La inicial vacilación de la primera noche que habían compartido había desaparecido. Kayla estaba completamente entregada a él. Kane tomó aire, lamentándose en silencio de su error. Había subestimado a Kayla y el efecto que tenía sobre él. Había sido un verdadero estúpido. No se había evitado nada al no hacer el amor con ella. Al contrario, se había arrojado a sí mismo a un pozo mucho más profundo.
Sin dejar de acariciarla rítmicamente con una mano, hundió los dedos de la otra en su húmedo interior. Kayla gimió en voz alta. Kane inclinó entonces la cabeza y tomó uno de los pezones con los labios.
Kayla se arqueó violentamente, sacudida por una nueva oleada de placer, mientras sentía su cuerpo cerrándose y abriéndose alrededor de los dedos de Kane. El propio Kane estaba a punto de llegar al orgasmo y Kayla ni siquiera lo había tocado. Kane abrió los ojos y vio el rostro de Kayla transformado por el placer que él mismo le había brindado.
– Kane -aquel inesperado susurro provocó una reacción tan fuerte en él que fue incapaz de dominarse. Se colocó sobre ella, hasta que sus cuerpos estuvieron alineados, buscando la plenitud que él mismo se había negado. Y el orgasmo le llegó tan repentina como inesperadamente. Segundos después, se incorporó. Kayla no podía seguir soportando su peso y él no podía soportar lo que acababa de hacer. Otra batalla perdida. No podía permitir que volviera a suceder.
– Ha sido…
– No lo digas -la interrumpió Kane. Había perdido el control. Una constante ya, cuando estaba cerca de Kayla.
– Increíble.
Kayla se volvió y alzó su confiada mirada hacia él. Aquello era más de lo que Kane podía soportar y rápidamente comenzó a alejarse.
– ¡No! -la aspereza de su tono lo sobresaltó-. No te atrevas a irte ahora.
– Necesitas un poco de intimidad.
– Querrás decir que la necesitas tú -se vistió en silencio, antes de volverse de nuevo hacia él y se pasó la mano por el pelo-. En cuanto te das cuenta de que has bajado la guardia, retrocedes.
Kane, sorprendido por aquella interpretación tan certera de su conducta, alzó las manos en gesto de derrota.
– Has conseguido seducirme una vez más -Kane regresó al sofá en el que Kayla estaba sentada. La agarró suavemente por el cuello y la besó. Sus labios le proporcionaron un placer como jamás había imaginado. Un placer excesivo, quizá. Interrumpió su beso.
– ¿De verdad? -musitó Kayla.
– Sí, de verdad.
Una nueva luz iluminó los ojos de la joven. Tenía el aspecto de un gato hambriento que por fin había atrapado su comida y no estaba dispuesto a soltarla.
– Estás acostumbrado a estar solo, ¿verdad?
Kane no podía estar en contra de aquella declaración.
– Pero no tienes por qué estarlo.
En eso se equivocaba. Estando solo estaba a salvo.
Kayla deslizó la mano por la parte delantera de los pantalones de Kane una vez más. Kane estaba excitado, pero no tenía intención de perder el control por segunda vez en el día. La agarró por la muñeca, pero, en vez de apartarla, la estrechó todavía más contra él, permitiendo que cerrara su mano sobre el bulto que destacaba en sus pantalones. Y ante la perfección de aquel contacto, gimió.
– Nadie se va a ir de aquí, Kane -susurró Kayla.
Movió la mano con un gesto nervioso que le indicó a Kane que no estaba más cómoda con la dinámica de la situación que se estaba dando entre ellos de lo que lo estaba él. Ambos estaban sometidos a la misma tensión física y emocional. La diferencia era que Kayla había decidido pasar por encima de todas las barreras para atraparlo. Lo que quería decir que él había tomado la decisión correcta.
Alguien tenía que intentar mantener las distancias para que al final las cosas no resultaran demasiado difíciles.
– ¿Por qué no continúas revisando los libros mientras yo voy a darme una ducha?
– Supongo que es una buena idea -asintió Kayla, cediéndole el control.
Pero Kane sabía que aquello sólo era una retirada temporal.
Kayla entró en el dormitorio y se detuvo frente al montón de ropa que Kane había dejado en el suelo. Le gustaba la familiaridad que aquella imagen evocaba. Por supuesto, no se hacía ninguna ilusión sobre las pretensiones de Kane de llegar a formar parte de su vida. Pero prefería aferrarse a la esperanza que a lo obvio.
Tomó el pantalón y la camisa de Kane. Para cuando el caso hubiera terminado, Kane iba a saber ya la diferencia que había entre estar soltero por propia opción y estarlo por necesidad. Y, gracias a Kane, ella iba a convertirse en una mujer plenamente a cargo de sí misma y de su vida. Una mujer que ya no temía a su propia sexualidad.
Al colgarse los pantalones del brazo, algo cayó al suelo. Kayla se inclinó para recoger lo que resultó ser la cartera y vio que algo sobresalía de su interior.
– ¿Qué es esto? -pero le bastó tomar el pequeño paquetito para reconocer que era un preservativo.
Y, se dijo, si Kane estaba dispuesto a esforzarse tanto para evitar hacer el amor con ella, para evitar aquella intimidad que le permitiría abrir una brecha en sus defensas, eso significaba que no tenía intención de sucumbir. Jamás.
Se había equivocado. No había conseguido atraparlo. Ni siquiera se había acercado a él. Se frotó los ojos, intentando dominar las lágrimas.
No tenía tiempo para la consternación. Tenía preocupaciones más importantes que el amor en su vida. Kayla agarró los cuadernos de pasatiempos con posible información y se los metió en el bolso, decidida a impedir que Kane continuara dirigiendo las cosas como lo había estado haciendo hasta entonces.
Era evidente que Kane necesitaba que lo sacudieran en más de un aspecto. Ya tenía claro que no había conseguido dominarlo sexualmente, pero quizá hubiera otras formas de tomar las riendas de la situación y demostrarle que había más cosas, en la vida que estar solo.
Los misterios de Charmed todavía no estaban resueltos. Pero ella los resolvería sin la ayuda del detective McDermott. Y cuanto antes lo hiciera, antes podría regresar a su antigua vida. Una vida sin Kane.
Se acercó al teléfono y llamó a su hermana para quedar con ella. Mientras colgaba el auricular, oyó que se cerraba la ducha. Inmediatamente, se dirigió hacia la puerta trasera.
Kane salió del baño, se secó el pelo y continuó caminando. El silencio que llenaba la casa le chocó al instante. Todos sus sentidos, aguzados por años de experiencia, se pusieron alerta.
– ¿Kayla?
No hubo respuesta. Kane no la llamó otra vez. Recorrió el dormitorio con la mirada. La ropa que había dejado allí antes de meterse en la ducha había desaparecido y advirtió que se oía el zumbido de la lavadora de fondo. Pero Kayla no estaba en la casa.
Al recordar lo que había ocurrido la última vez que Kayla había desaparecido de aquella manera se le encogió el corazón.
Recorrió la casa con paso acechante, observando cada detalle. No faltaba nada, excepto los cuadernos de pasatiempos. Kayla había salido a la calle convertida en un blanco.
Kane musitó un juramento salvaje. Cuando le pusiera la mano encima la iba a estrangular.
El olor a moho de los libros viejos la rodeaba, haciéndola sentirse a salvo. Kayla recorrió el final de un largo pasillo y vio a Catherine en el lugar en el que habían quedado. Posó la mano en el hombro de su hermana.
– Hola, Cat.
Catherine se volvió.
– Gracias a Dios que estás bien. Tu llamada me ha puesto al borde del infarto. ¿Dónde has dejado a tu perro guardián?
Kayla se encogió de hombros.
– Ni lo sé ni me importa.
– ¿Te ha dejado salir sola? ¿Después de haberme prometido que te protegería? Debería haber sabido que ese hombre era un canalla.