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– Espera un momento. ¿De verdad crees que no te deseo? -le parecía completamente absurdo. Jamás había deseado a una mujer como deseaba a Kayla. Y jamás había dejado que ninguna mujer convirtiera su cabeza en el caos en el que en ese momento se encontraba.

No, no podía permitir que Kayla se marchara pensando que no significaba nada para él.

Posó la mano bajo su barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos. Vio entonces las lágrimas que brillaban en ellos. Maldita fuera. Sus métodos para protegerla estaban teniendo el efecto contrario; en vez de ayudarla, había vuelto a hacerle daño.

Kayla se metió la mano en el bolsillo y sacó el preservativo.

– Creo que esto habla por sí solo.

– Esa es una prueba puramente circunstancial, cariño -tomó su mano libre, obligándola a posarla contra su erección-. Hay cosas mucho más elocuentes.

Kayla ahogó un jadeo y Kane observó la gama de emociones que cruzaban su rostro. Sorpresa, placer y al final, incredulidad. No podía culparla por intentar resistirse a la verdad. No le había dado muchas razones para creer en él. Pero su cuerpo no mentía.

Kayla inclinó la cabeza hacia un lado. Aunque le sostenía con firmeza la mirada, sus ojos reflejaban sentimientos a los que Kane no estaba en condiciones de enfrentarse. Al fin y al cabo, ésa era precisamente la razón por la que había dejado el preservativo en el bolsillo.

– Es una cuestión de química, Kane. Leí en alguna parte que los hombres piensan… -Kayla apretó los dedos contra su erección.

Kane apretó los dientes, intentando dominar aquella combinación de placer y dolor que con su gesto le causaba.

– Créeme, cariño, en este momento no estoy en las mejores condiciones para pensar.

Un intenso rubor tiñó las mejillas de ella. Al parecer, la inocente Kayla no se sentía tan cómoda en aquella situación como pretendía hacerle creer.

– Eso es lo que pretendía decir. Tú solamente me deseas.

– Es evidente -contestó con voz ronca.

– Pero para mí no es bastante -apartó la mano.

– Lo sé -y era precisamente eso lo que lo desgarraba. Kayla quería algo más que sexo. Y él no tenía nada que darle.

Le quitó el preservativo de la mano. Era cierto que había pensado que al no hacer el amor evitaría sentirse excesivamente involucrado con ella. Que limitándose a darle placer, podría permanecer indiferente. Pero al sentir aquel húmedo calor bajo su mano, al percibir cuánto lo deseaba, se había vuelto loco de deseo. Y cuando al salir de la ducha había visto que no estaba y había temido que pudiera pasarle algo…

Sacudió la cabeza. No podía darle ninguna importancia a lo que sentía. El era perfectamente consciente de sus limitaciones.

– Es lo único que puedo hacer.

– Lo sé -Kayla esbozó de pronto la más radiante de sus sonrisa-. Bueno, detective, por lo menos ahora los dos sabemos dónde estamos.

Estancados, pensó Kane. En una guerra que no había hecho nada más que empezar.

Capítulo 8

Kayla siguió a Kane al interior de la comisaría y esperó en el vestíbulo mientras Kane iba a hablar con el capitán Reid. No necesitaba oírlos discutir sobre la estrategia a seguir y contar con algunos minutos de soledad le daba la oportunidad de pensar su propio plan. Entre la primera llamada de teléfono y la lista de los cuadernos, la policía ya tenía un verdadero caso, aunque ningún sospechoso en concreto. Y Kayla necesitaba algo más tangible. Sin Kane McDermott o con Kane McDermott, quería que su vida volviera a ser como antes.

Desde que había comenzado a remitir el dolor de cabeza, podía pensar más claramente y, poco a poco, había empezado a urdir ella misma un posible plan que, justo en ese momento, estaba cobrando forma definitiva.

Antes de darse cuenta siquiera de lo que estaba haciendo, se levantó y llamó un par de veces a la puerta del capitán Reid. Sin esperar respuesta, se metió en el despacho.

– Ya tengo la respuesta.

– No recuerdo haber hecho ninguna pregunta -el capitán se levantó de detrás de su escritorio.

– Tenemos que atrevernos a correr algún riesgo. Usted sabe que el hombre que me atacó volverá a llamar. Pues bien, cuando lo haga, le ofreceré los cuadernos.

– ¿A cambio de qué?

– De información. Sé que mi tía es inocente y quiero demostrarlo.

– No.

Kayla se volvió rápidamente al oír la voz de Kane. Estaba inclinado contra una de las paredes del despacho. Prácticamente la estaba fulminando con la mirada. A Kayla no le hacía ninguna falta que dijera nada para saber que no le había hecho ninguna gracia su sugerencia.

– Siempre que ella lo haga voluntariamente, McDermott, ésta es nuestra mejor opción -el capitán señaló una silla, invitándola a sentarse.

Al menos él no había rechazado su idea inmediatamente, se dijo Kayla mientras se sentaba.

– Quiero limpiar el nombre de ni negocio y el de mi familia -y quería volver a sentir cuanto antes que podía volver a controlar su propia vida.

Kane sacudió la cabeza.

– Mi trabajo consiste en protegerte -le recordó. No estaba dispuesto a permitir que Kayla fuera utilizada como cebo-. Puedes usar a un policía de señuelo, capitán.

– En ese caso, atraparíamos al encargado de ir a buscar los cuadernos, pero no a la gente que está verdaderamente involucrada en el negocio.

– Yo haré todo lo posible para que hable -musitó Kane.

– Solo hablará si sabe que no está siendo amenazado -intervino Kayla-. Y no creo que haya nada menos amenazador que una mujer a la que ya ha maltratado.

A Kane no le gustó nada el entusiasmo que transmitía su voz, y mucho menos recordar al tipo que la había herido. Advirtió el suave rubor de sus mejillas y la determinación que reflejaban sus ojos y ahogó un gemido.

¿Qué había sido de aquella mujer tranquila a la que le gustaban los restaurantes acogedores y los libros?

Kane sacudió la cabeza.

– Ni pensarlo. No va a haber ningún encuentro con ese tipo.

Kayla se cruzó de brazos y se levantó.

– Eso no tienes que decidirlo tú -se volvió hacia el capitán-. ¿O sí?

– Últimamente no.

Kane le dirigió una mirada asesina a su jefe, pero él se encogió de hombros.

– Esta mujer me ha hecho una pregunta, McDermott. Yo simplemente estoy contestando.

Kayla sonrió de oreja a oreja.

– Entonces estoy dispuesta a participar.

– ¿Qué quieres decir con eso de que estás dispuesta a participar? Esto no es un película, Kayla, esto es la vida real -repuso Kane.

– Exacto. Es mi vida real y tú y todos esos tipos la habéis hecho trizas. Así que quiero participar en esto.

– No hay ningún «esto» que valga. No.

– Sí -Kayla se cruzó de brazos frente a él.

A pesar de la seriedad de las circunstancias, Kane siguió aquel movimiento con la mirada. Se fijó en la suave presión de sus antebrazos contra sus senos, que ascendían y bajaban al ritmo de su respiración. El conocía condenadamente bien la suavidad de sus senos, lo dulces que les eran a sus labios. Intentó tragar saliva, pero la garganta se le había quedado seca.

– Siento interrumpir esta divertida demostración, pero tengo que tomar algunas decisiones -intervino entonces Reid-. En primer lugar, tenemos que descifrar el contenido de esos cuadernos.

– Eso puedo hacerlo yo -musitó Kayla.

– También puede hacerlo Tucker -contestó Kane.

– ¿Pero por qué emplear en eso a un hombre cuando es algo que puedo hacer yo misma?

– En eso tiene razón, McDermott. Además, si tú estás vigilándola en todo momento, no puede pasarle nada malo.

Kane no le había mencionado a su jefe que había perdido de vista a Kayla durante toda una hora por culpa de sus estúpidas hormonas, y tampoco lo iba a hacer en ese momento.

– ¿Entonces? -preguntó Kayla-. ¿Qué tengo que hacer si vuelve a llamar?

– Yo me encargaré de eso -repuso Kane.