Desde allí, oía a Kane merodeando por la cocina.
Miró las dos opciones de pijama que tenía aquella noche. Por una parte, la camiseta que Kane había sacado el primer día del cajón; por otra el camisón de encajé que había robado del cajón de su hermana.
El sonido del timbre la sobresaltó. Se apartó el pelo húmedo de la frente, se ató con fuerza el albornoz y salió hacia la puerta.
No había dado dos pasos cuando oyó la voz de su hermana.
– Nada de regañinas, detective. Tengo derecho a llevar ropa limpia.
– ¿No has oído hablar nunca de las lavadoras? -preguntó Kane.
– Estaré fuera de tu vista en menos de cinco minutos. Diez mejor. También me gustaría poder ver a la prisionera.
Kayla soltó una carcajada. Una conversación con su hermana era justo lo que necesitaba.
Abrió la puerta del dormitorio al mismo tiempo que Catherine estaba empujando desde el otro lado.
– Bueno -comentó Catherine-, por lo menos no te tiene encerrada.
– No podría mantenerme cerrada aunque quisiera -contestó Kayla sonriente.
– ¿Lo ves? -preguntó Catherine inclinando la cabeza y mirando por encima de su hombro-. Está bien enseñada, McDermott. Si la quieres, tendrás que luchar para conseguirla.
Kayla agarró a su hermana del brazo, la arrastró al interior del dormitorio y cerró la puerta tras ella.
– ¿Es que te has vuelto loca?
– Simplemente intento que se mantenga alerta. Algo que deberías estar haciendo tú, por cierto. Venía imaginándome que iba a interrumpir un ardiente encuentro sexual y te encuentro aquí, en tu dormitorio, con esa bata andrajosa y a Kane en el otro lado de la casa, cerrando armarios y gruñendo.
– Eso es porque has llamado al timbre.
– Puedo ser discreta si tengo que hacerlo -se dejó caer en la cama-. Y ahora dime por qué no tengo que hacerlo.
Kayla se azoró al ver a su hermana acariciando el camisón de encaje que ella había tomado prestado.
– Mmm. Ahora sí que tenemos algo interesante. Supongo que me he precipitado un poco a la hora de sacar conclusiones. Lo siento, ya veo que al final no has necesitado siquiera mi consejo.
– Te equivocas. Levántate.
– ¿Que me levante? ¿Por qué? Estoy muy cómoda.
– Levántate.
Catherine obedeció, miró hacia abajo y vio la camiseta sobre la que acababa de sentarse. Abrió entonces los ojos de par en par y gimió.
– Cariño, llevas estos harapos desde que éramos adolescentes. Y me parece una camiseta perfecta para estar en casa con tu hermana, pero no para seducir a un hombre.
Kayla fijó la mirada en la camiseta y su mente comenzó a recordar todas las veces que Kane la había besado mientras llevaba ella aquella prenda.
– Vuela a la tierra, Kayla -Catherine ondeó la mano delante de sus ojos-. No sé dónde estabas, pero es evidente que has elegido bien el sitio -levantó el camisón de encaje.
Aquél era el estilo de Cat, pensó Kayla. No el suyo. Volvió a sonreír. Las cosas entre Kane y ella eran sensuales, ardientes y… sinceras. No necesitaba ninguna ropa especial para atraer a aquel hombre. Si algo había aprendido durante aquellos días de convivencia con Kane, había sido a aceptarse a sí misma tal y como era.
Tenía que agradecerle a Kane que le hubiera abierto los ojos. Le había dado una autoridad sobre sí misma de la que siempre había carecido. Si quería, se sentía perfectamente capaz de tentarlo, sin necesidad de ninguna lencería especial. Si quería.
La cuestión no era qué debía ponerse para ir a la cama, sino si debía invitar a Kane a reunirse con ella.
Venciendo todos sus temores, Kane había permitido que participara en el caso de Charmed. Se había mostrado de acuerdo porque creía en ella. Pero no le gustaba y estaba preocupado por su capacidad para protegerla, por mantener ese instinto que lo convertía en un policía eficaz.
Y Kayla lo quería demasiado para poner en peligro su carrera. Lo amaba. Que el cielo la ayudara.
A pesar de todas sus esfuerzos para mantener el control en todo lo que a Kane concernía, se había enamorado miserablemente de él.
Cat sonrió de oreja a oreja.
– ¡Vaya! Ya me siento mejor -miró el reloj-. Bueno, ya han pasado los cinco minutos. De un momento a otro comenzará a aporrear la puerta tu guardián -se inclinó hacia su hermana y le dio un abrazo-. Sólo voy a buscar algo de ropa y me quitaré de en medio.
– Cuídate, Cat. Este lío todavía no ha terminado.
– Lo haré, lo sabes. Y cuídate tú también.
Kane no podía pasarse el resto de la noche dando vueltas en la cocina. Además, no le estaba sirviendo de nada. Kane había tenido que soportar la ducha de Kayla. Había escuchado el agua corriendo rítmicamente sobre su piel de seda. Había imaginado los chorros de agua corriendo por sus curvas, deslizándose por su piel… Se aferró al mostrador de la cocina y emitió un gruñido.
– ¿Te ocurre algo?
Sus entrañas se retorcieron todavía más ante el sonido de su voz. Se volvió. Kayla tenía un aspecto cordial, acogedor.
Y él se sentía acogido. Una sensación que no había experimentado hasta entonces, no con una mujer.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.
– Vivo aquí -contestó secamente-. Y tenía frío después de la ducha. Así que he pensado que me vendría bien tomar algo caliente -se acercó a su lado.
– ¿Un café?
Kayla negó con la cabeza. Mechones de pelo húmedo acariciaban sus mejillas. Y Kane no conseguía dejar de desearla.
– ¿Un té? -consiguió decir.
– No es eso lo que tenía en mente.
– ¿Qué tenías en mente entonces?
Sin esperar respuesta, Kayla alargó el brazo hacia el cajón que Kane tenía detrás. Le rozó el hombro al hacerlo. Kane se sintió como si acabara de recibir una descarga eléctrica. Contó hasta cinco y, por lo menos aparentemente, consiguió recuperar el control.
– Una taza de chocolate caliente. Es el mejor remedio… cuando tengo frío -había bajado la voz. Y aquel ronco sonido hacía estragos en las entrañas de Kane.
La miró a los ojos. Y vio en ellos una mortal combinación de inseguridad y anhelo. Una mezcla de inocencia y sensualidad a la que era incapaz de resistirse, por mucho que necesitara hacerlo.
No podía estar seguro de sí mismo. Estando cerca de Kayla, su capacidad de control se reducía al mínimo. Su única opción era volver las tornas y esperar que Kayla decidiera retroceder en vez de avanzar.
Se acercó al frigorífico.
– ¿Lo quieres con nata? Creo recordar que te gustaba -al alargar la mano para abrir el frigorífico, rozó su seno, sintiendo al hacerlo su pezón erguido contra su brazo.
Kayla exhaló un suave gemido. Kane apretó los dientes, se volvió y atrapó a Kayla entre el mostrador y su cuerpo. Bajó la mirada. Kayla se aferraba a la caja del cacao con tanta fuerza que estaba hundiendo sus bordes. Por lo menos ella también parecía afectada.
Se inclinó hacia delante.
– ¿Quieres nata, Kayla?
– Yo… -tragó saliva-. Creo que no hay. Tiene muchas calorías y yo tengo que guardar la línea. Me refiero a que son muchas las tentaciones y no…
– Dímelo a mí -musitó Kane. Le quitó la caja de las manos. La respiración de Kayla se convirtió en una serie de jadeos irregulares.
Kane decidió entonces que había llegado la hora de ponerle fin a aquel juego, antes de que las cosas se le fueran de control.
– Relájate, cariño -le acarició la mejilla con la palma de la mano. Kayla inclinó la cabeza contra su mano y aquel gesto tan inocente desbordó por completo a Kane.
– Pareces sonrojada -musitó-. ¿Te duele la cabeza? A lo mejor te ha bajado el índice de glucosa. Siéntate y te prepararé algo de beber -le rodeó la cintura con el brazo y la condujo hasta la silla más cercana. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Kayla había comido.