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– Grabaremos las llamadas e intentaremos localizarla -respondió Reid.

– La última vez llamó desde una cabina telefónica -dijo Kane. Y estaba seguro de que lo volvería a hacer.

El capitán se encogió de hombros.

– Si llama, lo que tiene que hacer es improvisar. Actuar tal como le salga en ese momento -miró a Kane-. Y si necesita apoyo, hágamelo saber.

En otras palabras, si se presentaba la oportunidad y Kayla todavía estaba dispuesta a colaborar activamente con la policía, podía hacerlo. Kane tomó la bolsa en la que estaban guardados los cuadernos con una mano, le dio la otra mano a Kayla y se dirigió hacia la puerta, disgustado. Kane respetaba las opiniones de Reid y lo admiraba, pero en aquella ocasión no estaba en absoluto de acuerdo con su punto de vista. Kayla podría estar deseando acabar cuanto antes con todo aquello, pero a él no le hacía ninguna gracia convertirla en un cebo para atrapar a sus enemigos.

– ¿Adónde me llevas? -le preguntó Kayla, esforzándose para poder seguirlo.

Kane aminoró el paso.

– A casa.

– ¿Para poder gritarme en privado?

Había muchas cosas que Kane estaba deseando hacer con Kayla. Y gritarle no era una de ellas. Se detuvo en medio de la habitación y miró por encima de su hombro.

Kayla lo miró con determinación.

– Si quieres que discutamos, estoy dispuesta. Porque no voy a consentir que me mantengas fuera de todo esto.

– No quiero discutir contigo, cariño.

– ¿Entonces qué es lo que quieres?

En la mente de Kane se repitió la escena que había tenido lugar en la biblioteca. Kayla no creía que la deseara. Pero sí que lo hacía. Y con un deseo tan intenso, que lo habría asustado si hubiera sido capaz de pensar de forma racional.

Acarició un mechón de pelo que rozaba la mejilla de Kayla y observó cómo se dilataban las mejillas de la joven tras aquel breve contacto.

¿Qué era lo que quería? Aquella pregunta revoloteaba sobre ellos. Kane conocía la respuesta, al igual que sabía que Kayla necesitaba algo más. Pero él no podía controlar su deseo más de lo que podía controlar las consecuencias que tendría aquel caso. Lo único que podía hacer era guiar las cosas hacia la dirección que quería y esperar lo mejor.

Se volvió hacia Kayla y contestó:

– Terminar lo que hemos empezado antes.

De todas las personas arrogantes, vanidosas y seguras de sí mismas que existían, Kane era el primero de la lista, se dijo Kayla, mientras terminaba de cortar los ingredientes de la ensalada con una energía que la desbordaba.

«Terminar lo que hemos empezado». Como si ella estuviera dispuesta a hacerlo sin ningún tipo de reserva. Y no era que no quisiera volver a acostarse con él. Claro que quería. Pero era su cuerpo el que hablaba, no su razón.

Kane estaba convencido de que podía controlar tanto la situación como a ella. Primero, evitando acostarse con ella. Después, evitando que participara en el caso de Charmed. Y a continuación, informándola de que pretendía terminar lo que habían dejado pendiente. ¡Lo que había dejado pendiente él!, querría decir.

Con Kane, todo tenía que girar siempre alrededor de sus caprichos. Pues bien, eso se iba a terminar. Alguien tenía que enseñarle a Kane McDermott que no podía controlarlo siempre todo.

Kayla todavía estaba deseando tener una relación más profunda con él, pero se había equivocado al pensar que mediante el sexo iba a conseguir lo que quería. Pronto iba a demostrarle a ese detective que, a pesar de lo que pensaba, no iba a poder controlarla ni dentro ni fuera de la cama.

Colocó la ensalada en un bol y puso la mesa.

– ¡La cena está lista! -gritó. Kane estaba sentado en el salón, dormitando al lado del teléfono. Ninguno de ellos había dormido mucho la noche anterior y, como querían continuar revisando cuadernos aquella noche, habían decidido dormir una siesta antes de cenar. Pero Kayla estaba demasiado nerviosa para descansar.

Kane entró en la acogedora cocina que Kayla había decorado con la ayuda de su hermana y se sentó.

– Pensaba que íbamos a encargar la cena.

– Ya te dije que prefería la comida casera.

– No tienes por qué cocinar para mí.

Pero ella había querido hacerlo para desahogar su frustración por su actitud protectora y para intentar darle alguna apariencia de hogar a su casa. Además, quería que Kane tuviera alguna referencia de la vida reaclass="underline" dos personas compartiendo una comida y la consiguiente sobremesa. Teniendo en cuenta cómo huía ante la mínima señal de intimidad, dudaba que lo hubiera experimentado antes.

– Espero que te guste el solomillo -colocó las fuentes en la mesa.

– Mmm. Esto huele bien. La última vez que comí comida casera fue en casa del capitán, la Navidad pasada.

Y Kayla lo creía. Aquel hombre era un verdadero solitario. Le había hablado del suicidio de su madre, pero había omitido contarle ningún detalle sobre su padre. Kayla no creía que aquel fuera el mejor momento para preguntarle por él, pero en cuanto advirtiera en él una actitud más abierta, lo haría.

– Admito que no tengo tiempo para cocinar muy a menudo, pero de vez en cuando mi estómago se revela contra la comida de los restaurantes y me toca ponerme a cocinar -cortó la carne poco hecha y el jugo rezumó en la fuente. Alzó la mirada hacia Kane y lo sorprendió mirando el solomillo con repugnancia-. El tuyo lo he pasado más -al verlo arquear las cejas con expresión de asombro le explicó-: No podía imaginarte comiendo algo que todavía parece vivo.

– Buena observación -probó un trozo-. Y un buen filete. Y dime, ¿por qué dices que tienes que comer fuera a menudo? Yo pensaba que al ser tu hermana una cocinera experta, ella se encargaría de la cocina.

– Cuando está por aquí, sí. Pero tiene unos horarios de clase y de trabajo bastante irregulares, de modo que casi siempre tengo que hacerme yo la comida. Y la cocina no es precisamente mi fuerte.

– Es curioso. Tu hermana y tú sois muy diferentes. Cualquiera puede darse cuenta nada más veros.

Fijó su mirada sobre ella, haciendo que subiera la temperatura de su cuerpo al instante. Kayla no podía ignorar el calor que abrasaba su cuerpo. Humedeció su boca seca con un sorbo de agua antes de intentar hablar de nuevo:

– Cat y yo no tenemos los mismos gustos, pero…

Se interrumpió bruscamente al advertir el velo que oscurecía la mirada de Kane. Pero no podía volver a arriesgarse a malinterpretar el deseo que reflejaba su mirada. Y tampoco quería.

Comió un trozo de carne, pero no le supo a nada. Kane la imitó.

– Increíble -dijo con voz ronca. Señaló la comida que tenía en el plato, sin apartar la mirada del rostro de Kayla.

Ésta sintió un intenso calor en sus mejillas.

– Me imaginé que eras un tipo de esos a los que sólo les gustan los filetes y las patatas, así que hice filetes y patatas -hablaba sin orden ni concierto porque la intensidad de su mirada le hacía desear mucho más que un triste plato de comida. Pero se había prometido reprimir su deseo hasta que llegara el momento adecuado.

– Parece que me conoces muy bien.

– Simple intuición. Y supongo que es algo en lo que la policía suele creer.

– La intuición me ha mantenido vivo en más de una ocasión.

– Y ahora lo que tiene que mantenerte vivo es mi comida -señaló su plato-. No es una exquisitez, pero al menos es comida decente. Mi madre no era capaz de hacer nada más que calentar agua, pero de alguna manera, nos las arreglábamos bien. Catherine era la que se encargaba de cocinar -miró a Kane-. ¿Y quién cocinaba en tu casa?

– Digamos que de lo que mi tío se ocupaba era de que no pasáramos sed.

Kayla lo miró sin comprender lo que le estaba diciendo.

– Me refiero al alcohol, cariño. Ese hombre se emborrachaba cada vez que tenía oportunidad -de pronto su rostro se había transformado en una máscara inexpresiva. Pero Kayla estaba prácticamente convencida de que ni siquiera era consciente de aquel cambio; llevaba practicándolo de forma automática demasiados años.