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Kane negó con la cabeza.

– No se han llevado nada -comentó el policía más joven-, pero la joven dice que el asaltante estaba buscando dinero.

– ¿La recaudación de anoche? -preguntó Reid.

El oficial se encogió de hombros.

– No he llegado tan lejos en el interrogatorio.

Kane lo taladró con una mirada acusadora.

– Porque necesitas mejorar tu técnica. Interrogar a víctimas como si fueran sospechosos no forma parte de tu trabajo.

Reid miró alternativamente a los dos policías y fijó finalmente la mirada en el más joven.

– Volvamos al trabajo. Ya tendremos tiempo de hablar de todo esto más tarde.

El policía uniformado comprendió la indirecta y se dirigió hacia la habitación que había sido registrada.

– Podría tratarse de una coincidencia -comentó Reid.

Kane sacudió la cabeza.

– ¿Ella puede ayudarte en algo? -preguntó el capitán, señalando a Kayla.

– Todavía no le he contado la verdad de lo de anoche -y no tenía ninguna gana de explicárselo.

– ¿Y estás seguro de que no recibió un chivatazo y decidió cancelar las actividades anoche?

– Convéncete tú mismo. Vete a hablar con ella.

Reid asintió y se dirigió hacia donde estaban Kayla y su hermana. Kane desapareció de escena y se dedicó a recorrer una y otra vez el perímetro de la habitación. Para cuando el capitán volvió a su lado, había aprendido ya que Kayla había convertido aquel lugar en un fiel reflejo de sí misma. Todas las paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros.

– Tienes razón -dijo Reid.

– Ella sabe tan poco de todo esto como nosotros -comentó Kane.

– Eso parece. Es una mujer brillante y capaz de dominar perfectamente una conversación, pero, como tú mismo dijiste, apostaría mi placa a que es inocente. En cuanto a su hermana, no me gustaría tener que vérmelas con ella otra vez, pero estoy seguro de que tampoco ella sabe nada.

– Kayla corre peligro -aquella certeza provocó un disparo de emociones por sus venas. Kane agradecía aquella descarga de adrenalina, aunque no la profundidad de sus sentimientos. En cualquier caso, pretendía cumplir la promesa que le había hecho a Catherine: no dejaría que a Kayla le ocurriera nada.

– Eso es discutible. Es posible que esto no haya sido nada más que un robo.

– Pues yo creo que deberías ponerle protección.

– No puedo emplear más hombres en el caso por una corazonada, McDermott, aunque sea tuya. Lo más que puedo hacer es ponerle vigilancia a unas determinadas horas.

– No es suficiente.

– Me temo que tendrá que serlo.

– Para ti quizá. Pero yo pienso tomarme el descanso que tú decías que necesitaba.

– ¿Para hacer qué?

– Para convertirme en su niñera si es necesario. Gracias a mi intuición sigo vivo y no pienso empezar a ignorarla en este momento.

– ¿No crees que te estás involucrando demasiado personalmente en esto?

Kane sabía que su jefe había dado en el clavo, pero se negaba a admitirlo.

– No.

– Como tú digas. Tienes una semana libre, pero esto no tiene absolutamente nada que ver con tu trabajo. ¿Qué me dices de la hermana?

– No puedo proteger a dos personas a la vez, y considerando que ella no tiene nada que ver con el negocio, no creo que corra ningún peligro.

– En eso estamos de acuerdo.

– Así que procuraré sacarla de escena.

Reid miró a las dos hermanas, que parecían estar intercambiando confidencias y rió.

– Buena suerte -dijo, y soltó una nueva carcajada.

Kane no sabía si Reid pensaba que le hacía falta la suerte para perder a Catherine de vista o para la semana que iba a pasar a solas con Kayla. En cualquiera de los dos casos, estaba convencido de que la iba a necesitar.

Capítulo 5

El hielo había comenzado a aliviarle el dolor de cabeza. E incluso las náuseas habían dejado de ser tan frecuentes. Y entonces fue cuando Kane dijo:

– Te voy a llevar a tu casa.

Su voz profunda, y todavía atractiva para los oídos de Kayla, penetró en el confuso cerebro de la joven. Y el estómago le dio un vuelco al comprender lo que Kane acababa de decirle.

– Creo que me voy a marear.

Catherine agarró inmediatamente un balde, ganándose una sonrisa de Kayla, a pesar de lo terriblemente mal que se sentía.

– No creo que me haga falta -tranquilizó Kayla a su hermana y se volvió hacia Kane-. No pienso ir a ninguna parte contigo -aunque la conversación con el capitán Reid había sido bastante ilustradora, todavía no disponía de información suficiente.

Al parecer, el capitán desconocía las actividades de Kane y Kayla durante la noche anterior. Al contrario que otros hombres, Kane no había ido inmediatamente a jactarse de que se había acostado con ella. Y Kayla se preguntaba si lo habría ocultado por algún otro motivo que no fuera el temor a poner en peligro su carrera.

El capitán le había preguntado por su negocio y sus clientes, pero no había parecido muy dispuesto a explicarle la razón de su interés. A continuación le había dicho que dejaría a su disposición a su mejor detective. Kayla había tenido que reprimir una carcajada irónica. Kane era perfecto, sí, pero no sólo en su trabajo.

Kane se acercó hasta el sofá en el que Kayla estaba sentada. Una incipiente barba cubría parte de su rostro, dándole un toque ligeramente peligroso a su expresión. El aroma de su loción, mezclado con la fragancia de su piel, puso todos los sentidos de Kayla en funcionamiento.

Kane había dejado de parecerse al vendedor que había conseguido seducirla el día anterior, pero continuaba siendo el mismo hombre que había logrado intrigarla desde el primer momento. Un hombre al que no conocía. Su cuidado aspecto del día anterior formaba también parte de su mentira.

Kayla apoyó la cabeza entre las manos y lo fulminó con la mirada.

– Es posible que ahora mismo no te caiga muy bien -se disculpó Kane-. Diablos, yo tampoco estoy muy satisfecho de mí mismo. Pero no puedes quedarte sola. No creo que sea seguro.

– Estoy completamente de acuerdo -intervino Catherine. Se cruzó de brazos y esperó en silencio.

– ¿Te importaría buscar algo que hacer? -replicó Kane-. Ya hablaré contigo más tarde.

Catherine miró a su hermana. A Kayla no le hacía ninguna gracia tener que quedarse a solas con Kane, pero era consciente de que tenían un asunto que resolver.

– De acuerdo -asintió Catherine, ante el silencio de Kayla, y se dirigió hacia la habitación trasera.

– ¿Siempre se comporta como si fuera tu madre?

– Sólo cuando estoy siendo amenazada.

– ¿Y eso es lo que crees que estoy haciendo yo?

– No sé lo que estás haciendo, porque ni siquiera sé quien eres. Y es evidente que lo que ocurrió anoche fue una farsa. Me estás investigando a mí y a mi negocio y me gustaría saber por qué.

Kane tomó aire, advirtiéndole a Kayla con su gesto que no le iba a gustar lo que iba a escuchar a continuación.

– Prostitución.

Las lágrimas inundaron los ojos de Kayla. Se las secó rápidamente con el dorso de la mano, pero pudo verlas de todas formas.

En los ojos de Kane apareció la misma emoción que Kayla había podido vislumbrar la noche anterior, pero consiguió enmascararla de inmediato. Al parecer, ocultar sus sentimientos se le daba incluso mejor que esconder su verdadera identidad.

Kayla tragó saliva, intentando deshacer el nudo que tenía en la garganta. Kane no sólo la había tratado como a una prostituta, sino que pensaba que lo era.

– No sabía que los detectives fueran capaces de llevar tan lejos una investigación.

– Lo que ocurrió ayer no tenía nada que ver con la investigación.

Kayla se cruzó de brazos y permaneció en silencio.

– La cita, la cena… esas cosas sí formaban parte del trabajo -admitió Kane-. Pero lo que ocurrió después no -el sutil velo que oscureció sus ojos hablaba de deseo, de sexo. Y la suavidad que adquirieron de pronto sus facciones, de algo que iba incluso más allá-. Pero para cuando terminamos de cenar, ya estaba convencido de que eras completamente inocente.