– ¿Y tu padre?
– Se marchó cuando yo tenía cinco años. Como el tuyo.
Kayla asintió. Aunque no tenía mucha información sobre la historia de la familia de Kane, siempre había tenido la sensación de que su infancia se había parecido a la suya. Pero hasta entonces no había sido consciente de cuántas cosas tenían en común. Y al menos su tía y su hermana le habían proporcionado a ella una sensación de pertenencia, de arraigo. Kane, sin embargo, no había tenido a nadie.
Kane se levantó con su plato y lo llevó al fregadero, como si tuviera prisa por cambiar de tema. Kayla lo siguió con su plato en la mano y observó cómo se ceñía su camisa a los poderosos músculos de su espalda. Exhaló un suspiro. Aquella iba a ser una noche muy larga.
El giro repentino de Kane la pilló completamente por sorpresa. De pronto, ya no estaba viendo la espalda de Kane, sino su rostro. Sus ojos eran una turbulenta ola de emociones y Kayla no era capaz de descifrar ninguna de ellas.
Kayla aferró con fuerza el plato que llevaba en la mano.
– Quiero dejar algo claro -dijo Kane. Le quitó el plato y lo dejó en el fregadero.
Nada se interponía ya entre Kane y ella; no había barrera alguna entre el magnetismo que de él emanaba y su cuerpo.
De pronto Kayla se sentía expuesta, desnuda.
– ¿Qué es? -le preguntó.
– Estoy aquí porque tengo que hacer un trabajo.
– Dime algo que no sepa -musitó Kayla.
– Pero eso no significa que no desee estar aquí.
Kayla forzó una sonrisa.
– Y me deseas. Creo que de esto ya hemos hablado antes.
– Sí, te deseo. Pero mi trabajo consiste en mantenerte a salvo. Y eso significa que tengo que intentar mantener las distancias.
– No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra.
– Una cosa tiene absolutamente todo que ver con la otra -replicó él.
Kayla se quedó helada. Sentía la importancia de aquella declaración, comprendía que aquélla era la primera vez que Kane le estaba permitiendo mirar en su interior. Así que escuchó con atención.
– Hay algo que aprendí muy pronto en la vida y es que, si quiero sobrevivir, debo mantenerme alerta. Si no, no sería tan buen policía y sería también una persona mucho peor. Cada vez que he bajado la guardia de una u otra forma, las cosas han ido mal.
Volvía a sentirse culpable. Kayla sacudió la cabeza.
– Tú no eres responsable de lo que ocurrió.
– Eso no es lo que has dicho antes.
– Sabes que no era eso lo que pretendía decir. No te culpo por lo ocurrido.
– Entonces deberías hacerlo -musitó, como si hablara para sí.
– ¿A qué te refieres, Kane? -preguntó Kayla con voz queda.
Kane cerró los ojos antes de hablar, como si tuviera dificultades para expresar lo que iba a decir a continuación.
– Yo siempre volvía directamente da casa a la escuela. Mi madre era una mujer frágil y salía a la puerta a esperarme a la misma hora todos los días. Aquella rutina era muy importante para ella. Se levantaba, se lavaba las manos, desayunaba, se lavaba las manos, veía la televisión, se lavaba las manos, esperaba a que yo volviera a casa…
– Parece una neurosis compulsiva.
Kane se encogió de hombros.
– Sí, supongo que lo era, pero en aquella época yo no conocía el término médico. Para mí, mi madre sólo tenía días buenos y días malos, días en los que estaba contenta y días en los que se encontraba deprimida. Cuando yo volvía a casa, ella tomaba su medicación. Y el único día que no volví a tiempo…
Se arrojó bajo las ruedas de un autobús. No hizo falta que Kane lo dijera para que Kayla lo entendiera. Su cuerpo era más elocuente que todas sus palabras. Kayla le tomó la mano, ofreciéndole consuelo.
– Has dicho que tenía días malos y días buenos, Kane. Es posible que ni siquiera se suicidara, quizá simplemente estaba confusa y no vio el autobús. ¿Dejó alguna nota?
Kane sacudió la cabeza.
– ¿Eso importa realmente? Si yo hubiera estado en casa, jamás habría ocurrido -Kane le apretó la mano con fuerza-. Y si yo hubiera estado pensando en mi trabajo en vez de estar preguntándome por lo que sentía por ti, jamás habrías sido atacada.
Bajo la luz de aquellas palabras, las barreras emocionales y la necesidad que tenía Kane de controlarlo todo, cobraron un nuevo sentido para Kayla. Y ya no estaba tan segura de poder curar las cicatrices que habían endurecido a Kane en el pasado, por mucho que lo deseara.
En la biblioteca, Kane le había dicho que estaba haciendo todo lo que podía. Que eso tenía que ser suficiente.
Y cuando el caso terminara, Kayla le haría saber que, si quería quedarse a su lado, lo recibiría con los brazos abiertos y, si quería marcharse, dejaría que lo hiciera.
Kane se merecía saber que tenía esa clase de libertad.
Capítulo 9
Kayla llevaba las uñas pintadas de rosa. Era ridículo que estuviera fijándose eso teniendo en cuenta que la joven estaba intentando descifrar los mismos cuadernos que habían puesto su vida en peligro. Pero, en aquel momento de tranquilidad, a Kane le resultaba imposible no regocijarse con aquella visión.
Kayla mordisqueaba la goma del lápiz y apretaba los labios, con expresión pensativa. Quizá pudiera besarla, se dijo Kane, pero sacudió la cabeza, comprendiendo que no sería suficiente para disminuir su constante excitación, y tampoco para aliviar la tensión que albergaba su pecho desde su última conversación.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pensado en su madre, y mucho más desde la última vez que había hablado de su pasado con nadie. Pero si con aquella confesión le había dado a Kayla una explicación sobre su negativa a dejar que las cosas fueran más lejos entre ellos, merecía la pena haber desenterrado aquel dolor. Kayla había pasado demasiados años pensando que no se merecía nada más que alguna mirada que otra de admiración, así que era preferible que pensara que él era el problema y no ella.
– Sullivan John -la voz de Kayla lo devolvió bruscamente al presente.
– Otro gran jugador. Tiene propiedades en toda la ciudad -llevaban ya dos horas trabajando y Kane se alegraba de que al menos Kayla hubiera podido concentrarse en los cuadernos.
En el primero, habían encontrado una lista de nombres femeninos que ninguno de ellos reconocía. Seguramente pertenecían a mujeres que habían trabajado para el negocio oculto de Charmed. En los últimos cuadernos había una lista de nombres masculinos tan impresionante como extensa. Gracias a la inteligencia y la persistencia de Kayla, contaban ya con un listado de posibles clientes y prostitutas.
Por mucho que hubiera luchado para mantenerla fuera del caso, no podía evitar admirar sus resultados.
– Necesito un descanso -Kayla estiró las piernas con cansancio.
– Deberías dejar de trabajar ya. Acabas de sufrir una conmoción y necesitas descansar.
– Prefiero terminar esta noche -contestó ella, a pesar de la evidente fatiga de su rostro. Tomó el primero de los cuadernos que había revisado, aquél en el que comenzaba la lista de nombres-. Tenemos un listado cada vez más grande, pero no… ¡Kane!
Kane se irguió rápidamente en su asiento.
– ¿Qué pasa?
– Aquí se produce uno de los principales cambios. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Mira. Prácticamente todos los cuadernos que hemos mirado están escritos a lápiz, ¿verdad?
Kane asintió.
– Pero en éste, hay una combinación de lápiz y bolígrafo -estudió el cuaderno durante unos instantes y tomó inmediatamente otro-. Y en éste también, mira.
Kane se acercó corriendo a ella.
– Mira tinta negra. No sé cómo no me he dado cuenta desde el principio.
– Yo tampoco me he fijado -hojeó las páginas de los cuadernos que quedaban-. En estos ocurre lo mismo.