosa que no pensaba perdonar, ni olvidar. Patrick era un tipo a tener en cuenta, especialmente porque era un solitario. Él planeaba sus estafas, las recogía él mismo y se había ganado la reputación de ser un tipo con el que sólo un loco se atrevería a enfrentarse.

Los peces gordos ya estaban viejos y, en consecuencia, cada día les resultaba más difícil desempeñar su trabajo. Eran como viejas indecisas, preocupadas por las sentencias que podían caerles encima, ya que los jueces estaban dando castigos ejemplares. Ahora, sin embargo, se encontraba en un mundo que tendría que conocer. Era consciente de ello, por lo que estaba dispuesto a cambiar de postura cuando y siempre que la ocasión lo mereciese.

Su padre se había juntado con parásitos, había comprado falsas amistades a base de invitar a pintas de cerveza, les había contado sus historias, se los había ganado con su peculiar encanto irlandés. Su hijo, sin embargo, no confiaba en nadie, no necesitaba de nadie y sus instintos le habían demostrado estar en lo cierto en numerosas ocasiones. Él no tenía tiempo para la familia, ninguno de ellos había sido otra cosa que meros parásitos y ya estaba más que harto de mantener a aquellas sanguijuelas. Era un hombre al que le gustaba trabajar solo, que sólo confiaba en él y, de alguna manera, así lo aceptaba y así lo entendía.

Tenía a unos cuantos hombres jóvenes trabajando para él, pero se dio cuenta repentinamente de que, después de aquel fracaso, necesitaba prestar más cuidado a la hora de reclutar. El negocio se estaba haciendo demasiado grande para él solo. Tenía suerte de que Barry no tuviera un respaldo serio; de ser así, las cosas serían muy distintas.

Sabía que había llegado la hora de compartir su buena suerte, pero, en aquel momento, andaba a la espera de cobrar una deuda que hace tiempo debería haber saldado. Una deuda que Barry había intentado ignorar creyendo que no tenía los cojones suficientes como para ir a reclamársela.

El nombre de Brodie era sinónimo de trapicheos y sabía que lo único que se interpuso entre él y el arma de fuego aquella noche eran los rumores que siempre se levantaban sobre su persona y sobre su carácter, unidos al elemento sorpresa.

Sin embargo, había otros Barry con los que negociar, personas que, además, tenían sus credenciales. Barry se le echaría encima como un buitre en cuanto se le pasara el efecto sorpresa y se dio cuenta de que él y sus asociados eran más que capaces de desafiar a un hombre solo con un montón de pasta.

Sonrió. Luego pensó que, fuese quien fuese con quien trabara amistad, siempre sería una cara nueva, una persona joven y prometedora como él, con el valor suficiente para desafiar al más establecido de sus homólogos. El mundo estaba cambiando, los jóvenes necesitaban dinero y los viejos ajustarse al nuevo mundo. El país aún se estaba reconstruyendo, y no sólo sus edificios, sino también la economía. Los frutos eran tan jugosos que Brodie se estaba convirtiendo no sólo en un hombre con muchos medios, sino alguien al que escuchar, y sobre todo, alguien a quien respetar.

Todo había cambiado con la guerra. Patrick se dio cuenta de que empezaba una nueva era y que ese nuevo mundo donde se iba a encontrar estaba abierto a todos los esquemas posibles para ganar dinero. Eso implicaba una nueva fraternidad criminal y Brodie estaba decidido a desempeñar un papel importante en ese cambio. Era precisamente por eso por lo que había trabajado, por lo que se había convertido en el hombre que era y por lo que Barry sería derrocado.

Eran los años sesenta y la vida se mostraba agradecida con cualquiera que tuviese un poco de picardía y unas cuantas libras con las que endulzar su paso por la vida.

Patrick fue uno de los primeros en desafiar a los tipos que se parecían a Barry Caldwell y a los de su calaña. Estaba a favor de los jóvenes y en contra de los viejos.

Todos se dieron cuenta de que les había llegado la hora y, sin embargo, no fueron capaces de tomar ninguna medida preventiva. Por eso se les echaron encima.

¡Que les den por el culo! Su reputación daría tanto que hablar aquella noche que se convertiría en el hombre más conocido del East London.

Era una deuda de las grandes y venía ya de largo. Sin embargo, estaba decidido a que, cuando fuese tras Barry y sus secuaces, y se apoderara de sus negocios, todos se diesen cuenta de que él no era uno más, sino uno de los mejores. Su reputación sería tan grande que se convertiría en el pivote de un nuevo y excitante mundo que no sólo crearía, sino controlaría.

La guerra había separado a los hombres de los muchachos. Los viejos habían gobernado porque los jóvenes fueron dispersados por todos los rincones de la tierra, pero ahora se iban a dar cuenta de lo que significaba la supervivencia del más fuerte.

Sus días de mandamás se habían acabado, de una vez por tollas. Puede que ese grupillo hubiese sido el instigador de que volvieran a vivir una nueva época de esplendor, pero no iban a controlarla por más tiempo. Eran como destartaladas antigüedades, viejos decrépitos y asustados de esta nueva generación que habían tenido acceso a las armas sin tener miedo de pringarse de mierda. I labia llegado el momento de mover las piezas y estaba dispuesto a aceptar las consecuencias de sus actos.