– Sí. Toda mi vida he usado ropa.
Roxanne se echó a reír.
– Está bien. Enséñame tu book. Kendall la miró, demudada. -¿Mi book?
Roxanne suspiró.
– Querida, ninguna modelo que se precie anda por la vida sin book. Es como la biblia para ella. Es lo que miran los clientes potenciales. -Roxanne volvió a suspirar-. Quiero que te hagas dos fotografías, una sonriendo y la otra, seria. Gira un poco.
– De acuerdo. -Kendall comenzó a girar.
– Más despacio. -Roxanne la observó con atención-. No está mal. Quiero una foto tuya en traje de baño, o en ropa interior, lo que destaque más tu figura.
– Me haré una en cada cosa -dijo Kendall con entusiasmo. Roxanne no tuvo más remedio que reír frente a su actitud. -Está bien. Eres… bueno, diferente, pero podrías tener una oportunidad.
– Gracias.
– No me las des demasiado pronto. Ser modelo no es tan sencillo como parece. Es una profesión muy difícil.
– Estoy preparada para hacerlo.
– Ya veremos. Te daré una oportunidad. Te enviaré a una de esas reuniones donde los clientes conocen a las nuevas modelos. Allí también habrá modelos de otras agencias. Es algo así como una feria de ganado.
– Puedo hacerlo.
Roxanne tenía razón: ser modelo era una profesión difícil. Kendall tuvo que aprender a aceptar rechazos constantes, intentos que no conducían a ninguna parte y semanas sin trabajo. Cuando trabajaba, debía estar en maquillaje a las seis de la mañana, terminar una sesión de fotografía, ir a la siguiente y, con frecuencia, no terminaba hasta pasada la medianoche.
Cierta noche, después de un largo día de trabajo, se miró al espejo y gimió:
– Mañana no podré ir a trabajar. ¡Mirad que hinchados tengo los ojos!
Otra de las modelos dijo:
– Ponte unas rodajas de pepino sobre los ojos. O, si no, prepara una infusión de manzanilla, espera a que se enfríe y luego coloca las bolsas sobre los ojos durante quince minutos.
Por la mañana, la hinchazón había desaparecido.
Aquel fue el principio. Kendall asistió a varias reuniones de aquellas antes de que a un diseñador le interesara que ella usara su ropa. Pero estaba tan tensa, que casi arruinó sus posibilidades por hablar demasiado.
– De veras me encanta su ropa, y creo que me quedaría muy bien. Quiero decir, le quedaría muy bien a cualquier mujer, por supuesto. ¡Es maravillosa! Pero creo que a mí me que dará especialmente bien. -Estaba tan nerviosa que tartamudeaba.
El diseñador asintió.
– Es su primer trabajo, ¿verdad?
– Sí, señor.
Él había sonreído.
– Muy bien, la probaré. ¿Cómo dijo que se llamaba?
– Kendall Stanford. -Se preguntó si aquel hombre la relacionaría con Harry Stanford, pero, por supuesto, no tenía ningún motivo para hacerlo.
Kendall envidiaba a las modelos que tenían ofertas constantemente. Oía a Roxanne arreglando sus compromisos: «Ya le dije a Scaasi que Michelle sería sólo suplente. Llámalos y diles que ahora está disponible, así que la pondré un lugar más arriba…»
Kendall aprendió rápidamente a no criticar jamás la ropa que tenía que llevar. Se hizo amiga de algunos de los fotógrafos más importantes del medio y consiguió que le hicieran una serie de fotos para su book. Llevaba siempre un bolso lleno con lo que podría necesitar: ropa, maquillaje, artículos de manicura y joyas. Aprendió a usar el secador de modo que su pelo tuviera más volumen, y a usar rolos calientes para marcárselo.
Todavía le quedaba mucho por aprender. Era la favorita de los fotógrafos; en una oportunidad, uno de ellos la cogió a parte para darle consejos.
– Kendall, reserva siempre tu sonrisa para el final de la sesión. De esa manera, en tu boca habrá menos arrugas.
Kendall se estaba haciendo cada vez más popular. No poseía la alucinante belleza convencional que era la característica de la mayoría de las modelos, sino que tenía algo más, una elegancia llena de gracia.
– Tiene clase -comentó uno de los agentes de publicidad. Y eso lo resumía todo.
Se sentía sola. De vez en cuando salía con hombres, pero aquellas salidas no tenían importancia para ella. Trabajaba de forma regular, pero no estaba más cerca de su meta que cuando llegó a Nueva York.
«Tengo que encontrar la manera de ponerme en contacto con los diseñadores más importantes», pensó Kendall.
– Te tengo comprometida para las siguientes cuatro semanas -le dijo Roxanne-. Pareces gustarle a todo el mundo. -Roxanne…
– ¿Sí, Kendall?
– No quiero seguir haciendo esto.
Roxanne la miró con incredulidad.
– ¿Cómo dices?
– Quiero ser modelo de pasarela.
Desfilar era algo a lo que aspiraban todas las modelos. Era la forma más interesante y lucrativa de ejercer la profesión. Roxanne vaciló.
– Es casi imposible entrar en ese mundo, y…
– Yo lo haré.
Roxanne la observó.
– Lo dices en serio, ¿verdad?
– Sí.
Roxanne asintió.
– De acuerdo. Si de veras lo quieres, lo primero que tienes que hacer es aprender a caminar por la barra.
– ¿Qué?
Y Roxanne se lo explicó.
Aquella tarde, Kendall se compró una barra estrecha de madera, de un metro ochenta de largo, la limó para quitarle las astillas y la puso sobre el suelo. Al principio, se caía constantemente. «Esto no será fácil-decidió Kendall-. Pero lo haré.»
Todas las mañanas, se levantaba temprano y caminaba por la barra. «Adelántate con la pelvis, siente con los dedos y baja el talón.» Día tras día, su equilibrio mejoraba.
Caminaba sobre la barra frente a un espejo de cuerpo entero, al son de la música. Aprendió a caminar con un libro sobre la cabeza. Solía practicar cambiarse de ropa con rapidez: pantalón corto y zapatillas por traje de noche y tacones altos.
Cuando decidió que estaba lista, volvió a ver a Roxanne.
– Me la estoy jugando por ti -le dijo Roxanne-. Ungaro busca una modelo para su desfile. Te recomendé a ti. Él te dará una oportunidad.
Kendall estaba nerviosísima: Ungaro era uno de los diseñadores más brillantes del mundo de la moda.
A la semana siguiente, Kendall fue al desfile. Trató de parecer tan indiferente como las demás modelos.
Ungaro entregó a Kendall el primer atuendo que debía usar y le sonrió:
– Buena suerte.
– Gracias.
Cuando Kendall salió a la pasarela, fue como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Hasta las otras modelos quedaron impresionadas. El desfile fue un gran éxito y, a partir de aquel momento, Kendall formó parte de la elite. Comenzó a trabajar con los gigantes de la industria de la moda: Yves Saint Laurent, Halston, Christian Dior, Donna Karan, Calvin Klein, Ralph Lauren, Saint Jon… Sus ofertas eran constantes y la obligaba a viajar por todo el mundo. En París, los desfiles de alta costura se realizaban en enero y julio; en Milán, en cambio, los meses más importantes eran marzo, abril, mayo y junio y en Tokio los meses preferidos eran abril y octubre. Era una vida agitada y muy atareada, y a Kendall le fascinaba.
Kendall siguió trabajando y, al mismo tiempo, estudiando. Exhibía la ropa de los famosos diseñadores y pensaba en los cambios que haría si fueran creaciones suyas. Aprendió cómo debía quedar un vestido y cómo se suponía que las telas debían moverse y balancearse alrededor del cuerpo. Aprendió sobre cortes y drapeados y confección, y qué partes de su cuerpo querían ocultar las mujeres y cuáles deseaban resaltar. En su casa, hacía bocetos, y las ideas parecían fluir. Cierto día, llevó una carpeta con sus bocetos a la gerente de compras de Magnin, quien quedó impresionada.
– ¿Quién ha diseñado esto? -preguntó.
– Yo.
– Son muy buenos, excelentes.
Dos semanas después, Kendall empezó a trabajar como asistente de Donna Karan, y aprendió el aspecto comercial de la industria de la indumentaria. Cuando regresaba a casa, seguía diseñando ropa. Uno año después realizaba su primer desfile. Fue un desastre.