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Miró a su madre y se dio cuenta de que ella esperaba esa misma reacción. Los segundos pasaron como años en la quietud de la cocina. Y sin embargo no dijo nada más.

Debía de ser un nuevo juego. Había sobrevivido a situaciones como ésa, por eso decidió quedarse quieta y esperar hasta que supiera exactamente qué debía hacer. Tenía la mirada puesta en el dinero que yacía inocentemente encima del mantel y le acuciaba ese dolor en los hombros que le causaba la constante tensión que acumulaba nada más cruzar el umbral de aquella casa.

Mick Diamond miró a la chica y comprendió que se sintiera atraída por un hombre como Brodie. También vio en ello su justo castigo. Aquel muchacho era capaz de matarle sin musitar la más mínima palabra y ahora el nombre de ella empezaba a ser conocido, respetuosamente además, por estar emparejado con el de Patrick Brodie. El sudor le corría por el rostro y le caía encima del chaleco, le temblaban las manos y su esposa estaba muda de asombro al ver la delicadeza con la que le hablaba.

Mick se dio cuenta de que Lily no confiaba en él y eso le preocupó. Estaba claro que no sabía el poder que ahora tenía, por eso quería ponerla de su lado antes de que lo supiera. Lo único que esperaba es que no fuese demasiado tarde.

– Prepara un poco de té para la niña y otro poco para mí. Ha estado trabajando todo el día.

Le sonrió a Lily. Ella miró a su madre, buscando una respuesta.

Annie parecía tan consternada como ella misma.

Su madre se movió con el acostumbrado nerviosismo, las tazas le temblaban en las manos. Ambas se preguntaban si era una nueva artimaña de las suyas, una artimaña contra las dos. Era un chulo y conocían su fuerza.

Sonrió mientras encendía un Senior Service, dio una profunda calada y extendió el brazo amigablemente. Le ofreció una silla a Lily.

Se sentó, obedeciendo sus peticiones como siempre, aunque se podía palpar el odio que emanaba de ella.

– ¿Dónde conociste al señor Brodie?

Entonces lo comprendió. Por primera vez en la vida descubrió que el miedo podía proporcionar paz mental, que el miedo podía cambiar la vida para mejor; siempre y cuando no fuese tu miedo, por supuesto.

Al haber vivido sometida al terror, ese sentimiento le resultó maravilloso, fue como verse libre de la esclavitud. Se dio cuenta de que, pasara lo que pasara, este hombre ya no le asustaría más. De hecho, ya parecía más pequeño, más patético y viejo. Su cuerpo estaba ahora encorvado, mientras que el suyo permanecía bien erguido. Patrick había hecho que ella se ganara el respeto en aquella casa y, por esa única razón, le amaría hasta el fin de sus días.

Se dio cuenta de que ahora era la que tenía el poder y todo se lo debía a Patrick, a Patrick Brodie, el hombre con quien pensaba casarse.

Cogió el dinero que había encima de la mesa de la cocina y se lo metió en el bolsillo. Luego sacó un paquete de cigarrillos y se atrevió a encender uno delante de sus padres. Después de dar una profunda calada replicó:

– Un té me vendrá bien. Gracias.

Su padrastro apremió a su esposa y ésta sirvió el té preguntándose constantemente qué había hecho su hija y si eso le iba a beneficiar a ella.

Patrick Brodie era muy conocido en aquella época y la esposa se dio cuenta de que, si su hija había apresado un buen partido, no le quedaría más remedio que quitarse el sombrero. No obstante, aunque los celos la corroían, al igual que su esposo, buscaba la forma de aprovecharse de esa relación en su propio beneficio.

Aquella vez sirvieron el té con azúcar y leche. Lily Diamond encendió otro cigarrillo, pensando y rezando para que Patrick nunca se cansara de ella, ya que, si eso sucedía, aquellos dos no dudarían en degollarla.

– ¿Me estás tomando el pelo?

Billy Spot se reía, pero con la persona que hablaba, no de la persona en sí, ni de su notoriamente escaso orgullo.

Desde que quitaron de en medio a Barry Caldwell, este joven se había convertido en una sensación en cuestión de días y Billy, siendo como era, esperaba saber si este nuevo estatus iba a ser para siempre. Él los había visto ir y venir a lo largo de los años y sabía cómo funcionaban las cosas. Todo se trataba de sobrevivir. En aquel momento Pat era el que mandaba y él bendeciría su altar si con ello conservaba su puesto. Él era un seguidor, no un líder, y lo sabía mejor que nadie. Pero también sabía que la muerte de Barry había provocado resquemores en su mundo y también sabía que ya se había empezado a planear la forma de desquitarse. Él mismo la había financiado, junto con otros de su calaña. Se podía permitir el lujo de ser amistoso, pero no tenía intención de dejar que le pisaran su terreno sin luchar.

– Parece una chica simpática.

La risa había desaparecido y ahora sus palabras estaban llenas de respeto y fingido interés.

Pat sonrió.

– Lo es.

A Pat le gustaba Billy e imaginó que Lil se comportaría igual que la esposa de éste. Ella había sido una mujer bien educada, a la que nunca se le había visto en ninguno de los clubes de su esposo, con la reputación de no hablar demasiado. Engendraba hijos sin armar el más mínimo escándalo y engañaba a la pasma siempre y cuando la ocasión lo requería. En pocas palabras, que era una buena mujer y Billy bendecía el suelo que pisaba.

Al igual que Billy, él también quería una buena mujer, una buena esposa, alguien en quien poder confiar aunque a uno le cayese una condena de veinte años. Su instinto le había dicho que todos esos atributos los poseía la chica que le tenía encandilado. Y así estaba: encandilado. Durante semanas no había deseado estar con ninguna otra mujer y aquello le resultaba tan extraño como no querer una copa o desperdiciar un buen negocio.

En pocas palabras: estaba desconocido.

Tenía otras cosas en la cabeza y, una vez que las resolviera, pensaba relajarse y dedicarse a cortejar a su chica. Estaba ganando un buen dinero y, cuando se casara, viviría como un rey.

Desgraciadamente, eso significaba pisotear a algunos, pero estaba preparado para la contienda y deseoso de apoderarse de cualquier cosa que se le pusiera por delante.

Era un oportunista, como su padre, pero, al contrario que él, le gustaba asegurarse de que cualquier cosa que acumulara quedara bien protegida. Sabía que Billy, al igual que Barry, no se destacaba por su tino en este nuevo mundo de trapicheos. El respeto a los mayores era todo un lujo en aquella época y, cuanto antes se dieran cuenta aquellos gilipollas, mejor sería para todos.

– ¿Tienes problemas con que venda drogas, Bill?

Billy se encogió de hombros y Patrick se quedó impresionado al ver que el hombre actuaba tan indiferentemente, cuando ambos conocían la respuesta. Se estaba apoderando de los negocios de Billy gradual e irrevocablemente. Sus hombres, de alguna manera, ya estaban trabajando para él.

Era una situación sin salida y Patrick esperaba que Billy lo entendiese y no se lamentara por los viejos tiempos.

Billy había oído rumores acerca de las represalias y se cuidaba las espaldas, pero aceptaba esa idea como un gaje más del oficio que había decidido escoger.

Los buenos tiempos de Billy habían pasado ya hace mucho, pues había cometido el error que cometen todos los hombres poderosos: no había estado en las calles desde hace años. Tan sólo escuchaba lo que le gustaba oír y ni tan siquiera se atrevía a matar a nadie, sino que confiaba en matones para que le hiciesen el trabajo sucio. Era una vergüenza para todos y cada uno de ellos.

Pat sabía que el hombre estaba esperando para ver si podía conservar aquella apariencia tan peligrosa, ya que, si lo conseguía, tendría un socio, si no como criminal, al menos para que le ayudase a establecer los locales de bebidas. Estaba dispuesto a utilizar a Billy incluso sabiendo que tanto él como sus hombres estaban poniendo dinero para verle muerto. A ninguno de ellos le había gustado que Barry ocupara tal puesto, pero ninguno de ellos quería ponerse en su pellejo.