– ¿Y alguna posibilidad de que alguien le hubiera dado el chivatazo y ella se hubiera servido de sus encantos para engañarte?
– ¿Engañarme a mí? Imposible. Esa mujer es inocente. Me apostaría la placa.
– Bueno, por lo menos ya comprendo algo más -el capitán arqueó una ceja y se sentó en el escritorio de metal.
– ¿Qué pasa? Siempre he confiado en mi instinto.
– Pero nunca habías puesto tanta fe en otro ser humano, y menos en una mujer -le dirigió una significativa mirada-. Hasta ahora -se levantó y se dirigió a su despacho.
Un golpe directo, pensó Kane. No podía continuar evitando la verdad. Como tampoco podía evitar pensar en lo ocurrido, aunque era precisamente eso lo que había estado intentando hacer desde que Kayla había abandonado la habitación del hotel aquella mañana.
El capitán tenía razón. Había confiado en ella y había bajado la guardia. Durante un ridículo momento, había vislumbrado incluso una vida distinta de su solitaria existencia. Llevaba mucho tiempo solo, sin conectar verdaderamente con nadie. Pero Kayla le había enseñado que la vida era algo más que comer, dormir y trabajar. Le había hecho sentirse vivo y, por absurdo que pudiera parecer, él quería más. Aunque, en el caso de que Kayla se lo hubiera ofrecido, no podría haber aceptado porque era incapaz de devolver nada verdaderamente importante a cambio.
Dinero a cambio de sexo. Ésa era la única oferta que le había hecho. Bufó disgustado. Había intentado demostrar que no era una prostituta y la había tratado peor que si lo fuera.
Él, un detective con años de experiencia en interrogatorios, había echado a perder la única oportunidad que tenía con Kayla. Aunque al final, les había hecho a ambos un favor. Las habilidades sociales no eran precisamente su fuerte y, a esas alturas, seguramente Kayla ya lo sabría. Además, aquella mujer era condenadamente buena en hacerle bajar las defensas, algo que en su trabajo no se podía permitir. Dejarla marchar no había sido nada fácil, pero había sido estrictamente necesario.
– McDermott.
Kane alzó la mirada hacia la puerta del despacho de Reid.
– ¿Sí, jefe?
– Quiero ver el informe en mi escritorio esta misma noche. Si casan todos nuestros datos, daremos el caso por cerrado.
– De acuerdo.
– Tienes un aspecto terrible, así que en cuanto hayas terminado con el papeleo, recuerda lo que te dije: no quiero verte por aquí hasta mediados de la semana que viene.
Kane sabía que no servía de nada discutir, así que decidió ponerse a trabajar cuanto antes en su informe. A los pocos minutos, había tirado ya varias hojas a la papelera, incapaz de concentrarse.
Se maldijo en silencio. Todo aquel lío podría haberse evitado si hubiera confiado en lo que le decía su intuición. Había visto a demasiados compañeros enamorarse, pero para él nunca había habido nada más importante que el trabajo.
Su padre había sido puesto en libertad bajo fianza cuando él tenía cinco años y había desaparecido. Su madre había muerto seis años después, arrojándose bajo las ruedas de un autobús sin pensar en el pequeño al que dejaba detrás. Annie McDermott tenía un hermano al que le disgustaban tanto los niños como le gustaba el alcohol, pero Kane, con sólo once años, había hecho un trato con éclass="underline" viviría en su casa para evitar que lo llevaran a un hogar de adopción a cambio de que él se ocupara de sí mismo.
Kane había estado solo desde que podía recordar y siempre le había gustado vivir así. Pero, por alguna razón, después de aquella noche ya no le parecía tan reconfortante su soledad.
Kayla no tenía ganas de llegar a casa y enfrentarse a un interrogatorio de su hermana. Así que tras subirse al primer taxi que encontró al salir del hotel, se dirigió a un café situado cerca de Charmed antes de decidirse a sumergirse en el trabajo. Tenía que mantenerse ocupada para no pensar y todavía había cajas con objetos personales de sus tíos en el almacén. Y aunque su hermana le había prometido ayudarla a revisarlas, aquél era un buen día para empezar a buscar en ellas. Aun así, dudaba que el trabajo la ayudara a olvidarse de Kane McDermott cuando cada una de sus células parecía empeñada en recordarle su actividad nocturna. Al parecer, su cuerpo había decidido actuar al margen de su mente. Porque aquel hombre le había ofrecido dinero a cambio de sexo. Por muy especial que a ella le hubiera parecido aquella noche, había estado completamente sola con sus sentimientos.
Kayla se dirigió hacia Charmed y metió la llave en la cerradura, preguntándose si habría dejado ya de parecer una sauna. Si a Kane se le daba tan bien arreglar radiadores como seducir mujeres, el problema se habría solucionado, de eso estaba segura. Sacudió la cabeza.
Tenía que admitir que él no había sido el único culpable. Ella había invertido más esperanzas y sueños en Kane de los que una sola noche merecía. Había sido duro e insensible, sí, pero en ningún momento le había prometido nada distinto de lo que habían compartido.
Kayla abrió la puerta y advirtió al instante que la temperatura había bajado. Ya no iba a necesitar al fontanero. Y eso era lo único que tenía que agradecerle al señor McDermott.
Se dirigió hacia el almacén, empujó la puerta y buscó a tientas el interruptor. Antes de que hubiera tenido oportunidad de reaccionar, alguien la agarró del cuello a la vez que le tapaba la boca.
Cuanto más se retorcía intentando liberarse, con más fuerza la sujetaban. El miedo y la furia crecían en su interior, pero decidió hacer caso de su intuición y dejó de resistirse.
– Veo que eres una chica inteligente. Estupendo. Ahora dime dónde está el dinero.
Kayla sacudió la cabeza de lado a lado y, comprendiendo su silencioso mensaje, su asaltante suavizó la presión de la mano sobre su boca.
– No sé…
El asaltante apretó más el brazo, causándole un intenso dolor en el cuello.
– No me gusta nada esa respuesta.
Kayla no tenía idea de a qué dinero se refería, pero era evidente que no la creía y lo que más le importaba en ese momento era poder salir de allí de una pieza.
– De acuerdo -fueron las únicas palabras que salieron de su boca-. No hay dinero en esta casa, yo…
– ¿Kayla? -se oyó la voz de Catherine, procedente de la habitación de la entrada-. ¿Ya has vuelto? Las luces están encendidas y no puedes estar escondiéndote eternamente. Quiero detalles.
El asaltante de Kayla se tensó y soltó un duro juramento. La liberó y le dio un fuerte empujón. Kayla chocó contra la pared y, tras el impacto, cayó al suelo. Sintió una punzada de dolor en la cabeza, justo en el momento en el que la puerta trasera se abría lo suficiente para dejar entrar un estrecho haz de luz y permitir que el intruso desapareciera.
– Kayla, sé que estás… -Catherine empujó la puerta y encendió el interruptor-. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, Katherine consiguió levantar la cabeza. Observó el caos en el que había quedado convertido el almacén y gimió.
– Lo ha destrozado todo.
– ¿Quién, Kayla? ¿Qué te ha pasado? -Catherine se arrodilló a su lado.
– Estoy bien.
– Pues no lo parece.
– Claro que estoy bien -luchando contra el dolor que todavía martilleaba su cabeza, intentó levantarse, pero las náuseas lo hicieron imposible.
– Siéntate -Catherine la ayudó a sentarse nuevamente y la hizo apoyarse contra la pared-. Voy a llamar a la policía.
Kayla asintió e inmediatamente se dio cuenta de que había sido un error. Cerró los ojos. No sabía lo que buscaba aquel intruso, pero parecía convencido de que iba a encontrarlo allí.
Catherine regresó a los pocos minutos y se arrodilló a su lado.
– ¿Qué podía querer ese hombre, Cat?
– No intentes hablar -replicó su hermana, colocándole una toallita húmeda en la frente. Agarró la mano de Kayla y se sentó a su lado en el suelo, acurrucándola contra ella, como tantas veces habían hecho cuando eran niñas. Kayla no pudo controlar la necesidad de desahogarse con su hermana, la única persona en la que podía confiar. Con la cabeza apoyada en el hombro de Catherine, comenzó a contar cómo había ido su noche con Kane McDermott.