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– He salido a escondidas y, si no recuerdo mal, tú misma me recomendaste que saliera con ese hombre.

– Eso fue antes de que se hubiera aprovechado de mi inocente hermana.

– ¿No crees que estás exagerando un poco?

Catherine le acarició la mejilla.

– Tenías el corazón destrozado, así que no, no creo que esté exagerando nada.

Kayla se metió con Catherine en uno de los reservados de la biblioteca y se dejó caer en una silla.

– ¿Tú crees que los hombres son muy literales en lo que dicen? -preguntó Kayla.

– ¿A qué te refieres exactamente?

– Si dicen que quieren algo, es que quieren algo. Y si un tipo dice que no quiere enredarse con nadie es que no quiere enredarse con nadie. No hay ninguna agenda oculta. Ni finales de cuentos de hada ni ninguna posibilidad de que una mujer consiga hacer cambiar de opinión a un tipo cabezota.

– Me gustaría estrangular a esa serpiente.

– ¿Por qué? Él nunca me ha mentido. Ahora siéntate, tenemos que hablar -Kayla señaló la silla que estaba frente a ella. No quería seguir hablando de sus sentimientos hacia Kane, le parecía algo demasiado personal como para tratarlo incluso con su preocupada hermana-. ¿Tú qué sabes exactamente sobre las actividades de Charmed? -le preguntó.

– ¿A qué te refieres exactamente?

– Mira esto -metió la mano en el bolso y sacó uno de los cuadernos de pasatiempos que se había llevado de la casa-. Listas de nombres, fechas…

– Cierra inmediatamente ese cuaderno -Kayla se sobresaltó al oír aquella voz, a la vez que sintió un calor ya familiar en su vientre.

– Acaba de llegar el hombre de hielo -musitó Catherine.

– Cállate -dijeron Kayla y Kane al mismo tiempo.

Pero, en vez de sentirse ofendida, Catherine continuó impertérrita:

– ¿Qué es lo que mi hermana no debería decirme?

– Nada.

– ¿Guardas muchos secretos, detective? -insistió Catherine.

– Ninguno que sea de tu incumbencia -hablaba con Catherine, pero no apartaba la mirada de la de Kayla.

Catherine miraba alternativamente a su hermana y a Kane. Y al parecer, solo tardó unos segundos en advertir la corriente silenciosa que los unía, porque se levantó y tomó su bolso.

– Creo que será mejor que me vaya.

Kayla se levantó también.

– No tienes por qué irte -podía arreglárselas con Kane sin necesidad de contar con la ayuda de Catherine, pero se negaba a permitir que Kane expulsara de allí a su hermana.

– Yo creo que sí. En cuanto a Charmed, sé mucho menos que tú. Tía Charlene me consideraba una especie de niña salvaje y rara vez confiaba en mí.

A pesar de la seriedad de la situación, Kayla se echó a reír. Catherine jamás había envidiado la relación que ella tenía con su tía. Al fin y al cabo, tenía muy pocas cosas en común con la hermana de su madre. Pero Kayla sabía que, en el fondo de su corazón, la tía Charlene las había querido con la misma intensidad a ambas.

Catherine se volvió entonces hacia Kane.

– No sé qué demonios está pasando entre vosotros dos, pero como hagas sufrir a mi hermana, me encargaré de que termines deseando no haber oído nunca el apellido Luck.

– Te creo -musitó Kane.

Kayla hizo un gesto a su hermana para que se agachara y le susurró al oído:

– Me parece increíble que permitas que te obligue a marcharte.

– Lo he mirado a los ojos -contestó Catherine, en voz igualmente baja-. Ese hombre está completamente enamorado, aunque todavía no lo sepa. Estoy segura de que cuidará de ti.

– No lo necesito…

– Claro que lo necesitas. Estoy segura de que no has cambiado de estilo de vestir para que yo te viera, lo estás haciendo por él. Porque por fin has confiado suficientemente en alguien como para mostrarte como eres verdaderamente -le dio un abrazo a su hermana-. Ya sabes dónde puedes localizarme.

Kayla la abrazó con fuerza. Adoraba a su hermana, aunque en ese momento estuviera viendo entre Kane y ella cosas que no existían. Esperó hasta que su hermana desapareciera para volverse de nuevo hacia Kane.

– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó.

– Por intuición. Pensé que, o bien estarías aquí o estarías con tu hermana. Y ambas cosas han resultado ser ciertas.

– Cat tiene derecho a saber lo que está pasando, Kane. Tú no eres quién para obligarla a permanecer en la ignorancia.

– No -se mostró de acuerdo-. Eres tú. Y tienes que ser consciente de que, cuanto más sepa, más peligro correrá. Y yo ya tengo suficientes problemas para vigilándote a ti como para añadir otra persona a mi lista.

Se acercó a ella. Si aquel cubículo de la biblioteca ya le parecía normalmente a Kayla demasiado pequeño, la presencia de Kane lo convertía en algo diminuto. Tomó aire para darse valor y sintió penetrar en ella la masculina fragancia de Kane. Su cuerpo reaccionó al instante, recordándole la intimidad que habían compartido.

Pero su cerebro le recordó que había sido ella la única que había percibido aquella intimidad. Kane había estado muy lejos de sentirla.

– En ese caso, puedes borrarme cuando quieras de tu lista de problemas. No tengo más ganas de verte a ti que tú de verme a mí.

– En ese caso, cariño, tenemos un serio problema.

Kayla abrió los ojos de par en par y entreabrió los labios. Y Kane la deseó como nunca la había deseado. Inmediatamente, intentó reprimirse.

– Dame esos cuadernos -dijo, buscando un cambio de tema.

Kayla sacudió la cabeza.

– Quiero sacar la lista de nombres completa.

– ¿Para eso has tenido que traértelos aquí?

– Aquí me concentro mejor.

Lejos de él. No hacía falta que lo dijera para que Kane supiera que lo estaba pensando. Pero ésa no era excusa para su imprudencia.

– Te has convertido en un blanco perfecto.

– Estamos en una biblioteca pública, nadie puede hacerme nada aquí.

– Pues a mí me parece que estás en una zona bastante reservada. Además has venido sola. Podrían habernos quitado la única prueba que tenemos -Kayla pareció acobardarse-. No es que no te crea capaz de descifrar esos cuadernos, pero preferiría que estuvieran en un lugar seguro. Tengo un amigo en la comisaría que más que un policía parece un ratón de biblioteca. Seguro que él es capaz de sacar la información que necesitamos en nada de tiempo.

– Estupendo. Aquí los tienes -Kayla sacó los cuadernos y se los tendió, golpeándole duramente en el estómago.

Kane sofocó un gruñido.

– Me voy -dijo entonces Kayla. Pero no había avanzado un solo metro cuando Kane la agarró por la muñeca, estrechándola contra él. No estaba dispuesto a permitir que Kayla dictara sus próximos pasos y tampoco podía dejar que saliera sola a la calle. Aunque no eran esas las únicas razones por las que no estaba dispuesto a dejarla marchar.

– Déjame irme, Kane.

– No puedo.

– Ya has dejado suficientemente claro lo que quieres de mí.

– Pero tú no lo creíste.

– He encontrado un paquetito en tu bolsillo que me ha hecho cambiar de opinión.

– ¿De qué demonios estás hablando? -se tensó. No sabía exactamente a qué podía referirse Kayla.

– ¿No te gusta que te descubran? -se mofó Kayla-. Entonces no deberías dejar tu ropa en el suelo del dormitorio, y en ese caso a mí no se me habría ocurrido meterla en la lavadora.

Kane soltó un juramento al comprender que Kayla estaba hablando del preservativo que guardaba en su cartera.

– ¿Estás diciéndome que te has ido de casa, que has arriesgado tu seguridad porque…?

– Porque quiero ser yo la que controle mi propia vida. Además, no quiero tu compasión, y eso ha sido lo que tú me has ofrecido antes. Yo he intentado seducirte y tú no me deseabas, pero eres demasiado caballero para admitirlo, de modo que…