Выбрать главу

Kane descargó inmediatamente la tensión que se había acumulado en sus hombros. Kayla no iba a amenazarlo con la triste mirada que había visto repetida en sus amigos, profesores y en las autoridades cuando era joven. Habían pasado años desde la última vez que había contado esa historia en voz alta, pero no le extrañaba habérsela confiado a Kayla.

Había conocido a muchas mujeres, pero ninguna lo había afectado ni física ni emocionalmente tanto como ella.

Había comenzado a acostarse con mujeres siendo un adolescente, demasiado pronto y demasiado a menudo, como al final había llegado a darse cuenta. Con los años, había ido siendo más selectivo. Sólo en una cosa había permanecido igual que en la adolescencia. Cuando se acostaba con una mujer, no pensaba, ni por lo más remoto, en volver a acostarse con ella ni en revelarle su intimidad. Pero no había sucedido lo mismo con Kayla. Y después de todo por lo que, por su culpa, había tenido que pasar, se merecía un mínimo de sinceridad.

No era ésa la única razón para aquel intercambio de confidencias. Pero Kane todavía no se atrevía a pensar en los motivos por los que quería compartir la parte más dolorosa de su vida con aquella mujer.

Kayla se estiró, revelando con aquel movimiento la pálida piel de su muslo. Una visión que excitó a Kane al instante.

– Lo que pretendía decirte es que yo no soy responsabilidad tuya.

– Eres responsabilidad mía por lo menos hasta que este caso esté resuelto -bramó prácticamente Kane. Para su sorpresa, Kayla ni siquiera pestañeó-, así que de momento puedes olvidarte de esa parte de la conversación.

– De acuerdo.

Kane la miró estupefacto. No esperaba que renunciara sin discutir.

– ¿Entonces no estás enfadada?

– Por lo del inicio de la investigación, no.

– ¿Y por todo lo demás?

– Eso ha sido responsabilidad de las feromonas.

– ¿Qué?

– Las personas se sienten atraídas por los demás por culpa de estímulos que no pueden controlar. Es una reacción química -continuó-. Así que, si todavía te estás culpando a ti mismo por haber perdido el control, no lo hagas. Yo soy tan culpable como tú.

– ¿Lo dices en serio?

– Yo también te deseaba -jugueteaba con su jersey, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Aquélla era la Kayla que Kane había conocido al principio. Una mujer inocente que amenazaba con socavar su corazón si se lo permitía.

Cosa que, por supuesto, no haría.

– ¿Lo dices en pasado?

– ¿Por qué lo preguntas? Tú eres un hombre de palabra y has dicho que no volvería a ocurrir. ¿De verdad importa algo lo que pueda o no desear yo?

Kane se sintió atrapado en una repentina oleada de emoción.

– Todo lo que tú deseas importa.

Kayla se quedó completamente paralizada, y sintió cómo resbalaba una lágrima por su mejilla.

– Nadie me había dicho nunca nada parecido. Gracias, Kane.

– No quiero tu gratitud.

– ¿Entonces qué es lo que quieres?

– Esa es una pregunta difícil.

– Lo sé. Por eso te la hago -a pesar de sus lágrimas, bailaba en las comisuras de sus labios una sonrisa traviesa.

Kane sabía lo que quería. Quería sentir la suavidad de Kayla bajo él. Pero sabía que no volvería a suceder.

La miró a los ojos, unos ojos en los que Kayla parecía estar mostrándole su alma y en los que Kane pudo ver reflejado su propio deseo. Le enmarcó el rostro con las manos y le acarició la mejilla suavemente, evitando que moviera la cabeza.

– ¿Estás segura de que quieres saber lo que deseo?

– Si no, no te lo habría preguntado -posó la mano en su barbilla-. Tú también me importas, Kane. Y me pregunto si alguien te ha dicho eso alguna vez.

Nadie se lo había dicho. Y nadie volvería a decírselo. Kane se inclinó lentamente y cubrió sus labios. Intentaba borrar la verdad… y aceptarla al mismo tiempo. Kayla abrió la boca y acarició su lengua con la suya, ávidamente, sin vacilar. Dibujó sus labios con la lengua y le acarició los dientes en una intrépida exploración.

Kane se moría de deseo por ella. Kayla era como una droga de la que nunca tendría suficiente. Hundió los dedos en su pelo todavía húmedo y se inclinó sobre ella. Los brazos le temblaban por el esfuerzo que tenía que hacer para respetar la distancia que había entre ellos. Temía perder el control y hacerla sufrir todavía más.

Kayla alzó las caderas sin previa advertencia y rozó su erección. Kane exhaló un gemido y se colocó entre sus muslos. Pero tampoco eso era suficiente. Estaba terriblemente excitado. Quería rasgarle la ropa y… Un suave gemido penetró en medio de la niebla de su deseo. Se había movido demasiado rápido. Maldita fuera, había cometido un error. Se apartó hacia un lado y le preguntó.

– ¿Estás bien?

– Creo que estamos yendo demasiado rápido -contestó ella, repitiendo las palabras que el propio Kane le había dicho la primera vez.

Kane le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó suavemente contra él. Una vez más, el deseo había conseguido dominar a su sentido común.

– Intenta descansar -le dijo, con voz ronca por el deseo reprimido y enfadado consigo mismo.

– Lo siento -susurró Kayla.

– ¿Por qué?

– Es posible que tenga muchos defectos, Kane, pero no soy una provocadora.

– ¿He dicho yo que lo seas?

– No, pero seguro que lo estás pensando.

Kane comprendió que la fuente de la preocupación de Kayla estaba en su propio pasado.

– Pues la verdad es que no.

– ¿En qué estás pensando entonces?

– En que estoy presionando demasiado a una mujer frágil y herida -dijo con una sonrisa traviesa.

Kayla se echó a reír.

– Eso no es verdad. Venga, dímelo en serio.

– Estaba pensando -dijo entonces Kane, interrumpiéndose para acariciar su pelo-, que lo que sucedió…

– ¿Sí?

– Fue la mejor noche de sexo que he tenido en mi vida -le bastaba estar con ella para sentirse bien. Kane había aceptado ya lo mucho que la deseaba, aunque supiera que al final la dejaría marcharse. Y, durante el tiempo que durara el caso, estaba dispuesto a protegerla con su vida.

Tras una refrescante ducha, aquella vez sin incidentes, Kayla se asomó a la puerta de la sala. Kane estaba examinando las cajas en las que guardaba las cosas de su tía.

– No he oído el timbre de la puerta.

Kane la miró por encima del hombro.

– Deberías estar descansando.

– Ayer estuve durmiendo durante gran parte del día y toda la noche. Estoy bien -o al menos todo lo bien que podía estar tras la llamada amenazante de aquel matón, sabiendo que estaba en juego la reputación del negocio de su tía… y habiendo compartido con Kane McDermott las últimas doce horas.

Al igual que ella, Kane también se había duchado y cambiado. Y, a juzgar por su aspecto, Kayla comprendió que le habían llevado algo de ropa limpia junto a las cajas.

Entró en el salón y se arrodilló a su lado. Sus muslos se rozaron de forma accidental y sintió que su vientre se tensaba a causa de la excitación y el deseo.

– Ya no estás tan pálida, incluso te ha vuelto el color a las mejillas -advirtió Kane.

– Me encuentro mejor -replicó Kayla, consciente de que la recuperación del color no tenía nada que ver con su salud-, y dispuesta a empezar a revisar todas estas cajas -señaló con un gesto las cajas que había por toda la habitación.

– Y te has duchado. Deberías haberme llamado.

– ¿Para que hubieras hecho guardia en la puerta del baño? No soy una inválida, Kane -le aseguró. Y tampoco quería que la tratara como si lo fuera. Agradecía su atención, pero no quería su compasión.

– He empezado sin ti.

– ¿Y has encontrado algo interesante?

Kane negó con la cabeza.

– Todavía no he mirado esas tres cajas grandes de allí.

– Dos de ellas las preparé yo. Mis tíos vivían en un apartamento alquilado y el propietario quería que lo vaciáramos cuanto antes -hizo una mueca-. En cualquier caso, Catherine y yo llevamos la mayor parte de sus pertenencias al Ejército de Salvación. Mi tío tenía una sobrina que se llevó sus cosas más personales. Catherine y yo nos encargamos de empaquetar el resto.