– Felicidades -dijo Marc. Sabía mejor que los otros lo que ese dinero podía significar.
Simon Fitzgerald tomó la palabra.
– Como saben, su padre poseía el noventa por ciento de las acciones de las Empresas Stanford, de modo que esas acciones se repartirán de forma equitativa entre ustedes. Además, ahora que su padre ha fallecido, el fondo fiduciario en beneficio de Tyler ha quedado disuelto y el juez Stanford posee ese otro uno por ciento. Desde luego, habrá ciertas formalidades. Además, debo informarles que existe la posibilidad de que haya otro heredero.
– ¿Otro heredero? -preguntó Tyler.
– El testamento de su padre especifica que los bienes deben ser divididos por partes iguales entre su descendencia. Peggy parecía confundida.
– ¿Qué quiere decir con su descendencia?
Tyler fue el que contestó.
– Hijos naturales e hijos legalmente adoptados.
Fitzgerald asintió.
– Es correcto. Cualquier hijo nacido fuera del matrimonio se considera descendiente de la madre y del padre, cuya protección se establece bajo la ley de la jurisdicción.
– ¿Qué nos está diciendo? -preguntó Woody con impaciencia.
– Les estoy diciendo que hay otra persona que puede reclamar su herencia.
Kendall lo miró.
– ¿Quién?
Simon Fitzgerald vaciló. No había manera de decirlo con tacto.
– Estoy seguro de que todos ustedes saben que, hace algunos años, su padre tuvo un hijo con la institutriz que trabajaba aquí.
– Rosemary Nelson -dijo Tyler.
– Sí. Su hija nació en el hospital Saint Joseph's de Milwaukee, y ella le puso el nombre de Julia.
En la habitación reinó un denso silencio.
– ¡Epa! -exclamó Woody-. Fue hace veinticinco años. -Veintiséis, para ser exactos.
– ¿Alguien sabe dónde está? -preguntó Kendall.
A Simon Fitzgerald le pareció oír la voz de Harry Stanford. «Ella me escribió para decirme que soy el padre de su hija. Bueno, si cree que podrá sacarme un solo centavo, puede irse al infierno.»
– No -dijo lentamente Fitzgerald-. Nadie sabe dónde está.
– Entonces, ¿de qué demonios estamos hablando? -preguntó Woody.
– Yo sólo quería que ustedes supieran que si ella llegara a presentarse, tendría derecho a una parte equivalente de los bienes.
– No creo que tengamos por qué preocupamos -dijo Woody con tono confiado-. Lo más probable es que ella ni siquiera sepa quién fue su padre.
Tyler se dirigió a Simon Fitzgerald.
– Usted dice que no conoce el valor exacto de los bienes. ¿Puedo preguntarle por qué no?
– Porque nuestra firma sólo lleva los asuntos personales de su padre. Todo lo que tenga que ver con sus empresas lo llevan otros dos bufetes. Me he puesto en contacto con ellos y les he pedido que preparen informes lo antes posible.
– ¿De qué plazo estamos hablando? -preguntó Kendall con ansiedad. «Nosotros necesitaremos cien mil dólares enseguida para cubrir nuestros gastos.»
– Probablemente, de dos a tres meses.
Marc notó la consternación en el rostro de su mujer. Miró a Fitzgerald.
– ¿No hay alguna manera de agilizar los trámites?
– Me temo que no -respondió Steve Sloane-. El testamento tiene que pasar primero por un tribunal sucesorio, y en este momento tienen la agenda al completo.
– ¿No podemos liquidar el asunto ahora mismo? -saltó Woody.
– La ley no actúa de esa manera -dijo Tyler-. Cuando ocurre una muerte, el testamento debe ser homologado por un tribunal sucesorio. Es preciso evaluar todos los bienes: propiedades, empresas, efectivo, joyas… Después hay que preparar un inventario y presentarlo a la corte. Hay que ocuparse de los impuestos y pagar los legados específicos. Luego, se solicita permiso para distribuir el balance de los bienes a los beneficiarios.
Woody sonrió.
– Qué diablos, he esperado casi cuarenta años para ser millonario. Supongo que puedo esperar uno o dos meses más. Simon Fitzgerald se puso en pie.
– Aparte de los legados de su padre a ustedes, hay algunos legados menores que no afectan el total de los bienes. -Fitzgerald paseó la vista por el lugar-. Bueno, si no hay nada más…
Tyler se puso en pie.
– Creo que no. Gracias, señor Fitzgerald, señor Sloane. Si llegara a presentarse algún problema, nos mantendremos en contacto.
Fitzgerald inclinó la cabeza hacia el grupo.
– Señoras y caballeros -dijo; se dio media vuelta y echó a andar hacia la puerta, seguido por Steve Sloane.
Una vez en el jardín, Simon Fitzgerald dijo a Steve:
– Bueno, ya conoces a la familia. ¿Qué te parecieron? -Fue más una celebración que un duelo. Hay algo que me desconcierta Simon. Si el padre los odiaba tanto como ellos parecen odiarlo a él, ¿por qué les dejó todo ese dinero?
Simon Fitzgerald se encogió de hombros.
– Eso es algo que jamás sabremos. Tal vez por eso quería verme, para dejarle el dinero a otra persona.
Ninguno de ellos pudo dormir esa noche; cada uno estaba preocupado con sus propios asuntos.
Tyler pensaba: «Ha ocurrido. ¡Realmente ha ocurrido! Ahora puedo ofrecerle el mundo a Lee. ¡Cualquier cosa! ¡Todo!»
Kendall pensaba: «En cuanto reciba el dinero, buscaré la forma de terminar con ellos de manera definitiva, para asegurarme de que nunca volverán a molestarme.»
Woody pensaba: «Tendré la mejor cuadra de ponis de polo del mundo. Basta de pedidos prestados. ¡Seré un jugador de diez goles!» Miró a Peggy, que dormía junto a él. «Lo primero que haré será librarme de esta perra estúpida.» Pero enseguida pensó: «No, no puedo hacer eso…» Se levantó y fue al baño. Cuando salió, se sentía maravillosamente bien.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, la atmósfera era completamente diferente de la de la cena de la noche de su llegada. Todos estaban de espléndido humor.
– Supongo -dijo Woody, entusiasmado-, que todos habéis estado haciendo planes.
Marc se encogió de hombros.
– ¿Cómo se hace para planear algo como esto? Es una cantidad increíble de dinero.
Tyler levantó la vista.
– Ciertamente, cambiará la vida de todos nosotros. Woody asintió.
– El hijo de puta debería habernos dado el dinero mientras estaba vivo, para que pudiéramos disfrutarlo entonces. Si no es descortés odiar a los muertos, os tengo que decir algo…
– Woody… -dijo Kendall con tono de reproche. -Bueno, no seamos hipócritas. Todos lo despreciábamos, y él se lo merecía. Mirad lo que trató de…
Clark entró en la habitación y se detuvo con expresión de disculpa.
– Excúsenme -dijo-. Hay una tal señorita Julia Stanford en la puerta.
MEDIODIA
Capítulo 13
– ¿Julia Stanford?
Todos se miraron aterrados.
– ¡Qué va a ser ella! -saltó Woody.
Tyler se apresuró a decir:
– Sugiero que nos reunamos todos en la biblioteca. -Se dirigió a Clark-: ¿Podrías enviar allí a la señora, por favor?
– Sí, señor.
Ella se quedó en la puerta y los miró uno por uno, al parecer muy incómoda.
– Yo… probablemente no debería haber venido -dijo. -¡Tiene muchísima razón! -dijo Woody-. ¿Quién demonios es?
– Soy Julia Stanford. -Los nervios casi la hicieron tartamudear.
– No. Lo que quiero saber es quién es en realidad.
Julia empezó a decir algo, pero se detuvo y sacudió la cabeza. -Yo… Mi madre era Rosemary Nelson. Harry Stanford era mi padre.
Los integrantes del grupo se miraron.
– ¿Tiene alguna prueba? -preguntó Tyler.
Julia tragó saliva con fuerza.
– No creo tener ninguna verdadera prueba.
– Por supuesto que no -saltó Woody-. ¿Cómo tiene el atrevimiento de…?