– Ésa es una proposición peligrosa. Es una pena que no pueda decírtelo tu tía -la risa del hombre se mezclaba con su tos de fumador empedernido-. Ella tampoco quería participar en el negocio, y ya ves lo que le sucedió.
– No fue un accidente -el horror que se advertía en la voz de Kayla hizo que a Kane se le encogiera el corazón.
Se oyó el claxon de un coche en la distancia y casi inmediatamente sonó de nuevo la voz del atacante de Kayla.
– Usted mató a tía Charlene -musitó Kayla.
– Déme esos cuadernos inmediatamente.
– Ay. Maldita sea, ya voy. Me está haciendo daño -musitó Kayla-. Tome.
Un gemido masculino siguió a las palabras de Kayla. Kane pensó entonces que Kayla estaba haciendo buen uso de los cuadernos y no pudo evitar que asomara a sus labios una sonrisa.
Pero entonces, el sonido de un disparo taladró sus oídos. Kane se precipitó hacia la puerta sin mirar atrás.
Capítulo 11
– ¡No dispares nunca cuando haya civiles de por medio! -el grito de Kane reverberó en toda la calle.
– Hazlo sólo cuando sepas que no puedes herir a nadie -replicó el policía novato.
– ¿Es que no has aprendido nada en esa academia?
Kayla hizo una mueca desde el rincón de la acera en el que permanecía tumbada. Algún policía había decidido atrapar al sospechoso en el momento en el que estaba metiéndola en su coche. Le había herido en la pierna y el sospechoso había caído bruscamente, arrastrándola a ella en su caída.
En ese momento, su atacante permanecía en el suelo, gimiendo y rodeado de policías.
– Y tú -Kane rodeó el círculo de policías y fijó en ella toda su atención-, pensaba que te había dicho que no te movieras. Que te aseguraras de no salir en ningún momento del restaurante. Pero lo de seguir órdenes es algo que no te entra en la cabeza, ¿verdad? -se inclinó sobre ella. Grande, autoritario y atractivo, a pesar de su enfado.
– Me dijo que saliera y salí. No podía hacer otra cosa. No pensé que…
– En eso tienes toda tu condenada razón. No pensaste. No pensaste que podía atraparte, ni que podía querer llevarte a su coche, ni que a un policía novato en busca de un ascenso se le iba a ocurrir disparar en cuanto viera una oportunidad.
– No estoy herida, Kane.
– Pero aun así, tenías que presionarlo -continuó como si no la hubiera oído-. Tenías que saber lo de tu tía. No podías confiar en que yo haría mi trabajo -se le quebró la voz-. Aunque quizá no te haya dado ninguna maldita razón para hacerlo.
Kayla sacudió la cabeza, examinó rápidamente el estado de su cuerpo y, al no encontrar ninguna herida, se levantó. Pero sintió entonces un terrible dolor en el tobillo. Esbozó lo que esperaba fuera una sonrisa.
– Estoy bien.
Kane posó la mano en su mejilla.
– Pues acabas de hacer una mueca de dolor.
– ¿De verdad? -sacudió la cabeza-. No me he dado cuenta. Ese tipo pesaba una tonelada y yo he tenido que soportar todo el peso de su caída. Mira, ahí está el capitán Reid.
Kane le colocó la mano en la espalda, esperando que lo precediera. Kayla tomó aire y dio el primer paso. El tobillo se le dobló al instante.
Kane murmuró un juramento y la levantó en brazos.
– ¿Qué estás haciendo?
– Sacarte de aquí.
– Déjame ahora mismo en el suelo. Esto es humillante -y excitante. Demasiado bueno incluso para algo destinado a terminar.
– Capitán.
El capitán se volvió hacia ellos.
– Todo lo que puede necesitar está grabado en una cinta. Kayla irá mañana a la comisaría a hacer su declaración -dijo Kane.
Reid asintió, en las comisuras de su boca parecía bailar algo parecido a una sonrisa.
El frigorífico de Kayla parecía tan vacío como el apartamento de Kane. Aquel lugar al que llamaba hogar. El lugar al que debería volver aquella noche. Solo. Cerró violentamente la puerta del frigorífico.
– No pagues tu enfado con los electrodomésticos. No voy a poder comprar unos nuevos -le gritó Kayla desde el sofá del salón.
– No encuentro el hielo -replicó Kane.
– Hay unas bolsas de cubitos en el cajón que está debajo del congelador.
Kane sacó la bolsa y se reunió con ella en la sala. Kayla tenía la pierna estirada y el tobillo colocado sobre un montón de cojines. Tras examinar la hinchazón, Kane había comprendido que la cosa no era tan grave como en un primer momento a él le había parecido. Aun así, no le iría nada mal mantener el pie en alto y bajar la hinchazón con un poco de hielo.
Le colocó la bolsa en el tobillo.
– ¿Tienes frío? -le preguntó, al sentirla estremecerse.
Kayla asintió.
Él podía ayudarla a entrar en calor, se dijo Kane. Y al instante estaba tumbado a su lado, aunque no era nada fácil, teniendo en cuenta las dimensiones del sofá.
– Estamos un poco apretados, pero me gusta -susurró Kayla-. Y ya no tengo frío.
– Lo sé -jamás había pensado que fuera tan maravilloso compartir el calor de su cuerpo. Sentía el suave aliento de Kayla contra su mejilla y sus senos henchidos presionando su brazo.
Pero antes de que pudiera disfrutar de aquella sensación, empezó a resbalar por el borde del sofá y tuvo que moverse rápidamente para no caer al suelo.
La risa de Kayla reverberaba por todo su cuerpo.
– Tú eliges, Kane.
Kane la respetaba profundamente por su actitud. Los días del juego de poder habían terminado. En realidad, él no contaba con volver a aquella casa, pero tampoco había supuesto que las cosas marcharían tal como habían ido. En el terrible instante que había antecedido a su salida a la calle, había imaginado a Kayla tumbada en el suelo y cubierta de sangre. Una imagen que ya había visto en otra ocasión, aunque con un final diferente. Porque Kayla estaba viva y ofreciéndose a él. Una invitación que podía aceptar o declinar.
Y siendo el canalla bastardo que era, sabía que no podía rechazarla. Que aquella era una batalla perdida.
Antes de que la fuerza de la gravedad lo tirara de nuevo hacia el suelo, cambió de postura, colocando las piernas alrededor de las caderas de Kayla. Al sentir una clara e inconfundible presión en su vientre, Kayla gimió de placer.
Kane comenzó a desabrocharle la camisa con manos temblorosas.
– Al diablo con esto -exclamó, exasperado con su torpeza, y le abrió la camisa de par en par.
Los botones saltaron en todas direcciones. Kayla gimió. Kane miró hacia bajo y enmudeció. Los senos de Kayla asomaban por encima del encaje del sujetador, a la vez que se erguían los pezones contra el mismo tejido. Kane los acarició con los pulgares y Kayla se arqueó inmediatamente bajo él.
Tomándolo por sorpresa, Kayla lo agarró por la camisa y lo atrajo hacia ella. Sin esperar a su próximo movimiento, Kane capturó su boca en un beso tan posesivo como desesperado. ¿Acaso no era así como se encontraba desde que había conocido a Kayla Luck? Desesperado por conseguir su amor y su aceptación, aun sabiendo que no podía aceptar ninguna de las dos cosas.
Sintió los redondeados senos de Kayla contra su pecho y un instante después la lengua de la joven invadiendo su boca. Aquella mujer era capaz de hacer lo que nadie había podido. Lo distraía, detenía el curso de sus pensamientos. Estando a su lado ni siquiera era capaz de recordar que tenía que marcharse. No podía hacer otra cosa más que pensar en ella.
Kayla se movía como si pretendiera imitar los sensuales movimientos de su lengua, al tiempo que se retorcía frustrada contra la barrera de ropa que todavía los separaba. Sin previa advertencia, comenzó a temblar violentamente. Era evidente que estaba al borde del orgasmo, tan desesperada como lo estaba Kane por fundir sus cuerpos por última vez.
– Kane… -susurró su nombre contra su boca.