– ¿Kane? -gimió Kayla.
– ¿Qué? -cerrando los ojos para contener la tensión que amenazaba con desbordarlo, Kane sacó el dedo.
– Preferiría que tú… Quiero decir, que nosotros…
Kane sabía perfectamente lo que quería decir. Pero no estaba preparado. Él quería algo más para ella que un revolcón precipitado. Volvió a hundir los dedos en su interior.
– La paciencia es una virtud -le dijo entre dientes.
– Pero yo no soy una virtuosa -y como si quisiera dar más énfasis a sus palabras, le rodeó la cintura con las piernas y comenzó a moverse a un ritmo que estuvo a punto de acabar con los nervios de Kane.
– Creo que te he comprendido.
Rápidamente, se colocó el preservativo. A continuación, tomó con una mano las muñecas de Kayla y las sostuvo por encima de su cabeza. Ayudándose de la otra mano, se hundió lentamente en su interior, intentando recordarse que su unión tenía que durar, que aquélla tenía que ser una ocasión especial para Kayla.
Considerando lo perfectamente que encajaban y la intensidad de las emociones que despertaba en él, aquélla también era para Kane como una primera vez. Conservó la razón al menos durante el tiempo suficiente para reconocer que jamás había sentido nada parecido. Y un instante antes de alcanzar el clímax, supo también que nunca volvería a sentirlo.
Le despertó el susurro de la ropa. Kane dio media vuelta en la cama y vio a Kayla vistiéndose. Los recuerdos de la última noche se apoderaron de su mente y de su cuerpo. A pesar de que habían hecho dos veces el amor, continuaba deseándola. De hecho, la deseaba más que la primera vez.
Le bastó mirar a Kayla para comprender que pensaba marcharse antes de que él se despertara.
Se marchaba. ¿Estaría arrepentida de lo que había ocurrido? Quizá la avergonzaba tener que enfrentarse a él. O, quizá, que el cielo lo ayudara, para Kayla aquélla sólo había sido una noche más.
– ¿Vas a alguna parte?
Kayla alzó la mirada y lo miró con expresión culpable.
– Yo sólo…
– ¿Te ibas?
– No, me estaba vistiendo. Pensaba despertarte.
– Mentirosa.
– Parece que te gusta esa palabra.
– Sólo cuando encuentro a alguien a quien le sienta bien -se levantó de la cama, ignorando su desnudez, e intentando olvidar que Kayla lo estaba siguiendo por toda la habitación con la mirada.
– Me ha parecido la mejor forma de separarnos. Al fin y al cabo, tú tienes que irte hoy a New Hampshire, así que he pensado que quizá fuera mejor ahorrarnos la despedida.
Kane metió la mano en los bolsillos del vaquero y sacó la cartera, preguntándose qué habría significado él para Kayla. No había aceptado la cita hasta que él la había presionado con la excusa de la clase. ¿Sería para ella un cliente más al que no quería volver a ver?
En realidad, él había dado por resuelto aquel caso antes de haberse acostado con ella. Sabía que Kayla no era una prostituta y que tampoco estaba involucrada en ninguna red de prostitución. Pero era una mujer que había sabido derrumbar sus defensas. Nadie había conseguido acercarse tanto a él. Kayla Luck.
Tomó aire. No le importaba el motivo por el que había entrado en su vida. Y eso le recordaba que, en el proceso, se había comprometido a sí mismo, había comprometido su trabajo. Sí, no había estado mal para una noche, pero tenía que dejar que se marchara. Lo más terrible era que la misma parte de sí mismo que se despreciaba por haber llegado tan lejos necesitaba saber si todo habían sido imaginaciones suyas.
Se volvió hacia ella, con la cartera abierta.
– Al final no fijamos ningún precio, pero estoy seguro de que esto bastará para pagar… la clase de anoche -quizá Kayla creyera que no le había enseñado nada. Pero lo había hecho. Una cara y dolorosa lección. Le arrojó los billetes a la cama.
Estaba furioso consigo mismo. Furioso porque todavía necesitaba ver su reacción. Necesitaba saber lo que había significado para Kayla.
La miró por encima del hombro. Kayla se había quedado completamente paralizada.
– ¿Qué… qué es eso?
– Dijiste que ya veríamos cómo iban las cosas. Ese es el pago por los servicios prestados.
Capítulo 4
Kayla se quedó mirando el dinero fijamente, con expresión de incredulidad.
– El pago por los servicios prestados -se obligó a repetir.
– Dijiste que ya veríamos cómo iban las cosas.
Sí, y ya sabía cómo habían ido. Las cosas habían ido de forma increíble, o por lo menos así lo creía ella hasta hacía un instante. Había sido una noche cargada de sensualidad, divertida, maravillosa… No encontraba suficientes adjetivos para describir cómo se había sentido con Kane.
Se volvió hacia la cama. El dinero ensuciaba el colchón en el que ella había estado a punto de enamorarse. De un desconocido. Sintió que se le encogía el estómago y recordó con dolor otra mañana similar. Un hombre diferente, una cama diferente, pero una situación idéntica. Los hombres no querían una verdadera relación con Kayla Luck. Jamás la habían querido y jamás la querrían.
Irguió los hombros y lo miró de frente. Se negaba a dejar que Kane supiera lo profundamente que la había herido.
– Tienes razón, no habíamos acordado el precio -incapaz de mirarlo a los ojos, mantenía la mirada tija en un punto de la pared-. Dije que ya veríamos cómo iban las cosas y…
Los billetes que descansaban sobre la cama atrapaban su mirada, burlándose de su confianza en poder mantener la compostura.
Se interrumpió. Quería abofetearlo. Quería poder decirle que la última noche no había sido tan buena como para aceptar un pago a cambio. Pero aquel tipo de gestos no era propio de ella. Catherine habría sido capaz de decirle unas cuantas cosas a un tipo que se hubiera comportado de aquella manera, pero ella era diferente. Se inclinó y agarró su bolso. Quizá no pudiera volver a confiar en su capacidad crítica sobre los hombres, pero se respetaba a sí misma lo suficiente como para mantenerse fuerte hasta que estuviera fuera de aquella habitación. Ningún hombre tenía derecho a tratarla como si fuera una prostituta.
– ¿Sabes una cosa, McDermott? Tú y tu dinero podéis iros al infierno -no lo conocía muy bien, pero había aprendido suficientes cosas sobre él durante aquella noche como para notar el cambio que se produjo en su mirada.
Creyó advertir en sus ojos una mezcla de alivio y arrepentimiento. Sacudió la cabeza con vigor, dándose cuenta de que había estado buscando algo a lo que aferrarse, a pesar de su ruda oferta. Al parecer, todavía albergaba alguna esperanza. Pero a pesar de todo su encanto y delicadeza, Kane McDermott no era mejor que los demás.
Haciendo acopio del orgullo que a esas alturas le quedaba, corrió hacia la puerta.
Kane no intentó detenerla.
– Así que anoche no hubo ningún intercambio de dinero, McDermott. Yo diría que entonces deberíamos dar el caso por cerrado -comentó Reid, acercándose a Kane por su espalda.
Kane giró la silla y se obligó a mirar a su superior a los ojos.
– Esa mujer está limpia, jefe.
– Maldita sea -el capitán arrugó una hoja de papel y la tiró a la papelera-. Así que lo único que hemos conseguido ha sido perder el tiempo.
– Eso parece.
– Es posible que nuestro informante haya estado jugando a dos bandas a cambio de dinero, pero los datos que nos proporcionó parecían fiables. Estoy seguro de que muchos de nuestros políticos han frecuentado ese lugar con intención de divertirse. ¿Hay alguna posibilidad de que hubiera prostitución antes de que se encargara del negocio Kayla Luck?
Kane sacudió la cabeza.
– Creo que no. Ella lo habría sabido. Ayudaba a sus tíos dando algunas clases y llevando las cuentas. Y ahora es ella la que dirige el negocio, de modo que si hubiera sucedido algo en el pasado lo sabría.