Kendall lo interrumpió.
– Esto es una gran sorpresa para todos nosotros, como puede imaginar. Si lo que dice es verdad, entonces es… hermanastra nuestra.
Julia asintió.
– Usted es Kendall. -Miró a 1Yler-. y usted, 1Yler. -Miró a Woody-. y usted, Woodrow. Lo llaman Woody.
– Como la revista People puede haberle informado -dijo
Woody en tono sarcástico.
– Estoy seguro de que entiende nuestra posición, señorita… -dijo 1Yler-. Sin una prueba positiva, no podemos de ninguna manera aceptar…
– Lo entiendo -dijo ella mirándolos con nerviosismo-. No sé por qué he venido.
– Yo, en cambio, creo que lo sabe muy bien -dijo Woody-. Se llama dinero.
– El dinero no me interesa -dijo ella, indignada-. Lo cierto es que vine aquí con la esperanza de conocer a mi familia. Kendall la observaba con atención.
– ¿Dónde está su madre?
– Falleció. Y cuando leí que nuestro padre había muerto… -Decidió buscamos -dijo Woody con tono de burla. -Dice que no tiene ninguna prueba legal de su identidad -dijo Tyler.
– ¿Legal? Supongo que no. Ni siquiera lo pensé. Pero hay cosas que no podría saber a menos que me las hubiera contado mi madre.
– ¿Por ejemplo? -preguntó Marc.
Ella se detuvo a pensar.
– Recuerdo que mi madre solía hablar del invernadero que había en la parte de atrás. Le encantaban las plantas y las flores y pasaba allí horas…
– Han salido fotografías de ese invernadero en muchas revistas -dijo Woody.
– ¿Qué más le contó su madre? -preguntó Tyler.
– ¡Tantas cosas! Le gustaba hablar de todos ustedes y de los buenos ratos que pasaban juntos. -Pensó un momento-. Por ejemplo, el día en que los llevó a remar en botes con forma de cisnes cuando eran muy pequeños. Uno de ustedes casi cayó por la borda. No recuerdo cuál.
Woody y Kendall miraron a Tyler.
– Ése fui yo -dijo.
– Los llevó de compras a Faneuil Hall. Uno se perdió y cundió el pánico entre todos.
– Yo me perdí aquel día -dijo Kendall en voz baja.
– ¿Sí? ¿Qué más? -preguntó Tyler.
– Los llevó al Union Oyster House; allí probaron sus primeras ostras y les sentaron mal.
– Lo recuerdo.
Todos se miraron en silencio.
Julia miró a Woody.
– Mamá y usted fueron al Charlestown Navy Yard para ver el U.S.S. Constitution, y usted no quería bajarse. Ella tuvo que sacarlo a rastras. -Miró a Kendall-. Y otro día, en el jardín botánico, usted cortó algunas flores y estuvieron a punto de detenerla.
Kendall tragó saliva con fuerza.
– Así es.
Ahora todos la escuchaban atentos y fascinados.
– Y, un día, mamá los llevó a todos al Museo de Brujas de Salem, y salieron aterrorizados.
– Ninguno de nosotros pudo dormir esa noche -dijo Kendall muy despacio.
Julia miró a Woody.
– En una Navidad, ella lo llevó a patinar al Jardín Público.
Usted se cayó y se rompió un diente. Y cuando tenía siete años, se cayó de un árbol y tuvieron que darle puntos en la pierna. Le quedó una cicatriz.
– Todavía la tengo -dijo Woody de mala gana.
Julia miró a los otros.
– A uno de ustedes le mordió un perro, pero no recuerdo a cuál. Mi madre lo llevó corriendo a la sala de urgencias del hospital de Boston.
Tyler asintió.
– Me tuvieron que dar suero antirrábico.
Ahora, las palabras brotaban a borbotones de la boca de Julia.
– Woody, cuando tenía ocho años, se escapó de casa. Pensaba ir a Hollywood para convertirse en actor. Su padre se puso furioso. Como castigo, le ordenó quedarse en su cuarto sin cenar, pero mamá consiguió llevarle a escondidas un poco de comida a su habitación.
Woody asintió en silencio.
– Bueno, no sé qué más puedo decides. Yo… -De pronto recordó algo-. En la cartera tengo una fotografía. -La abrió, la sacó y se la entregó a Kendall.
Todos se agolparon para verla. Era una foto de los tres cuando eran pequeños junto a una joven y atractiva mujer con uniforme de institutriz.
– Mamá me la dio.
– ¿Le dejó alguna otra cosa? -preguntó Tyler.
Ella negó con la cabeza.
– No. Lo siento. No quería tener cerca nada que le recordara a Harry Stanford.
– Salvo usted, por supuesto -dijo Woody.
Ella lo miró, desafiante.
– No me importa que me crea o no me crea. Usted no entiende… yo esperaba tanto que… -No pudo seguir hablando.
– Como dijo mi hermana -añadió Tyler-, su repentina aparición ha sido un golpe para nosotros. Quiero decir… alguien que aparece de la nada y asegura ser miembro de la familia. Supongo que entiende nuestro problema. Creo que necesitamos un poco de tiempo para cambiar ideas.
– Desde luego que lo entiendo.
– ¿Dónde se hospeda?
– En el Tremont House.
– ¿Por qué no regresa al hotel? Haré que un coche la lleve. y en poco tiempo nos comunicaremos con usted.
Ella asintió.
– Está bien. -Miró a cada uno un momento y luego dijo, con afecto-: No importa lo que piensen… ustedes son mi familia. -La acompañaré a la puerta -dijo Kendall.
Ella sonrió.
– No se moleste. Encontraré el camino. Conozco cada centímetro de esta casa.
La vieron darse media vuelta y abandonar la habitación. -¡Bueno! -dijo Kendall-. Parece que tenemos una hermana.
– Yo no lo creo -dijo Woody.
– A mí me parece que… -comenzó a decir Marc.
Todos hablaban al mismo tiempo. Tyler levantó una mano.
– Esto no nos llevará a ninguna parte. Mirémoslo con lógica. En cierto sentido, esa persona está sometida a un juicio y nosotros somos los jurados. Depende de nosotros determinar su inocencia o su culpabilidad. En un juicio con jurado, la decisión debe ser unánime. Debemos estar todos de acuerdo.
– Me parece bien -dijo Woody y asintió.
– Entonces -dijo Tyler-, me gustaría dar el primer voto. Creo que esa mujer es una impostora.
– ¿Una impostora? ¿Cómo es posible? -preguntó Kendall-. No podría saber tantos detalles íntimos sobre nosotros si no fuera la verdadera Julia.
Tyler la miró.
– Kendall, ¿cuántas criadas trabajaron en esta casa cuando éramos pequeños?
Kendall lo miró, intrigada.
– ¿Por qué?
– Decenas, ¿verdad? Y algunas de ellas podrían saber todo lo que esa joven nos contó. A lo largo de los años, en casa ha habido doncellas, conductores, mayordomos, cocineros… cualquiera podía saber todas esas cosas. Cualquiera pudo haberle dado esa fotografía.
– ¿Lo que quieres decir es que podría estar actuando en complicidad con otra persona?
– Una o más -dijo Tyler-. No olvidemos que está en juego una cantidad enorme de dinero.
– Pero ella dice que no quiere el dinero -les recordó Marc. Woody asintió.
– Sí, claro, eso es lo que dice. -Miró a Tyler-. Pero, ¿cómo hacemos para probar que es una impostora? No hay ninguna manera…
– Hay una manera -dijo Tyler.
Todos lo miraron.
– ¿Cuál?
– Mañana os daré la respuesta.
Simon Fitzgerald dijo, muy despacio:
– ¿Me está diciendo que Julia Stanford ha aparecido, después de todos estos años?
– Ha aparecido una mujer que alega ser Julia Stanford -lo corrigió Tyler.
– ¿Y usted no la cree? -preguntó Steve.
– Decididamente, no. La única prueba que nos ofreció de su identidad fueron algunas anécdotas de nuestra juventud que por lo menos una docena de personas podrían conocer, y una vieja fotografía que en realidad no demuestra nada. Ella podría estar en complicidad con cualquiera de esas personas. Me propongo probar que es una impostora.
Steve frunció el entrecejo.
– ¿Y cómo se propone hacerlo?
– Muy sencillo. Quiero que le hagan la prueba del ADN. Steve Sloane se mostró sorprendido.