Catherine tenía razón. Aquel hombre era capaz de despertar sus deseos. Pero ella jamás había hecho nada parecido y necesitaba que Kane le diera confianza para atreverse a dar el siguiente paso. Necesitaba saber que no había otra mujer en su vida. Y que ella no estaba a punto de cometer un error colosal.
Observó su expresión, una mezcla de deseo y preocupación. Kane podía desearla, pero estaba comportándose como un caballero.
Sí, podía querer culpar a la química, pero sabía que eran otras muchas cosas las que la habían hecho llegar a aquel momento. Como el hecho de haber sido tratada durante toda una vida como un objeto sexual y no como una persona. Había pasado años ignorando sus propios deseos por miedo a terminar con el hombre equivocado, con un hombre que sólo la quisiera por su cuerpo.
Miró a Kane. Aquel hombre la había hecho sentirse viva por primera vez desde hacía mucho tiempo. Posiblemente, no hubiera muchos hombres que supieran valorarla como persona. Y, definitivamente, era imposible que hubiera otro Kane McDermott.
Buscó su mirada. Era un hombre soltero, sexy, dinámico, y suyo… Por lo menos durante aquella noche. Le sonrió.
– Bueno, supongo que entonces no hay nada más que hablar.
– ¿Ah sí? -Kane se metió las manos en los bolsillos. Los vaqueros se moldeaban contra sus muslos y mostraban su evidente excitación.
Kayla se humedeció los labios.
– A menos que hayas cambiado de opinión.
– Llevabas tanto tiempo callada que estaba a punto de preguntarte lo mismo.
Kayla tomó aire intentando darse valor y le tendió la mano.
Kane tomó su mano, esbozó la más atractiva de sus sonrisas y se dirigió hacia el mostrador de recepción. Tras pedirle la llave al recepcionista, se volvió hacia Kayla.
– ¿Estás lista?
– Sí, estoy lista -musitó Kayla.
Y a los pocos minutos, Kayla se descubrió a sí misma en la habitación de Kane, preguntándose qué podría haberle pasado a una mujer con una experiencia tan limitada como la suya para haber terminado allí.
– ¿Estás bien? -le preguntó Kane.
– Estupendamente.
– Estás temblando.
Kayla miró a su alrededor. La enorme cama de matrimonio atrapó toda su atención. Inmediatamente acudieron a su mente imágenes de lo que iba a ocurrir a continuación. Kayla, Kane, sus cuerpos entrelazados bajo las sábanas. Para su más absoluto asombro, los nervios cesaron al darse cuenta de que era allí exactamente donde quería estar. Miró a Kane.
– Ahora estoy bien.
– Kayla…
– ¿Sí?
Kane se aclaró la garganta antes de hablar.
– ¿Has hecho esto alguna vez?
– Muchas -contestó, elevando la barbilla con gesto orgulloso.
– Mentirosa.
– Muy bien -Kayla se dirigió hacia la puerta antes de convertirse en objetivo de otra de sus humillantes preguntas.
Pero no pudo ir muy lejos. Antes de que hubiera dado dos pasos, Kane la agarró con firmeza por la cintura y la atrajo hacia él. Su masculina esencia despertó cada uno de los nervios de Kayla, asaltó todos y cada uno de sus sentidos. Sus senos se estremecieron, su piel parecía estar hirviendo… Pero eso no era lo peor. Aquel hombre tenía la capacidad de afectar también a sus sentimientos.
– ¿Adonde vas? -le preguntó Kane.
– Mi madre siempre me decía que, si no eres capaz de hacer algo correctamente, es preferible no molestarse siquiera en intentarlo.
– ¿He dicho o hecho algo malo?
– Sí, has cuestionado mi experiencia. No creo que sea ésa la mejor forma de granjearse el cariño de una mujer, McDermott.
Se obligaba a permanecer rígida entre sus brazos a pesar de lo mucho que deseaba acurrucarse contra él. Sentía el cálido aliento de Kane en el cuello. Y la fragancia de su colonia estaba a punto de hacerle olvidar el sentido común.
– Déjame marcharme, Kane.
– No hasta que contestes la pregunta que te he hecho hace un momento, entonces yo te daré una explicación. Si no te gusta, te llevaré yo mismo a tu casa. Dime, Kayla, ¿has hecho esto antes?
– ¿Pasar la noche en una habitación de hotel con un desconocido? No. ¿Ya estás contento?
– Ni mucho menos. No era eso lo que te estaba preguntando y tú lo sabes.
– De acuerdo -contestó resignada-. Lo hice una vez, durante el último año en el instituto y otra vez hace unos pocos años.
La primera vez era una joven inexperta y asustada que pensaba que el chico en cuestión estaba verdaderamente interesado en ella. Era demasiado inocente para sospechar que en realidad sólo pretendía darse un revolcón en el asiento trasero de su coche para después jactarse ante sus amigos. Tras aquella sórdida experiencia, no había vuelto a saber nada de él.
– ¿Pretendes que te diga nombres y fechas también, oficial, o ya tienes suficiente? -preguntó resentida.
Kane retrocedió, pero no apartó la mano de su cintura.
– ¿Y bien? -insistió ella ante su silencio-. ¿Piensas seguir sujetándome como si fueras un policía, o vas a dejar que me vaya a mi casa?
– Ninguna de las dos cosas.
El largo suspiro de Kane la sorprendió. ¿Sería posible que estuviera tan tenso como ella? Imposible. Los hombres nunca se ponían nerviosos en aquellas situaciones.
Kayla se enderezó todo lo que pudo y apretó los dientes.
– ¿Por qué te parece una pregunta tan importante?
– Has dicho que hace años que no lo has hecho -le pasó la mano por el pelo y acercó su mejilla a la de Kayla-. Te deseo tanto que apenas puedo soportarlo -susurró con voz ronca-. Si no me hubieras dado esa información, podría haberme precipitado… Y podría haberte hecho daño.
Kane la soltó entonces, aparentemente seguro de que no iba a salir huyendo. Kayla se volvió con los brazos cruzados.
– Y si… y si me hubieras hecho daño… ¿te habría importado?
– ¿Tanto te cuesta creerlo?
– De un hombre sí. Pero de ti… después de esto…
Una llamada a la puerta la interrumpió.
– Yo abriré -dijo inmediatamente Kane. Abrió la puerta y esperó a que un camarero les dejara un carrito con lo que parecía un termo de café en uno de los pocos rincones libres de la habitación.
– ¿Qué es eso? -preguntó Kayla.
– El precio por haber venido -le explicó Kane. Levantó una de las bandejas, mostrándole dos sobres de chocolate instantáneo.
– Te has acordado -susurró Kayla, tan complacida como impresionada.
– Cuando habla una mujer inteligente, me gusta escucharla. Además, ¿cómo podía negarte algo tan sencillo? Especialmente cuando a cambio voy a conseguir todo lo que deseo.
– Todo por una taza de chocolate caliente -Kayla soltó una carcajada-. Supongo que eso me convierte en una mujer fácil -musitó, frotando sus manos, todavía heladas, contra sus caderas para darse calor.
Kane siguió su movimiento con la mirada; sus ojos se oscurecieron con el inconfundible velo del deseo.
– ¿De verdad eres una mujer fácil? -se acercó a ella lentamente. Sin dejar de mirarla a los ojos, comenzó a bajarle la cremallera de la cazadora. En cuanto terminó, se deshizo de la prenda con un rápido movimiento y posó las manos en sus brazos para después acariciar su cabello con la suavidad de un susurro. La cinta que Kayla llevaba en la cabeza terminó en el suelo, al lado de la cazadora, iniciándose así una montaña de ropa destinada a crecer.
Kane continuaba acariciándola cuando un violento temblor sacudió a la joven. Un intenso calor palpitaba entre sus muslos mientras sentía humedecerse su sexo. Hacer el amor con aquel hombre no iba a ser una experiencia relajada y tranquila. Y tampoco quería que lo fuera. Su primer paso hacia el reconocimiento de sí misma como mujer tenía que empezar aceptando lo que ella creía imposible. En su alma dormía la posibilidad de un abandono salvaje, esperando que llegara el momento de que alguien la despertara.