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– ¿Adónde?

– Esos cuadernos tienen que ser descodificados, y para eso tienes que estar fuerte.

– ¿Y qué ocurriría si terminara demostrando la culpabilidad de mi tía y perdiera mi negocio en el proceso? -preguntó.

– También es posible que consigamos exonerarla y salvar la reputación de Charmed gracias a ti -miró hacia el primer cuaderno que le había entregado a Kayla-. Estos cuadernos son de hace ocho meses. Pero Charmed es un negocio que funciona desde hace quince años. Kayla asintió.

– Tu tía se casó hace poco más de un año y su marido comenzó a formar parte del negocio casi inmediatamente.

– Sí -Kayla hizo cálculos mentalmente-, la fecha del primer cuaderno coincide con la entrada de Charles en el negocio.

– ¿Y tienes algún motivo para sospechar de ese hombre?

– Ninguno, salvo que fue capaz de hacerle perder la cabeza a la tía Charlene. Pero los nombres empiezan a aparecer en la época en la que se incorporó al negocio.

– Lo que lo convierte en un sospechoso -Kane le tomó la mano-. Kayla, es posible que tengas que enfrentarte al hecho de que quizá tu tía no haya sido una víctima inocente.

Kayla sacudió la cabeza.

– No hasta que no tenga la prueba irrefutable -la clase de prueba con la que pretendía demostrar la inocencia de su tía. Odiaba creer que su tía había sido traicionada por el hombre que le había profesado su amor, pero prefería que fuera él el culpable a que lo fuera su tía. Ella creía plenamente en la inocencia de Charlene.

– De acuerdo. Pero eso va a costamos algún trabajo.

– ¿Significa eso que me crees?

– Sí.

Nunca una palabra tan pequeña había encerrado tantos significados. Miró a Kane a los ojos, queriendo confirmar su percepción y descubrió en ellos una calidez conmovedora.

– Kayla… Creo que tu fe en tu tía es inalterable, pero yo tengo que reservarme el juicio hasta que tengamos las pruebas.

Acababa de hablar Kane el policía. Pero no le importaba. Porque, por encima de su condición, había un hecho irrefutable: Kane creía en ella.

Sin pensárselo dos veces, Kayla le rodeó el cuello con los brazos.

– Gracias -susurró, moldeándose contra su cuerpo, como si quisiera mostrarle de esa forma su gratitud.

Kane posó las manos en su cintura. Si pretendía separarla, pensó Kayla, aquél era el momento. Pero el gemido de Kane y la presión inconfundible de su erección contra ella le dijo que ninguno de ellos iba a moverse.

Además sabía que, si se lo permitía, Kane elevaría nuevamente todas las barreras con las que pretendía protegerse. Y ella no podía perder aquella oportunidad. Así que, decidida a correr un nuevo riesgo y desafiando los principios con los que hasta entonces había vivido, retrocedió dos pasos, se quitó el top con manos temblorosas y lo arrojó descuidadamente al suelo.

Capítulo 7

Kane intentó contener la respiración ante aquella visión.

El sol entraba a través de las rendijas de las persianas, encuadrando aquel cuerpo increíble en un haz de luz dorada. Kayla exhaló un tembloroso suspiro y le tendió las manos.

– ¿No vas a decir nada? -preguntó suavemente-. ¿Ni a hacer nada?

Kane no era ningún santo. Jamás lo había sido. Y al enfrentarse a lo que Kayla le estaba ofreciendo no podía decir no. Su cuerpo era demasiado suave, sus curvas demasiado llenas, su corazón demasiado grande. No, no podía renunciar a ella. Aunque después tuviera que quemarse en el infierno.

– ¿Kane? -a pesar de su tono interrogante, Kayla ya estaba cruzando los brazos sobre su pecho, intentando cubrirse.

Kane murmuró entonces un juramento salvaje y le agarró los brazos, antes de que pudieran impedirle aquella visión incomparable. Sin soltarla, deslizó la mirada por aquel regalo que la vida le había entregado, aunque solo hubiera sido durante una noche.

Acarició suavemente las marcas que Kayla todavía conservaba en el cuello.

– Esto no debería haber sucedido.

– No fue culpa tuya…

Kane interrumpió sus palabras con un beso. No quería oírle decir que no lo culpaba. No quería oír nada, salvo el sonido de sus suaves gemidos.

Kayla respondió a su beso. Sus labios se suavizaron, abrió la boca y hundió la lengua en el interior de la de Kane. Con el cuerpo arqueado, fue estrechándose contra él hasta hacerle sentir la dureza de sus pezones a través de la camisa.

En cuestión de segundos, hasta la fina tela de la camisa se había convertido en una barrera insoportable. Kane se la quitó rápidamente y por fin pudo conseguir lo que tanto anhelaba. Kayla y él, piel contra piel; lo senos llenos de ella apretándose contra él. Pero aquello no era suficiente para ninguno de ellos.

– Hagamos el amor, Kane.

La voz de Kayla penetró a través de la ofuscación del deseo. La conciencia cobraba nueva presencia y, en vez de escuchar el palpito de sus entrañas, Kane se obligó a pensar.

No podía acostarse con Kayla otra vez. Sabía las consecuencias que tendría para éclass="underline" Kayla le hacía perder la concentración y hacía añicos su sentido común. Alzó la mirada y se obligó a apartar los labios de la suave piel de la mejilla de Kayla. Le acarició el labio inferior.

– No tengo ningún tipo de protección, cariño.

– Oh -la desilusión asomó a sus ojos.

Kane no podía soportarlo. No podía dejarla esperando cuando deseaba con toda su alma satisfacerla de todas las formas que sabía.

Quería enseñarle lo maravillosas que podían ser las cosas entre un hombre y una mujer. Kayla había tenido muy pocas experiencias sexuales y todas ellas malas. Hasta él la había herido al final. Pero aquella vez no le haría ningún daño.

Posó las manos sobre sus senos desnudos, rozando los pezones con los pulgares.

Todo el cuerpo de Kayla pareció sacudirse. La joven soltó un gemido que hizo estremecerse a Kane de deseo.

– Pero si has dicho…

Kane la silenció posando un dedo sobre sus labios.

– Que no tenía ningún tipo de protección, no que quisiera detenerme.

Kayla abrió los ojos de par en par y antes de que pudiera contestar, Kane la tomó en brazos y la llevó hasta el sofá. La joven gimió ante la brusquedad de su movimiento.

– ¿Estás bien? -le preguntó, Kane, apartándole el pelo de la frente.

– Estaría mejor si dejaras de hablar -murmuró ella, sonrojándose.

Kane se echó a reír, se arrodilló a su lado y posó la mano en la hebilla del pantalón.

– Tienes suerte de que esté acostumbrado a cumplir órdenes -especialmente cuando él estaba deseando lo mismo que le ordenaban. Porque Kane necesitaba verla retorcerse de placer entre sus brazos. Le desabrochó el botón y comenzó a quitarle los pantalones.

Kayla lo ayudó, alzando las caderas. Quizá las cosas no salieran tal como las había planeado, pero tenía que reconocer que con aquello ya tenía suficiente. Sin ser consciente de ello, Kane le estaba dando la medida de su control. Parecía menos en guardia, más relajado y, lo mejor de todo, todavía lo tenía para ella.

Una sensación de frío acompañó la pérdida de sus vaqueros, pero Kane la hizo entrar en calor rápidamente al colocarse entre sus muslos. Sin darle tregua alguna, posó la mano entre ellos, provocando un latido que llegó hasta la última terminación nerviosa de Kayla.

– Maldita, sea, te siento maravillosa -susurró Kane con voz ronca.

Kayla se obligó a abrir los ojos y susurró una oración de gracias por poder contar con Kane. Este tenía los ojos cerrados y apretaba con fuerza los labios. Era evidente que estaba tan afectado con ella. Kayla no necesitaba el sexo para ganarse a Kane. Podía hacerlo con afecto, confianza y cariño.

Y confiaba en él. Dejó caer la cabeza sobre los cojines del sofá, dispuesta a demostrarle cuánto. A medida que él iba acariciándola, fueron cubriéndola oleadas de puro placer, que remitieron un instante para alcanzarla de nuevo con renovadas fuerzas. Quizá deberían haberla avergonzado los gemidos que escapaban de sus labios, pero no era así. Porque aquélla era la única forma que tenía de que Kane supiera cómo se sentía, y la única manera de que se abriera a ella, de que le demostrara su confianza.