Kayla estaba deseando perdonarlo. ¿Pero cómo podía creerlo cuando todo lo que había ocurrido antes de que fueran al hotel estaba basado en la mentira?
Ella le había entregado su cuerpo demostrándole una absoluta confianza. Podía haber llegado incluso a entregarle su corazón. Y él le había pagado su fe despreciándola. Pero aun así, continuaba viendo en él una decencia innata en la que estaba deseando creer.
– ¿Y siempre ofreces dinero a las mujeres con las que te acuestas?
Kane respondió con un completo silencio.
– Bueno, supongo que es un consuelo -añadió Kayla secamente-. En cualquier caso, será mi hermana la que me lleve a casa.
– No, a menos que quieras ponerla también a ella en peligro.
– Aquí no hay ningún peligro, Kane -señaló la habitación con la mano. Al hacer aquel movimiento, sintió una punzada en la cabeza. Hizo un gesto de dolor, pero continuó hablando-: Mira a tu alrededor. No hay nada de valor, nada. Ese tipo no encontró lo que estaba buscando, así que no creo que vuelva -a pesar de su dolor, puso toda su energía en convencerlo para que así pudieran desaparecer tanto él como sus mentiras.
Kane se encogió de hombros.
– Eso no está tan claro. ¿Por esa razón no tienes alarma en la casa? ¿Porque no hay nada que merezca la pena robar?
Kayla asintió, e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho. Se aferró con fuerza a los brazos del sofá hasta que el mareo y el dolor remitieron.
Kane posó la mano en su pierna. Pero aunque pretendiera tranquilizarla, lo único que consiguió fue excitarla, desenterrar los sentimientos que había conseguido despertar la noche anterior.
– ¿En tu casa tienes algún sistema de alarma? -preguntó Kane.
Kayla se aclaró la garganta. Todavía le dolía al hablar.
– No lo necesito. Supongo que ese tipo estaba pensando que iba a encontrar dinero cuando yo lo interrumpí, pero no creo que vuelva a molestarme otra vez.
– No estoy de acuerdo y, en el caso de que yo tuviera razón y tu hermana sufriera algún daño por no haberme hecho caso, ¿crees que podrías soportarlo?
Acababa de tocar su punto más débil y lo sabía. Kayla no podía poner en peligro la vida de Catherine sólo para que Kane McDermott saliera de su vida.
– Eres repugnante. ¿De verdad quieres saber cómo funciona el sistema de seguridad de mi casa? Estupendo. Aparca tu coche en la acera de mi casa y quédate dentro a esperar hasta que ocurra algo. Ah, y acuérdate de encender el radiador. No quiero llevar tu muerte sobre muy conciencia.
– Cuidado, Kayla -replicó Kane, con aquella voz ronca que causaba estragos en Kayla-, podría pensar que te importo.
– No existe la menor oportunidad.
– Y tampoco de que me quede perdiendo el tiempo en mi coche. El médico ha dicho que necesitas a alguien que cuide en todo momento de ti.
– ¿Y tú has ofrecido tus servicios? -la idea de pasar más tiempo con aquel hombre causaba contradicciones irresolubles en su cuerpo y su razón-. Lo siento, Kane, pero no pienso permitir que te quedes conmigo.
– Y tampoco quieres que tu hermana corra ningún riesgo, de modo que la única opción que nos queda es que te quedes sola. ¿Pero qué ocurriría si ese tipo volviera a aparecer otra vez?
– Como te acabo de decir, eres repugnante, McDermott.
– Nunca he dicho lo contrario, señorita Luck.
Kayla advirtió entonces que el capitán Reid se acercaba.
– Ya estoy aquí otra vez. ¿Se encuentra mejor?
– Siempre que no me mueva, sí -contestó con ironía.
Reid se volvió hacia Kane.
– Recuerda lo que he dicho. Si las cosas se ponen serias, llámame. Y disfruta de tu tiempo libre -y sin más, se dirigió hacia la calle.
– ¿Tiempo libre?
– Para cuidarte -contestó Kane-. Y antes de que comiences a discutir, recuerda que yo ya he ganado esta batalla. Ahora iré a aclarar la situación con Catherine.
Kayla abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Era cierto que Kane estaba aprovechándose de su debilidad, pero tenía razón. Catherine no dejaría que pasara la noche sola en ningún caso y ella tampoco estaba en condiciones de quedarse sola en el primer piso de la casa en la que ambas vivían.
Le gustara o no, necesitaba a Kane.
– Esta casa sería el sueño de cualquier ladrón -musitó Kane para sí. Estaba en ese momento en la cocina de la casa. Le había bastado entrar en el edificio para cimentar su decisión de quedarse sin importarle los riesgos que pudiera correr al quedarse con Kayla aquella noche.
Había estado esperando fuera del dormitorio de Kayla mientras ella se ponía una camiseta que Kane había encontrado en un cajón lleno de satén y encaje, perfumados con la tentadora fragancia que su cuerpo asociaría para siempre con Kayla Luck. Conocía ya sus senos suaves y llenos. Era consciente de que la excitación sería una compañera constante mientras estuviera en aquella casa.
Pero Kayla era un lujo que no podía permitirse. No sólo habían compartido una noche de sexo, que había dejado a ambas partes insatisfechas una vez apagado el deseo inicial. Con Kayla la cuestión era más complicada; hacía que fuera ineficaz en su trabajo, en la única faceta de su vida en la que él siempre había sido capaz de confiar.
Buscó entre los cajones de la cocina y encontró una lata de sopa. Kayla necesitaba comer algo y aquello era lo único que él era capaz de hacer sin revolverle todavía más el estómago. Así que iría a ver cómo se encontraba y a continuación calentaría la sopa.
Entró en el dormitorio y la observó en silencio. Con los ojos cerrados, la piel pálida como el papel y su rubia melena cubriendo sus mejillas, parecía un ángel. Su ángel, pensó y sofocó un juramento. Tenía que concentrarse en el trabajo.
Se dejó caer a su lado en la cama. El colchón cedió bajo su peso. Kayla se volvió hacia él y gimió.
– ¿Te duele algo?
– ¿Es una pregunta retórica? -preguntó Kayla con los ojos todavía cerrados.
– Lo único que puedo darte es un Tylenol.
– Ya he tomado uno -los dientes empezaron a castañetearle-. ¿Podrías encender la calefacción?
– Ya lo he hecho -él ya había previsto aquel frío. Una vez superados los efectos inmediatos del susto, descendían los niveles de adrenalina.
– Pero sigo teniendo frío.
– ¿Te apetece tomar una taza de sopa?
– No puedo incorporarme para tomarla.
Kane musitó una oración para que el cielo le diera fuerzas y se deslizó bajo las sábanas. Kayla se acurrucó inmediatamente contra él y suspiró satisfecha. Dos sentimientos golpearon a Kane al mismo tiempo. Uno ardiente, el intenso deseo de hundirse en su interior. Otro, la necesidad de protegerla de cualquier posible daño.
Recordándose a sí mismo que lo que Kayla necesitaba era el calor de su cuerpo, y no a él, la abrazó y enterró el rostro en su pelo, el único gesto que iba a permitirse en aquellas circunstancias.
– ¿Te encuentras mejor? -le preguntó.
– Mucho.
Se apoderó entonces de Kane una sensación de satisfacción contra la que luchó violentamente.
Sin ni siquiera intentarlo, Kayla conseguía hechizarlo, le hacía desear cosas que jamás podría tener. Inhaló su fragancia y sintió que Kayla se estrechaba contra él.
– Te necesito -susurró la joven suavemente.
– Estoy aquí -era lo único que estaba dispuesto a prometer.
El sol entraba a raudales por la ventana del dormitorio. Kane gimió y apartó los ojos de la luz.
– ¿Kayla? -musitó. Miró a su lado y vio que la cama estaba vacía. Se incorporó de un salto, apartó las sábanas y se dirigió hacia el baño. Al oír el agua de la ducha elevó los ojos al cielo ante aquella locura. ¿Qué le habría hecho pensar que podría ducharse sola?