Выбрать главу

– Porque Charmed rara vez ofrece clases para aprender a comportarse en una cita y no creo que aparezca tampoco nada parecido en nuestro folleto. Ahora estamos dedicados a negocios de carácter más internacional.

Kane tuvo la deferencia de mostrarse avergonzado.

– En cuanto puse un pie aquí dentro, comprendí que ya no podía seguir fingiendo -musitó.

– ¿Y a qué se ha debido ese cambio?

– A que es usted más atractiva de lo que pensaba.

Una respuesta demasiado zalamera, pensó Kayla con desilusión. Excesivamente trillada para su fútil esperanza de que aquel hombre fuera algo especial.

– Pero, a pesar de todo, si realmente imparte ese tipo de clases, estoy seguro de que habrá un montón de cosas que puedo aprender. Y no me avergüenza admitir que las mujeres inteligentes me excitan -añadió con una sonrisa traviesa.

A pesar de sí misma, Kayla se echó a reír ante su evidente intento de tomarse la situación con humor.

– ¿Esa risa significa que está dispuesta a salir conmigo?

Oh, a Kayla le habría encantado, pero sabía que salir con un desconocido no era un movimiento inteligente.

– Me encantaría, pero tengo que quedarme a esperar al fontanero -se obligó a dirigirle una sonrisa de arrepentimiento y a amordazar sus deseos para no aceptar su invitación.

Kane se quitó la chaqueta con un rápido movimiento y la colgó en el respaldo de una silla.

– O me quitaba la chaqueta o iba a asarme vivo -musitó y se volvió de nuevo hacia ella-. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí… Iba usted a salir conmigo.

Kayla abrió la boca para contestar que ya le había dicho que no cuando sonó el teléfono. Lo descolgó rápidamente y suspiró aliviada al descubrir que era el fontanero. Pero la gratitud se había transformado en desazón en el momento de volver a dejar el auricular en su lugar.

– ¿Problemas? -preguntó Kane.

Ella asintió.

– Era el fontanero. No vendrá hasta mañana.

– En ese caso -Kane comenzó a desabrocharse los puños de la camisa-, será mejor que nos pongamos a trabajar.

– ¿Nosotros?

– Usted y yo. No veo a ningún otro voluntario por aquí -recorrió la habitación con la mirada-. ¿Y usted?

– No, pero… ¿es usted fontanero?

– No, señora. Pero vivo en un apartamento muy viejo y me he visto obligado a compartirlo con radiadores estropeados. Así que vamos -rápidamente, se remangó las mangas de la camisa, dejando al descubierto unos musculosos antebrazos y una maravillosa piel cobriza. Al ser ella tan rubia y pálida, siempre había admirado la piel oscura, pero el color de la piel de Kane tenía poco que ver con la nueva oleada de adrenalina que estaba recorriendo su sistema nervioso.

Kayla agarró la botella de agua que tenía siempre encima de su escritorio y se humedeció los labios resecos antes de intentar hablar.

– ¿Necesita una llave? -le preguntó a Kane.

– ¿Qué?

Kayla le mostró la llave que había dejado anteriormente sobre su escritorio.

– Le pregunto que si necesita la llave para cerrar el radiador.

– Ahora mismo lo veremos.

Kayla lo siguió hasta la habitación trasera. Kane se arrodilló para examinar el radiador.

– Parece que ya ha bajado la temperatura -comentó.

– Creo que el equipo de la limpieza la subió por error. Cuando he llegado, esto debía de estar a unos cincuenta grados. Pero el problema es que he conseguido girar el termostato y aun así no ha bajado la temperatura.

– Probablemente tenga que llegar hasta un tope antes de comenzar a bajar.

– ¿Quiere decir que todavía va a hacer más calor? -preguntó, mientras se apartaba los mechones sudados de la frente.

– Cuente con ello -fijó en ella su seductora mirada y el calor de la habitación pareció elevarse súbitamente. Ningún hombre había provocado nunca nada parecido en Kayla.

Kane se aclaró la garganta.

– Tenemos también otra opción. Podemos cerrar el interruptor de emergencia y esperar que no se rompa el radiador en el proceso.

– No, gracias, no podría correr con el gasto de un cambio de radiador.

– En ese caso, lo único que puede hacer es dejar que las cosas sigan su curso. Mientras tanto, ¿tiene un cubo? -le preguntó.

– Sí, claro -buscó uno de los cubos que su tía tenía guardados en el armario de la limpieza-. Tome.

– ¿Y una llave para purgar?

Kayla pestañeó ante aquella pregunta tan extraña.

– ¿Una qué?

Kane se echó a reír.

– No importa -buscó alrededor del radiador-. Aja -levantó al vuelo una pequeña llave. Una sonrisa de triunfo iluminaba sus ojos increíblemente azules.

– Déjeme imaginar: es una llave para purgar.

– Algo así. La mayor parte de estos viejos radiadores necesitan ser purgados por lo menos una vez al año. La gente que lo sabe suele dejar la llave en un lugar seguro para no perderla. Así no tiene uno que salir corriendo con la esperanza de encontrar…

– ¿Al purgador más cercano?

– Exacto. Que en el caso de que fuera una purgadora y, además tan atractiva como usted, podría verse en apuros.

Kayla sintió un intenso calor en las mejillas.

– Mire, señor McDermott, le agradezco su ayuda, pero no tiene por qué intentar halagarme.

– ¿Le molestan los cumplidos, señorita Luck? Porque yo diría que una mujer como usted tiene que estar acostumbrada a ellos.

– Digamos que preferiría que nos concentráramos en el radiador. Yo pensaba que había que purgarlos en frío.

– Y es cierto. Pero también puede intentar estabilizar ahora el sistema para no tener problemas durante el próximo invierno -se volvió de nuevo hacia el radiador y a los pocos segundos el sonido del agua cayendo en el cubo fue todo lo que se oyó en la habitación.

Tras el tercer viaje de Kayla al baño para vaciar el cubo, Kane dejó la llave en su sitio y se levantó.

– Todo listo -se secó las manos en los pantalones-. Ahora sólo tiene que darle algún tiempo al radiador. Irá enfriándose sin necesidad de que venga el fontanero.

– Muchísimas gracias. Acaba de ahorrarme una pequeña fortuna.

– De nada -fijó en ella sus ojos provocándole al instante un ligero mareo. Aquella mirada penetrante la estaba poniendo nerviosa.

– ¿No quiere reconsiderar mi invitación? -preguntó Kane.

– Yo…

– Entonces quiero comenzar las clases. Y antes de que diga nada, ya sé que no imparten clases de etiqueta, pero considere este caso como una emergencia. Mañana tengo que cenar con mi jefe y él va a llevar a su hija. No pretendo tener ningún tipo de relación con ella, pero me gustaría causarle buena impresión. Así que quizá podríamos cenar juntos esta noche, para que pudiera enseñarme los puntos claves de la etiqueta -sonrió de oreja a oreja, mostrando un hoyuelo encantador en su mejilla izquierda.

– Creo que ya sabe más que suficiente -repuso ella con ironía.

– Entonces sígame la corriente. Le estoy dando una excusa para decir sí… Y usted sabe que le apetece venir -bajó ligeramente la voz, adoptando un tono ronco y seductor que vibró directamente en el interior de Kayla.

– Creo que está dando demasiadas cosas por sentado. ¿Qué le parecería que hiciera una llamada para ver si alguna de mis profesoras está disponible para… atender sus necesidades? -gimió para sí. Había tardado años en aprender a disimular sus inseguridades, pero al final lo había conseguido. Sin embargo, frente a Kane McDermott se sentía como la adolescente torpe e insegura que hacía años había sido.

– Preferiría salir con usted -replicó con mirada suplicante.

¿Era posible que estuviera interesado en ella?, se preguntó Kayla. Sacudió la cabeza.

– ¡Mala suerte! -se lamentó Kane. La desilusión teñía su voz. Señaló el teléfono-. Supongo que entonces esta noche me tocará cenar con una desconocida.

Kayla elevó los ojos al cielo.

– ¡Yo también soy una desconocida!