Kane no sabía durante cuánto tiempo habían estado abrazados Pero en algún momento, ambos se habían tumbado en la cama y, al final, Kayla había conseguido dormirse.
Kane se había levantado entonces para llamar a Reid desde el teléfono de la cocina. Su jefe había descolgado el teléfono al primer timbrazo.
– Se van a ver mañana. Al mediodía.
– Eh, McDermott. ¿Me has despertado a esta hora para mandarme un telegrama telefónico?
– No, jefe -Kane le contó todos los detalles de la conversación telefónica de Kayla-. Al mediodía, ese lugar está lleno de gente, así que lo único que tengo que hacer es vestirme decentemente y sentarme a comer en uno de los reservados, justo al lado de ellos.
– Ni lo sueñes. Si os siguió la primera noche que salisteis, te reconocerá al instante.
– Si no voy yo al restaurante, no habrá reunión.
Reid debería haberlo amonestado por su falta de disciplina. Pero no lo hizo. Al otro lado de la línea, se oyó una dura carcajada.
– Si no te conociera mejor, McDermott, diría que pretendes hacer mi trabajo.
– Preferiría pudrirme a tener que trabajar sentado detrás de un escritorio.
Reid contestó con una nueva carcajada.
Kayla se acercó por tercera vez a su armario. Blusas de seda, pantalones de lino…
¿Pero de verdad esperaba que cambiara el contenido de su armario sólo porque hubiera cambiado ella? Incluso cuando trabajaba como contable, llevando trajes de chaqueta y anticuadas blusas, no cambiaba de forma de vestir durante los fines de semana. De hecho, era una suerte que tuviera un par de vaqueros, teniendo en cuenta las pocas ganas que había tenido siempre de ponérselos.
Hasta que Kane había entrado en su vida.
Desde entonces se sentía diferente. Y lo único que se le ocurría para poner fin a sus problemas de vestuario era hacer una incursión al armario de Catherine. Unos cuantos viajes a la habitación de su hermana y encontró la solución: un par de botas negras de cuero encima de los vaqueros y una camiseta negra completarían su atuendo.
Estaba mirándose en el espejo, comprobando el resultado final, cuando vio a Kane en el marco de la puerta.
– Lista para la acción -se volvió hacia él-. ¿Qué te parezco?
– Esto no es una cita. ¿Qué demonios te crees que estás haciendo vistiéndote de esa manera?
Kayla reconoció al momento a qué se debía su malhumor. Había conseguido impresionarlo hasta un punto que le hacía sentirse incómodo. Misión cumplida, pensó para sí y sonrió.
– Me lo tomaré como un cumplido. ¿Te gusta?
– Claro que me gusta. Estás magnífica.
Kayla sonrió de oreja a oreja.
– Gracias, Kane -dijo con deliberada diversión.
La tensión desapareció del rostro de Kane.
– Así que los archivos tenían razón: aprendes rápido.
– Soy la mejor.
– Lo sé -musitó-. Ahora cámbiate.
– ¿Perdón?
– Supongo que no querrás excitar a ese tipo, ¿verdad? Tienes que separarte de él lo antes posible y convencerlo de que quieres salir del negocio, no acostarte con su próximo cliente.
– Por Dios, Kane. Llevo una camiseta de algodón y unos vaqueros. Un atuendo corriente para la mayor parte de las mujeres.
– Tú no eres como la mayor parte de las mujeres -musitó-. Por favor, cámbiate, hazlo por mí. No querrás que ese tipo reaccione de esa determinada manera.
– Si estás hablando de la ropa, me cambiaré. Pero si de lo que hablas es de mi actitud, tranquilízate. Obsesionarte no va a cambiar el resultado de lo que ocurra. Llevaré un micrófono escondido, sé que estarás cerca de mí y que estaré rodeada de protección.
– Y no tienes que moverte de tu asiento, tanto si quiere los cuadernos como si no, ¿lo has entendido?
– Teniendo en cuenta que me lo has dicho cerca de diez veces, habría sido imposible no comprenderlo. Relájate, Kane -después del pánico inicial de la noche anterior, había comprendido que nada podía alterar el destino… cualquiera que éste fuese-. Y ahora, creo que ha llegado el momento de comenzar a divertirme.
Kane entrelazó los dedos con los suyos. A Kayla le sorprendió el consuelo que encontró en aquel contacto, y también la fuerza de sus propios sentimientos.
– ¿Es eso lo que estás haciendo? -le preguntó Kane-. ¿Divertirte?
– ¿Qué otra cosa podía estar haciendo si no?
– Cambiar sorprendentemente ante mis ojos -la atrajo hacia él. Sus cuerpos se unieron y Kayla sintió la fuerza de su calor íntimamente contra ella.
En ese momento comprendió que podía estar con él por última vez. Una última vez.
– Me estás tentando, Kane.
– Es justo. Tú llevas mucho tiempo volviéndome loco -inclinó la cabeza y capturó sus labios. Aquél no fue un beso urgente y descontrolado, sino un beso lento y seductor. Kane deslizó la lengua entre sus labios y acarició con ella su boca, devorándola, excitándola, inundándola de recuerdos para el futuro.
Kayla no tenía duda. Para Kane, aquello estaba siendo una despedida.
Kayla le pidió una bebida al camarero, tal como estaba previsto. Kane suspiró aliviado. Había oído perfectamente su petición a través del micrófono. Lo único que podía hacer ya era sentarse a esperar. En realidad, él habría preferido poder estar dentro del restaurante a tener que permanecer encerrado en el despacho del director, justo al lado de la entrada del comedor, pero sabía que era más prudente que el hombre que se había citado con Kayla no lo viera.
– Es la hora -una voz masculina interrumpió el curso de los pensamientos de Kane.
– En realidad, ya es un poco tarde. Llevo esperando desde las doce, como usted me dijo.
– Cambio de planes, no puedo quedarme mucho tiempo.
– Pues es una pena -replicó Kayla-, porque acabo de pedir una bebida y esperaba que me acompañara.
Perfecto, pensó Kane, inclinándose hacia delante en su asiento.
– No me tientes cariño -comenzó a tutearla-. Con un cuerpo como el tuyo, tentarías hasta a un mono. Pero ahora tengo prisa, quizá en otra ocasión.
– Eso sería posible si decidiera continuar en el negocio, cosa que no pienso hacer.
– No sé de qué me estás hablando. Como te dije por teléfono, mi madre está enferma y quiere esos cuadernos de crucigramas para entretenerse.
Maldito fuera. El tipo sospechaba que aquello era una trampa.
– Dale lo que quiere -le dijo a Kayla a través del micrófono.
– ¿Sabes? A mi tía le interesaban mucho esos cuadernos. Odiaría dárselos a alguien incapaz de apreciarlos como ella. Estoy segura de que me comprendes -Kane casi podía imaginársela batiendo sus enormes pestañas.
– A tu tía le gustaban los juegos -murmuró el hombre-, y parece que es cosa de familia. Pero mi madre está demasiado enferma como para andarse con jueguecitos.
– Muy bien. Dígame simplemente si estaba involucrada mi tía en esos juegos y podrá llevarle los cuadernos a su madre.
– Aquí no. Tengo el coche fuera. Ven conmigo y te contaré todas las cosas que tenían mi madre y tu tía en común.
– Estoy segura de que antes tenemos tiempo para tomarnos una copa -su voz era prácticamente un ronroneo. Sólo Kane reconoció el miedo y la desesperación que se reflejaban en ella.
– Ni lo sueñes. Vamos.
– Dale los cuadernos -musitó Kane, entre dientes. Oyó correrse una silla.
– Por lo menos déjeme recoger el bolso -musitó Kayla.
Kane dio un puñetazo a la pared, ignorando la inmediata hinchazón provocada por el impacto contra el cemento. Quería salir corriendo al vestíbulo y agarrar a ese tipo para detenerlo. Pero entonces echaría el caso a perder. Además, fuera había otros policías estratégicamente colocados, de modo que Kayla estaría bien. Seguro que estaría bien.
– Ahí está el coche -oyó que decía el hombre-. Ahora déme los cuadernos.
– Muy bien. Pero en cuanto lo haga, no quiero volver a saber nada más de todo este asunto. Yo no participo en el negocio y quiero que me dejen en paz.