Y, tras aquel brusco cambio de tema, Kane suspiró con alivio. Poco a poco, su respiración fue normalizándose. El próximo movimiento le correspondía hacerlo a Kayla. No le quedaba más remedio que asumir su indirecta y moverse… A no ser que quisiera que terminaran nuevamente bajo las sábanas.
Kayla se detuvo al lado de la silla.
– Ya no tengo sed. Creo que me iré a la cama.
El alivio de Kane fue entonces prácticamente total. Kayla había aceptado sus límites. No iban a dormir juntos aquella noche, pero por lo menos él había recuperado el control.
Kayla retrocedió y lo miró a los ojos.
– ¿Estás listo?
– ¿Para qué?
– Para venir a la cama conmigo.
Kane soltó un juramento. Con aquella mujer, era imposible mantener ningún tipo de control.
– Yo dormiré en el sofá -se cruzó de brazos y esperó hasta el próximo disparo.
Kayla lo miró divertida, consciente de lo nervioso que estaba.
– Haz lo que quieras. Pero te advierto que es muy incómodo. No creo que puedas dormir mucho.
– ¿Y quién te ha dicho que contigo iba a poder hacerlo?
– Estoy seguro de que dormirías. Además, no recuerdo haberte invitado a hacer otra cosa que no fuera dormir.
– Si invitas a un hombre a tu cama, cariño, te aconsejo que estés preparada para cualquier cosa.
– Me he acostumbrado a dormir en tus brazos, Kane. ¿Te parece que eso es mucho pedir?
Capítulo 10
El reloj de la mesilla indicaba que era ya medianoche. Kane miró a la mujer que estaba tumbada a su lado. El rítmico sonido de su respiración le decía que estaba dormida. Y ojalá pudiera decir él lo mismo.
Dio media vuelta en la cama y se sentó. Los muelles del colchón chirriaron bajo su peso mientras se levantaba, pero Kayla no se movió. Se acercó a la ventana. La luna llena resplandecía en el cielo y su luz inundaba la habitación.
– ¿Kane?
Kane se volvió.
– No quería despertarte -o quizá sí. Había empezado a aborrecer el estar solo, con la única compañía de sus sentimientos.
– Vuelve a la cama.
¿Sabría acaso lo que le estaba pidiendo? Su cuerpo se estaba derritiendo de deseo. Si volvía a la cama, no iba a ser precisamente para dormir.
– Te contaré un cuento para que te duermas -se ofreció Kayla con humor, palmeando las sábanas.
¿Cómo podía resistirse a una oferta como aquélla? Kane se dejó caer a su lado y le rodeó el hombro con el brazo.
– ¿Cuál es tu favorito? -le preguntó a Kayla-. ¿La bella durmiente? ¿Cenicienta?
– El patito feo -musitó Kayla.
Kane hundió los dedos en los suaves mechones de su pelo.
– Debería haberlo sabido.
– ¿Por qué?
– Porque, al igual que el patito feo, tú te convertiste en un hermoso cisne.
Kayla negó con la cabeza.
– Sí -Kane giró para poder mirarla a los ojos y posó la mano en su rostro-, eres preciosa.
– No, soy…
– Sí, claro que lo eres. Y ahora di, «gracias, Kane» -incluso con aquella tenue luz, Kane pudo ver el rubor que cubría sus mejillas.
– Gracias, Kane.
– Acabas de aprender la lección número uno sobre cómo aceptar un cumplido.
– No sabía que me hicieran falta lecciones para eso.
Claro que le hacían falta. Desesperadamente. Había progresado desde que se habían conocido, pero todavía no había superado todos sus complejos. Quizá algún día dejara de molestarla tanto sentirse mirada. Pero él no estaría allí para verlo.
Se inclinó lentamente hacia ella y rozó sus labios. Quería sacar de su mente aquellos pensamientos sobre el futuro. Quería un beso duro, exigente, que no lo dejara pensar, ni sentir. Desgraciadamente para él, Kayla no parecía dispuesta a cooperar.
Lo estaba besando, sí, pero a su propio ritmo. Volvía a entrar en escena la cuestión del control, y en aquella ocasión, Kayla parecía haberse vuelto a hacer con él. Sus besos y el delicado roce de su lengua sobre sus labios eran tentadores, excitantes. Pero le daban tiempo para pensar. En lo mucho que la deseaba, en lo intenso que parecía ser siempre su deseo de estar a su lado.
– Kane -susurró Kayla contra sus labios. Kane dibujó la línea de su barbilla con la lengua y ascendió hasta el lóbulo de su oreja.
– Kane, no.
– ¿No?
– No -Kayla se recostó contra la almohada. Kane gimió suavemente y se tumbó a su lado, ligeramente sobre ella. A través del algodón de sus calzoncillos, la joven sentía su erección, dura y ardiente.
Kayla sintió la humedad del deseo entre las piernas. Pero no podía cambiar de opinión. Respetaba a Kane lo suficiente como para no hacerlo.
– Dijiste que querías mantener las distancias.
– Pero ahora he cambiado de opinión.
– Son tus hormonas las que han cambiado. Pero tu mente, tu corazón… esas cosas nunca cambian.
Kane la rodeó con el brazo y Kayla se acurrucó contra él.
– Kane, he querido parar todo esto antes de que hicieras algo de lo que podrías arrepentirte, pero quiero que sepas que yo no me habría arrepentido de nada.
– ¿Estás intentando decirme que has cambiado de opinión? -acarició su pelo.
– No, no he cambiado de opinión. Sigo respetando mi primera decisión. Pero quiero que sepas algo más -se interrumpió un instante-. No espero nada de ti. Cuando todo esto termine, podrías marcharte sin mirar atrás. No haré nada para detenerte.
El sonido del teléfono hizo añicos el silencio que siguió a la declaración de Kayla y le ahorró a Kane una respuesta. Kayla miró el reloj.
– No conozco a nadie capaz de llamarme a estas horas.
– Contesta -le pidió Kane.
Kayla descolgó el auricular.
– ¿Diga?
– Estoy dispuesto a terminar con todas sus triquiñuelas para evitarme.
Kayla se llevó la mano a la herida que tenía en el cuello.
– Yo… tengo algo que podría interesarle.
– ¿Está dispuesta a comenzar otra vez?
Aquella respuesta la sobresaltó. No esperaba que le hiciera una sugerencia de ese tipo. Evitó contestar.
– Estoy lista para poner en marcha lo que sea… ¿Para quién dijo que trabajaba?
Se oyó una fría carcajada al otro lado de la línea.
– Yo no trabajo para nadie. Y esto no tiene nada que ver con el trabajo. Mi madre está enferma. Y quiere los cuadernos de crucigramas que su tía solía hacer. Estoy seguro de que se entretendrá mucho con ellos.
– Los tengo.
– Mañana al mediodía nos veremos. Deshágase de su novio y lleve los cuadernos al Café Silver -colgó el teléfono.
– No habéis hablado tiempo suficiente -musitó Kane.
– Lo he intentado.
– Lo sé -le quitó el teléfono de la mano y fue entonces consciente de la fuerza con la que Kayla agarraba el auricular. Tenía miedo, pero podría enfrentarse a la situación.
– ¿Qué más te ha dicho? -preguntó Kane, agarrándola por los hombros.
– Sabe lo de los crucigramas, y también que los hizo mi tía. Y quiere que nos veamos mañana en… en… -se interrumpió de pronto-. Me ha estado siguiendo.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Quiere que nos veamos en el café al que me llevaste tú. Eso no es una coincidencia. Jamás había estado allí. También me ha dicho que me deshaga de ti y que vaya sola. ¿Cómo puede saber tantas cosas? ¿Durante cuánto tiempo ha estado siguiéndome? -elevó la voz.
– Kayla -intentó tranquilizarla Kane-, eso es lo que él pretende, que te pongas nerviosa.
– Pues lo está haciendo muy bien.
– Entonces no vayas a encontrarte con él. Nadie te culparía porque no lo hicieras y yo podría encargarme de él.
– Sabes que no puedo -lo miró a los ojos.
– Entonces no permitiremos que nos gane. No dejaremos que te haga pensar que no estás a salvo -la estrechó entre sus brazos-. Porque lo estás.