Como ya no tenía nada que hacer, decidió, podía dedicarse a ordenar los libros de sus tíos. Pero antes tomaría un poco de aire fresco. Se dirigió a una de las habitaciones que daban al exterior de la casa con intención de abrir puertas y ventanas. Pero las campanillas de la puerta le advirtieron que acababa de recibir una visita inesperada. Alzó la mirada y estuvo a punto de tropezar en medio de la habitación.
Porque el hombre que acababa de entrar en su casa emanaba fuerza y autoridad desde los pies hasta la última punta de su pelo. Kayla se alegró de no haber comido nada al sentir que el estómago le daba un vuelco. Un vuelco provocado por una extraña mezcla de excitación, aprensión y admiración. Un intenso calor que no tenía absolutamente nada que ver con el radiador estropeado se extendió repentinamente por su cuerpo.
¿Pretendía refrescarse? Pues ni siquiera la fresca brisa de primavera que había entrado tras su visitante conseguiría bajarle la temperatura en ese momento. Desde una perspectiva profesional, aquél era exactamente el tipo de hombre al que le gustaría dirigir su negocio. Y desde un punto de vista más personal, bastaba una mirada de aquel desconocido para hacerla estremecerse.
– ¿En qué puedo ayudarlo? -le preguntó.
Kane asintió, le dirigió una torpe sonrisa y le tendió la mano, pero al instante pareció recapacitar y la retiró. Casi inmediatamente volvió a tendérsela.
Kayla inclinó la cabeza, sorprendida por sus torpes maneras.
– Hola, soy Kayla Luck, la propietaria de Charmed -se presentó Kayla, tendiéndole a su vez la mano.
– Me alegro de conocerla, señora Luck -sin previa advertencia, comenzó a sacudirle la mano con un entusiasmo exagerado-. ¿O debería decir «señorita»? Realmente, debería haberlo preguntado, no me gustaría precipitarme sacando conclusiones que no debo e insultar a una dama que…
Incapaz de comprender aquella repentina divagación, Kayla lo interrumpió.
– Llámeme como usted prefiera -apartó la mano justo antes de que él le diera un apretón en el brazo.
Contra toda lógica, aquel rudo contacto le gustó.
– Así que es usted «señorita». Mmm, hoy debe de ser mi día de suerte -sacudió la cabeza y rió-. Esto es patético. Con un apellido como el suyo supongo que debe estar oyendo constantemente bromas de ese tipo. Seguro que le recuerdan muchas veces que su apellido significa suerte.
– Demasiado a menudo. ¿Qué puedo…? -Kayla rectificó rápidamente-. ¿Qué es lo que ha venido a buscar exactamente a Charmed, señor…?
– McDermott. Kane McDermott.
– ¿Venía usted para las clases de enología? Porque si es así, la clase ha sido cancelada.
Kane se pasó el dorso de la mano por la frente.
– Y lo comprendo. Esto parece un horno.
– Me temo que desde hace unas horas prácticamente lo es.
– Lo que explica que usted vaya con un vestido de tirantes a pesar de la época del año en la que estamos -desapareció toda traza de azoramiento en su actitud mientras deslizaba sus ojos grises por la piel de Kayla.
Kayla se puso roja como la grana. Empezó a cruzarse de brazos, pero se detuvo a tiempo al darse cuenta de que estaba empeorando la situación. Reconoció al instante la audaz admiración que reflejaban las facciones perfectamente cinceladas de aquel desconocido, la franca apreciación común a casi todos los hombres con los que tenía algún contacto. Durante sus veinticinco años de vida, había aprendido a conocer y odiar aquellas miradas tan indiscretas. Pero, de alguna manera, al sentir los ojos de Kane McDermott taladrando los suyos fue incapaz de sentirse ofendida.
Aun así, era imposible que tuviera interés en un desconocido con un carácter tan poco consistente. Lo mismo parecía tímido que demostraba una absoluta confianza en sí mismo. Kayla no podía evitar preguntarse quién sería aquel tipo.
Y qué querría exactamente.
Porque aquél no era precisamente el tipo de hombre que frecuentaba el establecimiento de sus tíos. Su establecimiento, se recordó a sí misma. Y, al margen de sus opiniones, aquel hombre era uno de sus clientes. De modo que ya era hora de dejar de diseccionarlo y comenzar a tratarlo como debía.
– ¿Quiere que le sirva un refresco?
Kane se apoyó contra la pared sin apartar su potente mirada de los ojos de Kayla.
– ¿Y qué tal si te invito yo a una copa? -preguntó él con su tono más seductor-. Quiero decir… Oh, diablos, no puedo seguir haciendo esto.
– ¿Haciendo qué? ¿A qué se refiere?
– No puedo seguir fingiendo que soy un patán que necesita que lo amaestren.
– ¿Eso es lo que usted piensa que hacemos aquí?
– «Dejemos que se muestre encantadora» -recitó él, repitiendo el lema publicitario de la tía de Kayla-. Esa era la frase que ponía en el folleto que me pasó un amigo.
– Ya veo. Bueno, digamos que hemos avanzado algo desde entonces. Por supuesto, podemos enseñarle algunas nociones básicas de etiqueta, si es eso lo que necesita, pero… ¿Qué quería decir exactamente con eso de que estaba fingiendo ser un patán que necesita que lo amaestren? -preguntó con recelo.
– Un amigo mío me envió aquí. Asistió en una ocasión a una de sus clases de baile.
– ¿Cómo se llamaba su amigo?
– John Frederick. Dice que prácticamente lo expulsaron de las clases de baile de salón.
Kayla elevó los ojos al cielo, recordando las clases que su tía había insistido en ofrecer. Kayla jamás había comprendido cómo había conseguido llenar aquellas clases.
– Eso fue porque era incapaz de dar un solo paso a derechas y estaba demasiado preocupado con conseguir pareja para la cita de Año Nuevo -le costaba imaginar a aquel hombre tímido y de natural bondadoso como amigo de Kane McDermott-. ¿Y qué tal está John Frederick?
– Su empresa lo ha enviado al extranjero. Me dijo que le había preguntado a tu tía fórmulas para invitar a salir a mujeres francesas -contestó Kane con una sonrisa.
– Supongo que mi tía se alegró de poder darle algún consejo. Se llevaba muy bien con John.
– ¿Y tu tía ahora ya no está a cargo del negocio?
– Ella y mi tío murieron hace unos meses.
– ¿Juntos?
– Sí -las lágrimas inundaron sus ojos. Le sucedía cada vez que pensaba en el accidente que se había llevado a su tía, aquella mujer con la que tantas cosas tenía en común. Ambas tenían un coeficiente intelectual superior a la media y su estrecha relación se debía en parte al hecho de que su tía comprendía perfectamente los problemas a los que debía enfrentarse una joven tan inteligente como ella.
Kayla sacudió la cabeza e intentó concentrarse en su cliente.
– La policía nos dijo que el coche patinó a causa de la lluvia y chocaron contra un árbol.
– Lo siento… Debe de haber sido muy duro perder a los dos al mismo tiempo.
– La verdad es que no conocía del todo bien a mi tío. Llevaban casados menos de un año, pero por lo menos consiguió hacerle feliz antes de que ella… -Kayla se interrumpió bruscamente, consciente de que estaba haciéndole confidencias a un completo desconocido.
– Lo siento -repitió Kane-. Y John lo sentirá también.
– Muchas gracias -desvió un instante la mirada, antes de volver a mirarlo a los ojos-. Pero el hecho de que mi tía no esté aquí, no cambia en absoluto los hechos.
– ¿Que son?
– Que son que usted ha venido aquí fingiendo ser algo que no es.
– Y eso no está nada bien. Pero John… Bueno, él pensaba que haríamos buenas migas -desvió la mirada hacia sus manos.
– ¿Y por qué no me lo ha dicho nada más entrar?
– Porque no siempre se puede confiar en la opinión de los demás. Diablos, eso es como aceptar una cita a ciegas. Así que… he venido para comprobarlo personalmente.
– John debe de haberle hablado de mí hace mucho tiempo.
– ¿Por qué dice eso?