La habían acariciado otros hombres, sí, pero lo único que habían conseguido había sido convertirla en un pedazo de hielo. Nadie le había inspirado nunca un deseo como aquél. Kane había sido capaz de ver a la mujer que se escondía bajo su exuberante fachada y, por eso, había podido aceptarse por fin a sí misma. No le importaba que sólo conociera a Kane de una noche, porque tenía la sensación de que lo conocía desde hacía mucho más. Lo deseaba y no podía, no quería, reprimir aquella necesidad ni un segundo más.
Recordó la última pregunta de Kane. ¿Sería ella una mujer fácil?
– Supongo que sí -musitó, y se puso de puntillas para ofrecerle sus labios.
Kane se estremeció. Y sus temblores vibraron en el cuerpo de Kayla mientras la agarraba por la cintura y la estrechaba con fuerza contra él.
– ¿Tienes idea de lo que estás haciéndome? -preguntó, casi desesperado.
Kayla reunió valor y repitió las palabras que Kane le había dicho esa misma noche.
– No, pero podrías demostrármelo.
Kane exhaló un hondo suspiro. Era obvio que, en su absoluta inocencia, Kayla no sabía que estaba yendo demasiado rápido. Y, por su parte, él no se había reprimido en toda la noche y no pensaba comenzar a hacerlo en ese momento. Así que tomó la mano de Kayla y la posó sobre la parte delantera de sus vaqueros.
– Oh -exclamó Kayla sorprendida, confirmando las sospechas de Kane sobre su ignorancia.
Si Kayla era tan inteligente como se suponía que era, se dijo Kane, retrocedería antes de que las cosas se le fueran de las manos. Y la parte más racional de sí mismo esperaba que lo hiciera. Pero, en contra de sus pronósticos, Kayla presionó los dedos contra la tela del pantalón, dibujando la silueta de su erección.
Kane cerró los ojos e intentó pensar en otras cosas. Como el partido de aquella noche, que debería ayudarlo a olvidarse del sexo mientras Kayla exploraba vacilante su cuerpo. Lo último que necesitaba era perder el control antes de haber siquiera empezado. La presión de los dedos de Kayla lo estaba volviendo loco. Sintió que le desabrochaba el botón del vaquero. Béisbol, se recordó. Tenía que pensar en el béisbol… La agarró de la muñeca con firmeza.
– Ya es suficiente.
– ¿Por qué? -preguntó Kayla estupefacta.
– Estamos yendo demasiado lejos excesivamente pronto -contestó él un tanto sombrío.
– No me parece que estemos yendo tan rápido -posó la mano en su mejilla y Kane comprendió entonces que confiaba plenamente en él.
El problema era que todo en él era mentira. Se había acercado a Kayla con información suficiente para seducirla y lo había conseguido fácilmente. Con lo que no contaba era con haberse visto arrastrado él mismo en el proceso. Pero había sido seducido… tanto como ella.
Y como Kayla pensaba que él iba a marcharse de la ciudad después de aquella noche, haría de ella una ocasión que ambos recordarían para siempre. Sin ningún riesgo de que se involucraran emocionalmente. Le tendió la mano.
– ¿Por qué no lo averiguamos?
Kayla entrelazó los dedos con los suyos y Kane la condujo hacia la única silla que había en la habitación. Se sentó y acomodó a Kayla en su regazo.
– ¿Todavía tienes frío?
Kayla se colocó a horcajadas sobre él.
– No, ya no. ¿O debería decir que sí para que te ofrecieras a calentarme?
Su pícara sonrisa tenía poco que ver con los cientos de preguntas que reflejaban sus ojos. Kane decidió olvidarse de ambas cosas, y también de todo pensamiento racional. Le rodeó la cintura.
– ¿Qué tal si no dices nada en absoluto? -susurró y atrapó sus labios.
Kayla sabía tan maravillosamente como antes. Y lo excitó tanto como la vez anterior, aunque más rápidamente en aquella ocasión. Kane le sacó el jersey de los pantalones. Necesitaba sentir, probar, saborear aquellas sensaciones que sólo ella despertaba.
Kayla alzó los brazos para facilitarle el trabajo, y antes de poder siquiera pestañear, Kane tuvo frente a sí a la más maravillosa de sus fantasías.
Desde el mismo instante en el que había visto a Kayla Luck a través de la ventana, había estado esperando aquel momento. Y aunque no se había permitido ser consciente de ello, lo estaba siendo entonces, cuando por fin tenía a Kayla en su regazo.
Dibujó lentamente el perfil del sujetador por el que asomaban sus senos, disfrutando del tacto de su sedosa piel contra sus dedos. El pecho de Kayla ascendía y descendía al ritmo de su respiración mientras ella continuaba mirándolo sin decir nada.
– No te lo tomes a mal, pero eres preciosa.
– No te preocupes. Si te he dejado llegar hasta aquí, creo que podré aguantar un cumplido.
– Al contrario de lo que ocurría esta mañana.
– Esta mañana no te conocía.
– Y ahora sí.
Kayla sonrió y Kane descubrió lo mucho que lo excitaba su risa.
– Ahora ya sé todo lo que importa -dijo divertida-. ¿No ha sido eso lo que has dicho tú?
Kane asintió mientras le desabrochaba el sujetador, dejando sus senos al descubierto. Sentía correr la sangre por sus venas a una velocidad vertiginosa.
– ¿Ya has entrado en calor? -besó suavemente uno de sus pezones.
De los labios de Kayla escapó un extraño gemido.
– Tomaré eso como un sí. Lo que nos permite olvidarnos de momento del chocolate caliente.
Kayla lo miró con los ojos muy abiertos.
– Pero tengo hambre. ¿Tú no?
Kane alargó el brazo y buscó en el carrito que les habían llevado un bote de nata.
– Esta ha sido una petición especial.
– Piensas en todo, ¿verdad?
– Lo intento -contestó Kane, mientras agitaba el bote.
Kayla ya estaba excitada. Y él la deseaba así, ardiente, húmeda, disfrutando de cada momento. La joven no había tenido muchas experiencias sexuales en el pasado y él quería que recordara aquélla para siempre.
Con extremo cuidado, rodeó su pezón con una generosa ración de nata. Kayla lo miró a los ojos.
– ¿Ocurre algo? -preguntó Kane.
– Está fría -la risa y el deseo iluminaban su voz.
– No lo estará por mucho tiempo -elevó suavemente su seno, disfrutando al sentir su peso y su calor y, a continuación, procedió a devorar aquel postre.
Desgraciadamente para él, su plan estaba funcionando demasiado bien. Kayla estaba completamente entregada. Gemía en voz alta y apretaba sus muslos contra él. Y Kane sabía que había perdido por completo el control.
Eso quería decir que confiaba en él. La miró a los ojos, observó su rostro sincero. Y asomó a sus labios el inicio de una protesta. Pero antes de que hubiera tenido tiempo de decir una sola palabra, Kayla cubrió sus labios y todas las buenas intenciones de Kane murieron. La levantó en brazos y esperó a que rodeara su cintura con las piernas para acercarse hasta la cama con ella.
Envueltos en una nube de caricias y risas y acompañados por los dulces restos de la nata, que Kayla intentó arrebatar de sus labios, consiguieron desnudarse el uno al otro. Kane sacó un preservativo de su cartera, comprendiendo entonces que, inconscientemente, se había preparado para la ocasión.
Intentando olvidarse de las implicaciones de aquel gesto, Kane se reunió con ella en la cama. Kayla permanecía debajo de él, desnuda y dispuesta. Para él. Kane sacudió la cabeza, intentando sin éxito descartar aquella idea.
– No sabía que hacer el amor pudiera ser tan divertido -dijo Kayla, casi sin aliento.
El tampoco se había reído nunca tanto haciendo el amor. Sonrió.
– Cariño, y no has visto nada todavía -se estiró sobre ella y deslizó la mano entre sus muslos.
Kayla era todo lo qué el había deseado que fuera. Cálida, sedosa. Y si los jadeos que escapaban de sus labios eran un indicativo de algo, definitivamente, estaba disfrutando. Kane hundió un dedo en su húmedo interior.