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– Entonces los pasatiempos, los crucigramas y todas esas cosas… -señaló la caja que tenía más cerca.

– A mi tía le encantaban, y también a mi madre. Yo hacía muchos cuando era más joven -se encogió de hombros-. La otra caja está llena de adornos y chucherías que han pertenecido a mi familia desde hace años.

– ¿Cuántos años tenías cuando murió tu madre?

La pregunta la sorprendió. Era tan inesperada como innecesaria.

– ¿No tuviste acceso durante tu investigación a todos los detalles de mi vida?

– Sí -tuvo la deferencia de mostrarse avergonzado.

– ¿Entonces por qué lo preguntas?

– Porque me gustaría saberlo de ti.

Kayla bajó la mirada hacia sus manos.

Fue a ella a la que le tocó avergonzarse en ese momento. Kayla creía lo que Kane le había dicho antes, que cuando se había acostado con ella no estaba pensando en su trabajo. Y sabía que podía haber salido para siempre de su vida si hubiera querido. Cuando el capitán Reid le había negado protección, Kane podía haber seguido su camino. Y, sin embargo, allí estaba.

– ¿Sabes algo de los libros de contabilidad? -preguntó Kane, sugiriendo así un cambio de tema.

– Tenía veinte años y Catherine veintiuno -comenzó a explicarle Kayla-. Fue como si mi madre hubiera elegido el mejor momento para morir. Ninguna de nosotras tuvo que enfrentarse a los servicios sociales y tampoco tuvieron que separarnos.

– ¿Y tu tía no podía haberse hecho cargo de vosotras?

– Supongo que sí. Aunque la tía Charlene nunca tuvo hijos y sólo se relacionaba conmigo porque ambas tenemos esa… -se palmeó la cabeza- inteligencia superior a la normal, bueno, así es como lo llaman. Con Catherine se llevaba peor, porque tenían muchas menos cosas en común.

– Lo siento… por ambas.

– Tú has tenido que enfrentarte a cosas peores.

Los ojos de Kane parecieron velarse, como si acabara de caer sobre ellos un telón, ocultando su alma a cualquier posible público.

Kayla sabía que todavía no había llegado a lo más profundo de él, pero también que con tiempo y paciencia conseguiría hacerlo.

– Yo tengo todos los libros -le dijo, aceptando el cambio de tema que el propio Kane había propuesto-. Esa es una de las cosas que me extrañan. El tipo que me llamó por teléfono me dijo que quería los cuadernos, pero yo he sido la que ha estado llevando la contabilidad desde el año pasado y nunca he visto nada raro. No hemos tenido ningún ingreso extra por…

– Puede ser que escondieran el dinero en otro sitio.

Aunque ella no hubiera sido capaz de conmover sus emociones, desde luego él acababa de conseguirlo. Kayla lo agarró del jersey, desesperada por que la comprendiera y la creyera.

– No hables en plural, Kane. No sé lo que mi tío pudo hacer o dejar de hacer, pero te aseguro que mi tía no tenía nada que ver con la prostitución.

Kane fijó en ella su mirada; sus ojos habían adquirido el color del mar en medio de la tormenta.

– Eso está por ver.

– No. Es posible que mi familia no haya sido la mejor del mundo, pero te aseguro que no nos hemos dedicado a nada ilegal.

– No estoy acusando a nadie, ni a ella ni a ti. Pero los hechos demuestran que hay alguien que quiere algo de ti… Y no parece que le importe cómo conseguirlo.

– Lo sé -le bastó pensar en la voz de su atacante para sentir escalofríos.

Kane la agarró por la muñeca, aliviando su terror.

– No te va a pasar nada, pero tenemos que averiguar quiénes son esas personas y qué libros están buscando para poner fin a todo esto de una vez por todas.

Y en «todo esto», estaba también incluida ella. Podía leer la verdad en sus ojos, pero pensaba luchar contra ella. Aunque todavía no estaba segura de cómo.

Buscando aumentar la distancia entre ellos, Kayla se levantó. Kane siguió su movimiento con la mirada, recorriéndola de pies a cabeza. Un brillo sensual iluminó su expresión. Y Kayla decidió que ponerse el top negro de Catherine había sido una buena idea, y no sólo por el calor. Dudaba que cualquiera de sus blusas de seda hubiera provocado la misma respuesta en Kane.

Aparentemente, el camino hacia el corazón de Kane comenzaba en el sexo. En circunstancias normales, Kayla se habría negado a ofrecerse como un objeto sexual; había pasado demasiados años luchando contra aquella imagen. Pero Kane era diferente. Y por primera vez en su vida Kayla estaba dispuesta a sacar partido de su atractivo.

– He empezado con esta caja -dijo Kane-, pensando que podía haber algo escondido en uno de estos cuadernos de pasatiempos.

– ¿Como por ejemplo?

– Todavía no lo sé.

Kayla deseaba respuestas tanto como deseaba a Kane. Volvió a sentarse a su lado. Cada uno de sus movimientos estaba totalmente calculado. Se colocaba suficientemente cerca de él como para oler su colonia y lo bastante lejos como para permitirle a él echar de vez en cuando un vistazo a su top… Si realmente quería mirar.

Al cabo de un rato, lo descubrió mirándola. Kane no sabía que lo estaba observando. Tenía la mirada clavada en la hendidura de sus senos, que asomaba por encima del borde del top, los ojos nublados por el deseo y los dientes apretados.

Kayla disimuló una sonrisa. A pesar de aquellas circunstancias tan poco favorables, había conseguido poner al detective Kane McDermott donde quería. La última vez que había conseguido desconcentrarlo habían terminado disfrutando de una noche de sexo. Pero aquella vez no iba a bastarle con el sexo. Después de conseguir que se abriera a ella, no se conformaría con menos que con hacer el amor.

Continuó trabajando. Leía cuidadosamente cada una de aquellas páginas llenas de crucigramas, sonriendo al recordar las horas que su madre y su tía habían dedicado a aquel pasatiempo.

– Aquí no he visto nada -comentó, tras repasar unos cuantos cuadernos.

– Los que yo he estado mirando están todos repletos. Tu tía era una experta.

– No es difícil ser una experta cuando los haces con lápiz. Borras tus errores, miras de vez en cuando la solución -rió-. Sí, la tía Charlene era muy buena. Mi madre era más tramposa, y también cometía más errores.

– ¿Y tú no cometías ninguno?

– No soy perfecta, Kane.

Hora y media más tarde, Kayla empezaba a sentir ganas de gritar. Habían revisado ya la mitad de la caja. Y no habían encontrado absolutamente nada.

– Esto es ridículo.

– Tú sigue mirando.

Kayla se colocó en una postura más cómoda y sacó el siguiente cuaderno. Quince minutos más tarde y tres cuadernos después, comenzó a encontrar errores en los crucigramas. Errores evidentes, que su tía jamás habría cometido.

A no ser que los hubiera hecho a propósito. En cuanto comenzó a encontrar repetidos algunos de los nombres que aparecían en los crucigramas, Kayla tuvo la certeza de que aquellos errores eran voluntarios. Gimió en voz alta.

– ¿Has encontrado algo?

Kayla miró a Kane, sabiendo que tenía que revelarle su descubrimiento y odiándolo al mismo tiempo por ello.

– Algunos errores. Hay nombres, en vez de respuestas -murmuró.

– Déjame ver.

Kayla le tendió los dos cuadernos.

– Las cifras que aparecen en los acertijos podrían ser pagos en dinero negro.

– ¿Y qué es esa fecha que viene al principio? -preguntó Kayla.

– ¿Qué fecha?

– Cada uno de los cuadernos tiene una fecha escrita a mano al lado del primer acertijo.

– No lo había notado -murmuró Kane.

– Indica un progreso de mes a mes o de año a año.

– Vamos.

– ¿Adónde?

– Esos cuadernos tienen que ser descodificados, y para eso tienes que estar fuerte.

– ¿Y qué ocurriría si terminara demostrando la culpabilidad de mi tía y perdiera mi negocio en el proceso? -preguntó.

– También es posible que consigamos exonerarla y salvar la reputación de Charmed gracias a ti -miró hacia el primer cuaderno que le había entregado a Kayla-. Estos cuadernos son de hace ocho meses. Pero Charmed es un negocio que funciona desde hace quince años. Kayla asintió.

– Tu tía se casó hace poco más de un año y su marido comenzó a formar parte del negocio casi inmediatamente.

– Sí -Kayla hizo cálculos mentalmente-, la fecha del primer cuaderno coincide con la entrada de Charles en el negocio.

– ¿Y tienes algún motivo para sospechar de ese hombre?

– Ninguno, salvo que fue capaz de hacerle perder la cabeza a la tía Charlene. Pero los nombres empiezan a aparecer en la época en la que se incorporó al negocio.

– Lo que lo convierte en un sospechoso -Kane le tomó la mano-. Kayla, es posible que tengas que enfrentarte al hecho de que quizá tu tía no haya sido una víctima inocente.

Kayla sacudió la cabeza.

– No hasta que no tenga la prueba irrefutable -la clase de prueba con la que pretendía demostrar la inocencia de su tía. Odiaba creer que su tía había sido traicionada por el hombre que le había profesado su amor, pero prefería que fuera él el culpable a que lo fuera su tía. Ella creía plenamente en la inocencia de Charlene.

– De acuerdo. Pero eso va a costamos algún trabajo.

– ¿Significa eso que me crees?

– Sí.

Nunca una palabra tan pequeña había encerrado tantos significados. Miró a Kane a los ojos, queriendo confirmar su percepción y descubrió en ellos una calidez conmovedora.

– Kayla… Creo que tu fe en tu tía es inalterable, pero yo tengo que reservarme el juicio hasta que tengamos las pruebas.

Acababa de hablar Kane el policía. Pero no le importaba. Porque, por encima de su condición, había un hecho irrefutable: Kane creía en ella.

Sin pensárselo dos veces, Kayla le rodeó el cuello con los brazos.

– Gracias -susurró, moldeándose contra su cuerpo, como si quisiera mostrarle de esa forma su gratitud.

Kane posó las manos en su cintura. Si pretendía separarla, pensó Kayla, aquél era el momento. Pero el gemido de Kane y la presión inconfundible de su erección contra ella le dijo que ninguno de ellos iba a moverse.

Además sabía que, si se lo permitía, Kane elevaría nuevamente todas las barreras con las que pretendía protegerse. Y ella no podía perder aquella oportunidad. Así que, decidida a correr un nuevo riesgo y desafiando los principios con los que hasta entonces había vivido, retrocedió dos pasos, se quitó el top con manos temblorosas y lo arrojó descuidadamente al suelo.