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El sabía todo aquello, pero lo que no sabía es que si hubiera estado en el lugar de Billy, ya estaría muerto.

– ¡Mira la tonta! ¡Qué callado se lo tenía!

Constance White miró a la joven que empaquetaba cigarrillos con manos expertas en unas cajetillas que estaban a su lado; su sonrisa fue cordial y amistosa.

– No puedo creerlo -dijo-. Has pescado a Pat Brodie. La mayoría de sus amoríos le han apodado Glenn Miller porque siempre terminan en la lista de desaparecidos.

Todos se rieron y Lily se sonrojó de vergüenza.

Constance, a los veinte años, ya se había casado y tenía dos hijos. Su marido era un tipo sin cuello, con la cara llena de cicatrices por el acné y la conversación de un elefante africano. Por ese motivo, y a pesar de la admiración que sentía por sí misma, envidiaba a esa chica. Muchas mujeres habían tratado de atrapar a Brodie, ella incluida, pero siempre escurría el bulto. Había que reconocer que Lily era una chica guapa, con ese aire inocente que tanto gusta a los hombres como Brodie; como esposa, claro. Al igual que los demás, quería estar seguro de que todos los niños que llevasen su nombre, fuesen realmente suyos. A él no le gustaban los intrusos. Él tenía treinta años y ella quince. Brodie debió de pensar que todas las Navidades y cumpleaños se habían presentado de golpe.

Sin embargo, lo que más sorprendía a Constance era el cambio que había experimentado Lily. En veinticuatro horas, la chica se había engrandecido, andaba erguida, era la primera en hablar y tenía las mejillas encendidas, como se le ponen a las chicas cuando ya tienen edad de contraer matrimonio.

Connie, así era como la llamaban, sabía que esa chica -pues era una niña a pesar de su aspecto maduro no iba a ser uno de los típicos ligues de Brodie, sino la madre de sus hijos, y tuvo la sensación de que Lily los dejaría a todos más que sorprendidos.

Lily sonrió de felicidad. Gracias a Pat estaba empezando a vivir y aquella fábrica y todo lo que había en su interior serían pronto cosa del pasado. En cuanto cumpliera los dieciséis se marcharía.

En la radio se oía a Thunderclap Newman y cantó junto con sus compañeras; definitivamente, algo flotaba en el ambiente.

Patrick le había afectado de muchas maneras. Mientras empaquetaba los cigarrillos soñaba que sus cuerpos se tocaban. Añoraba sus besos, aunque estaba segura de que él le daría muchos cuando hubiese oscurecido y los dos estuvieran solos en el coche.

Billy Spot estaba de pie, a las puertas de su club de alterne en el Soho, cogido del brazo de su novia. Era una chica pelirroja llamada Velma que reunía todos los requisitos: buenas tetas, bonitos dientes y unas piernas largas y delgadas. Bill llevaba puesto su indumentaria de costumbre: abrigo negro, traje a rayas y un puro de los caros.

A pesar de ver cómo Patrick Brodie sacaba un arma de su abrigo, se sorprendió más de ver a su novia alejarse y desprenderse de sus brazos carnosos. Al instante supo que era hombre muerto.

Cayó al suelo sin armar mucho ruido y Patrick desapareció antes de que nadie llamase a la policía. Tiró la pistola al Támesis. Los socios de Billy no tardaron en enterarse de su fallecimiento. No les cogió de sorpresa. Era un tipo agradable, pero, como todos comentaron en privado, los negocios son los negocios.

Estaban acabando con los viejos e introduciendo a los nuevos. Pat había decidido, en tan sólo un instante, borrar del mapa al viejo y abrir las calles debidamente. Spot lo había considerado como un estrecho colaborador y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir. Él no pensaba andar de recadero nunca más; ahora tenía a Lily y lo ambicionaba todo.

Pat se hizo con el resto del consorcio de Londres sin demasiadas dificultades. Era demasiado joven y demasiado peligroso para ellos, por lo que muchos optaron por retirarse de la partida. Tenía a todo el mundo detrás de él y, por eso, andaba con los nervios de punta. Esta nueva generación no era nada más que un puñado de pirados que lo ambicionaban todo, y cuanto antes, mejor. Las drogas habían cambiado las reglas del juego y los viejos no querían tener nada que ver con ese asunto.

Billy debería haberlo previsto.

Capítulo 2

A Pat le encantaban los muelles por la noche. Hasta el hedor del río merecía deleitarse. Cuando era un chiquillo, después de que su madre les abandonara, jugaba por aquellos lugares mientras esperaba que su padre terminara el combate. Era un luchador callejero, que había obtenido grandes ganancias esporádicamente. Sin embargo, cuando la bebida empezó a hacer estragos, perdía con más frecuencia que ganaba. Entonces el dinero escaseaba, lo que le impulsaba a beber aún más.

Pat estaba seguro de que una de las razones por las que había desaparecido fue por su pérdida gradual de reputación y credibilidad. Ahora comprendía lo duro que debía de haber sido para él, pero aun así, no se lo perdonaba. Se había hundido a sí mismo, sin prestar el más mínimo cuidado, y eso lo había endurecido. Le había hecho estar dispuesto a obtener lo que quería, sin importar cómo. Salir a las calles era fácil, pero para mantenerse a flote y desprenderse de su propia mierda se requería de agallas, se necesitaba ser un hombre.

Pat cerró los ojos y ahuyentó todos los pensamientos relacionados con sus padres. Aquello se había acabado, y se había acabado para siempre. Ambos habían sido como la mierda de sus zapatos, por eso no les guardaba ni el más mínimo cariño. Por eso no tenía la más mínima intención de dejar que se inmiscuyeran en su vida como lo habían hecho. Era una persona sumamente fría, lo había sido siempre, en parte por el temor de depender de alguien, de ser blando, de ser considerado una mancha. Ahora, sin embargo, tenía a Lil y sentía que poseía el control porque ella le necesitaba, no al contrario.

Le dolía recordar cómo había sido criado. Al igual que otro niño educado en la pobreza, su vida había sido una lotería. Ahora sus padres deseaban ganarse su aprecio, pero era sólo porque estaban sorprendidos de que su hijo hubiera conseguido algo que ellos ni tan siquiera se hubieran atrevido a soñar. Estaban seguros de que sería tan tonto como para dejarles subirse al tren. Era lo único en que habían estado de acuerdo, pero ya era demasiado tarde. Pat no pensaba mover un dedo por ellos, aunque los viera muñéndose de hambre. Jamás había necesitado a nadie hasta que conoció a su esposa, que era lo único que necesitaba, la única que le inspiraba respeto. Tan sencillo como eso. Al contrario que su madre, jamás había ejercido la prostitución. Sus padres jamás le habían prestado cuidado y lo habían tratado como un tonto. Sin embargo, ahora se estaba abriendo camino, se estaba dando a conocer como alguien que merece respeto. Y estaba disfrutando con ello. Aunque eso no lo admitía, ni tan siquiera en su interior.

Miró fijamente a la luna nueva y sonrió para sus adentros mientras disfrutaba de aquella solitaria vigilia, del poder que tenía ahora sobre su pasado.

Custom House, al igual que todas las demás zonas portuarias, tenía tanta vida de noche como de día. La única diferencia es que por la noche merodeaban hombres de traje oscuro, con la voz apagada y dudosa reputación. Las putas que paseaban por los muelles de madrugada eran mujeres viejas cuyos mejores días habían quedado tiempo atrás, y cuya única amistad era el tenue resplandor de las lámparas. Eran mujeres gastadas, carcomidas por el tiempo, mujeres derrotadas. Esperaban pacientemente a los clientes que las visitaban ahora: chinos, árabes y africanos. Para esos hombres, su cabello rubio y sus ojos azules eran como almenaras que los introducían en su mundo con una suave sonrisa. Los despachaban rápidamente y con destreza, ya fuese con las manos o las nalgas.