Intentó girar el picaporte y lo consiguió. Por lo menos no se había encerrado. Abrió una rendija de la puerta.
– ¿Estás bien?
– La verdad es que no -su voz sonaba débil.
Kane ni siquiera pidió permiso para entrar. Irrumpió en el baño, corrió la cortina de la ducha y encontró a Kayla sentada en la bañera con la cabeza entre las piernas.
– ¿Puedes levantar la cabeza? -le preguntó, tras cerrar violentamente la ducha.
– Yo sola no.
– ¿Qué demonios pensabas que estabas haciendo? -se metió en la bañera.
– Ducharme.
– Ya me he dado cuenta -las gotas de agua resbalaban sobre la piel desnuda de Kayla. Por un instante, Kane se descubrió deseando lamerlas una por una. En cambio, le apartó un mechón de pelo húmedo de la frente, para poder mirarla a los ojos. No lo consiguió.
Kayla prácticamente se desmayó en sus brazos. Kane soltó una maldición, giró con ella en brazos y agarró una toalla antes de volver al dormitorio.
– Creo que deberías vestirte -le dijo, en cuanto la hubo dejado en la cama.
– Sólo quería darme una ducha, pero… -comenzó a decir ella.
– Es demasiado pronto. Sobre todo con el estómago vacío -buscó de nuevo entre sus cajones, descartando las prendas menos prácticas. Kayla necesitaba ayuda y tendría que ayudarla incluso a ponerse el sujetador. Sus manos estarían demasiado cerca de su piel, sus labios demasiado próximos. Buscó ropa sencilla, que la cubriera lo más posible. Así que se decidió por una camiseta y un enorme jersey de hombre. En aquel momento no le importaba de dónde podía haberlo sacado. Lo único que le preocupaba era que por lo menos fuera suficientemente largo para mantenerla a salvo de sus miradas.
– Ya está -se dirigió de nuevo hacia la cama. Kayla continuaba acurrucada-. Levanta los brazos -Kayla obedeció. Al hacerlo, se elevaron también sus senos, quedando sus pezones a sólo unos centímetros del rostro de Kane.
– Para servir y proteger… -recitó Kane, intentando recordar los principios de su trabajo.
– ¿Qué?
– Nada.
– Entonces deja de refunfuñar. Esto ya esa suficientemente embarazoso para mí.
Kayla rió suavemente mientras Kane terminaba de abrocharle el sujetador y ponerle la camiseta.
– ¿Crees que podrás arreglártelas tú sola con esto? -le mostró un par de bragas que se había colgado en el dedo.
– Sí -Kayla se puso roja como la grana. Kane se volvió, para darle un poco de intimidad. Un par de respiraciones hondas y ya volvía a tener todo bajo control.
– Gracias, Kane.
– De nada -contestó Kane mientras se volvía nuevamente hacia ella.
Kayla estaba de nuevo tumbada en la cama. El pelo acariciaba su rostro. Un intenso sentimiento de añoranza atravesó el corazón de Kane.
– Supongo que me he mareado por culpa del agua caliente -comentó Kayla.
– No deberías salir de la cama sin mi permiso.
Kayla cerró los ojos con gesto de cansancio.
– Necesito dormir.
– Pero antes tienes que comer algo.
– Observarme, sacarme de la ducha, hacerme la comida… cuidado, McDermott, o podría empezar a pensar que estás más preocupado de mí que de tu caso.
Kane advirtió el matiz burlón de su voz.
– Imposible.
– Tanto como para mí cumplir tus órdenes. No soy tu esclava.
Sus palabras eran más duras que su voz, pero Kane aceptó la advertencia. En cuanto se encontrara mejor, Kayla volvería a procurar alejarse de un hombre que la había herido.
– ¿Qué eres entonces, señorita Luck?
– Tu igual. Procura recordarlo.
Su respeto hacia ella creció todavía más. Kayla era una luchadora. Y a él le gustaba que lo fuera. Podía arreglárselas perfectamente sola. Pero aquélla no era una situación normal. En cuanto se encontrara un poco mejor, tendría que preguntarle por los negocios de sus tíos.
– Lo recordaré, pero como no seas capaz de cuidar de ti misma, te esposaré en la cama.
Kayla sonrió de oreja a oreja.
– Primero nata, ahora esposas. ¿Eres un pervertido, detective?
– Sigue así y lo averiguarás -la repentina oleada de deseo lo pilló completamente por sorpresa.
Los ojos de Kayla también se oscurecieron y Kane no pudo evitar preguntarse si estaría considerando la posibilidad de averiguarlo, pero entonces se recordó que él ya había tenido su noche. Y se negaba a repetirla.
Se levantó, pero Kayla lo agarró por la muñeca, impidiéndole escapar.
– ¿Huyes? -le preguntó.
– Voy a prepararte algo de comer.
Kayla lo soltó, dejándolo marcharse, y se sentó trabajosamente en la cama.
En cuanto Kane desapareció en el pasillo, Kayla se inclinó contra las almohadas y gimió. Al discutir con Kane había acabado con las pocas fuerzas que le quedaban. Ya no estaba tan mareada, pero Kane tenía razón, necesitaba comer. La comida le daría la energía que necesitaba para levantarse de la cama, revisar la herencia de sus tíos y enfrentarse a Kane.
Kane. ¿Qué querría de ella? ¿Y qué era lo que ella esperaba de aquel duro policía?
– La comida -la llegada de Kane le evitó tener que darse a sí misma una respuesta.
Allí de pie, en el marco de la puerta, Kane era el epítome de las fantasías que Kayla jamás se había permitido albergar.
Un hombre fuerte, cariñoso y atractivo preocupado por ella…
Miró la taza que llevaba Kane entre las manos y se sentó.
– ¿Sopa de verduras?
– ¿Había de otra clase? -preguntó Kane con ironía, y le tendió la taza. Kayla inhaló el aroma de la sopa y le sonaron las tripas.
Kane rió suavemente. Negándose a sentirse avergonzada, Kayla dio un sorbo a la taza, antes de volver a enfrentarse a su divertida mirada.
– Te ha salido muy bien.
– Es lo más parecido a una comida casera que vas a conseguir de mí. Venga, bebe.
– ¿Te preocupas tanto de todos tus casos?
Kane le acarició la mejilla. Y aquella caricia llegó directamente hasta el corazón de Kayla.
– No te subestimes, señorita Luck.
El sonido del teléfono los sobresaltó a los dos. Kayla dirigió una rápida mirada al auricular.
– Catherine cree que tiene que protegerme de ti.
– Ya le he asegurado que estarías completamente a salvo, pero al parecer necesita pruebas. Además, creo que tiene razón.
Se miraron a los ojos. La mirada de Kane reflejaba un intenso deseo. Kayla sintió un nuevo vuelco en el estómago, que en aquella ocasión no tenía nada que ver con el hambre.
– Será mejor que Catherine se entere cuanto antes de que estás bien, si no queremos que de un minuto a otro comience a aporrear la puerta de tu casa -le quitó la taza de las manos y la dejó en la mesilla de noche antes de dirigirse hacia la puerta.
Kayla descolgó el teléfono.
– Estoy bien -dijo, sin ningún tipo de preámbulo.
– No lo estarás si no consigo lo que busco: quiero esos cuadernos.
Kayla se aferró con fuerza al auricular.
– ¿Quién es usted?
– ¿Ya lo has olvidado?
La aspereza de su tono la dejó completamente helada.
– Usted es el hombre que me atacó.
Kane giró inmediatamente y caminó a grandes zancadas hacia la cama. Posó su mano fuerte y segura en el hombro de Kayla y la urgió con la mirada a continuar hablando.
– Eso sólo fue un adelanto.
– ¿Qué es lo que quiere? -preguntó Kayla.
– Que dejes de hacerte la tonta. Quiero mi parte y un resumen de actividades.
– Yo no…
– No puedes prescindir de mi hombre y tampoco dirigir sola el negocio. Consigue el dinero. Estaremos en contacto -y colgó.
Kane descolgó el teléfono, marcó una serie de números y soltó un juramento.