– Eso es, Kane. Eso es lo que estaba buscando. Es la pista que nos ha dejado mi tía.
– ¿Qué?
– Ha sido su forma de hacernos saber que ella no estaba colaborando voluntariamente en todo esto. Kane, apostaría mi vida a que estoy en lo cierto.
Kane cerró los ojos al oírla. No necesitaba que Kayla le recordara que su vida estaba en peligro.
– De acuerdo, digamos que tienes razón. ¿Cómo podemos demostrarlo?
– Sé que tengo razón. Cuando ese tipo me atrapó el otro día, mencionó el dinero y los cuadernos. Estos cuadernos -tomó aire-. Y no los quería solamente porque en ellos aparecen determinados nombres, sino porque quizá sepa que tía Charlene dejó en ellos pruebas incriminatorias.
– Es posible -musitó Kane.
– Pero entonces, ¿por qué no podemos encontrar ningún indicio de dónde está el dinero? -preguntó frustrada.
– Hay infinidad de sitios en los que se puede guardar el dinero. Podrían tener una cuenta corriente en cualquier paraíso fiscal. Sin un número, es imposible localizarla.
– Pero ellos parecen creer que yo tengo el dinero. ¿Por qué?
– Es imposible saber lo que están pensando. Pero es evidente que quieren su parte. ¿Hay algo en esos cuadernos que pueda decirnos dónde está escondido?
– Solo hay nombres. Ni números de teléfono ni ninguna otra cosa.
– Es posible que nunca lleguemos a encontrar el dinero, a no ser que resolvamos el caso hasta el final. Supongo que eran los hombres que aparecen en esos cuadernos los que se ponían en contacto con Charmed, y no al revés. Probablemente tu tío recibía las llamadas.
– ¿Mi tío? -una enorme sonrisa asomó a su exquisita boca-. ¿Significa eso que me crees? ¿Que crees que mi tía estuvo siendo utilizada o amenazada?
– Como ya te dije, todo es posible. Pero esta lista es enorme. Es evidente que tu tía sabía lo que estaba haciendo.
Kayla se cruzó de brazos.
– Eso no significa que quisiera participar en ello. Estoy convencida de que no le quedó otro remedio que participar. Creo que no tuvo otra opción.
En lo único en lo que Kane creía era en que Kayla tenía una fe ciega en su tía. Diablos, y no podía culparla por ello. Si él hubiera tenido alguna persona con la que poder contar durante su vida, tampoco habría querido renunciar a aquella esperanza.
Miró a Kayla. Quería creer en ella. Pero en su trabajo se necesitaban pruebas. Y de momento no sabían qué significaba el cambio de lápiz a bolígrafo. Quizá nunca lo supieran.
– ¿Estás de acuerdo? -quiso saber Kayla.
Kane asintió en silencio y cambió rápidamente de tema.
– Con quienquiera que se pusieran en contacto esos clientes, es probable que pagaran en efectivo. Tu tío les proporcionaba compañía, cobraba su parte y le entregaba el resto a su socio.
– El hombre al que buscamos.
– O la mujer -le recordó Kane-. Acuérdate del caso de Madame Mayflower, por ejemplo.
Kayla asintió.
– Y también quieren los cuadernos, estos cuadernos, Kane. Sin embargo, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que llamaron.
– Ése es su juego. Piensan que cuanto más tarden en llamarte, más nerviosa te pondrás.
– Y tienen razón. Cada vez estoy más nerviosa. Cada vez que pienso en lo que podía haber pasado, se me hiela la sangre.
– Supongo que entonces te has dado cuenta de lo peligroso que sería que te involucraras más en todo esto -exhaló un suspiro de alivio. El primero desde que horas antes Kayla le había comunicado sus planes al capitán-. No te preocupes. A Reid no le importará. Lo único que tienes que recordar es que cuando llame tienes que intentar que continúe hablando. Quizá podamos localizarlo y…
– No he cambiado de opinión -lo interrumpió con firmeza.
– Pero acabas de decir…
– He admitido que estoy asustada, soy humana. Pero no he cambiado de opinión. Y mi intuición me dice que tengo que ser yo la que se ocupe de esto.
– Maldita sea, ¿y por qué? -dio un puñetazo en la mesa, pero Kayla ni siquiera pestañeó-. Mira, Kayla, hay gente experimentada que puede hacer esto por ti sin correr ningún riesgo. ¿Por qué no vas a aprovecharte de ello?
Kayla se pasó la mano por el pelo. Los suaves mechones rubios enmarcaron su rostro, dándole una imagen de vulnerabilidad que Kane sabía en parte real y en parte ilusión. Aquella mujer era mucho más fuerte que lo que su suave fachada indicaba. Y aquélla era una de las cosas que le atraían de ella.
– Es mi vida la que han puesto patas arriba con todo esto y estoy deseando volver a la normalidad. Al igual que tú, estoy acostumbrada a cuidar de mí misma y no quiero delegar este trabajo en nadie, por duro que sea.
– Duro no, peligroso. Y vas a dejarlo en manos de profesionales. Esa es la diferencia.
– Para mí no sirve. Renuncié a un trabajo decente, a un buen salario y a mis sueños de continuar en la universidad para dirigir este negocio de la familia. Porque, a pesar de todo, yo amo a mi familia. Y de pronto averiguo que servía de fachada para un negocio de prostitución. ¿Soy yo la única capaz de darse cuenta de la ironía que encierra todo esto? Lo siento, Kane, pero tengo que llegar hasta el final y limpiar el nombre de mi tía.
Kane advertía en su voz la misma determinación que sentía él con cada uno de sus casos. Y veía en sus ojos la misma necesidad de conseguir su objetivo.
– ¿A qué ironía te refieres?
Kayla se levantó y cruzó la habitación para acercarse a él.
– Es una prueba -susurró. Buscó su mirada, alzó la mano y la deslizó provocativamente por sus senos y la generosa curva de sus caderas. Sus pezones se erguían contra la tela de la camiseta de color crema que se había puesto para la cena.
A Kane se le secó la boca. Desear a Kayla no era ninguna novedad. Comenzaba a convertirse en algo tan cotidiano como respirar. Pero en aquel momento, era terriblemente inadecuado, a pesar de que su cuerpo parecía decidido a ignorar todos sus recelos.
– ¿Una prueba de qué? -preguntó con voz ronca.
– Esto -deslizó las manos sobre sí misma otra vez- es una ilusión.
– Una hermosa ilusión -que lo había atormentado desde la primera vez que la había visto.
Pensar en su primer encuentro le hizo comprender lo que Kayla estaba intentando decirle. Recordó su incapacidad para aceptar sus cumplidos y sus retiradas cada vez que se acercaba demasiado a ella. El había conseguido romper sus barreras, pero no sin esfuerzo. Miró aquel cuerpo, que parecía hecho para el pecado.
– Pero no es eso lo que cuenta -dijo.
– Tú eres la primera persona que lo reconoce. La primera persona capaz de mirar más allá de mi aspecto. Mírame, yo, el bomboncito del colegio del que todo el mundo pensaba que era una mujer con la que cualquiera podía acostarse, detrás de un negocio de prostitución -dijo con una carcajada amarga.
A Kane le habría gustado poder retroceder en el tiempo y abofetear a cualquiera que se hubiera atrevido a mirarla con descaro. Y si a alguno se le hubiera ocurrido ponerle un solo dedo encima, entonces…
Kayla acarició el ceño que oscurecía el rostro de Kane y sonrió.
– No pongas esa cara de enfado. Crecí oyendo cómo me insultaban. Las palabras ya no pueden hacerme ningún daño -lo miró fijamente a los ojos-. Pero la falta de fe en mí, en mis capacidades, sí puede hacerme daño. Tú puedes hacerme daño.
Kane sacudió la cabeza con gesto de pesar. Había vuelto a seducirlo. Aquella mujer era un desafío. Lo intrigaba cada vez más. Y aunque no sólo lo tentaba, sino que lo seducía de muchas maneras, Kayla Luck estaba muy lejos de ser una mujer fácil. Atrapado en su propia trampa, a Kane no le quedaba más remedio que apoyarla y asegurarse de hacer condenadamente bien su propio trabajo.
Sin errores y sin permitirse ninguna distracción.
Tras terminar de ducharse, Kayla entró en el dormitorio y se sentó en el borde de la cama. Sola.